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Introducción

Sobre el autor

Capítulo XXV


Ella se fue, pero no ha llenado la casa. Hay más gente que nunca entre estas paredes. Tengo todo el tiempo para pensar, para recordar. Empiezo por recordarla a ella y termino comparándola con todas. Nunca pasa nada nuevo. Son las mismas aventuras y los mismos errores, los que uno comparte con las mujeres que tropieza a lo largo de la vida. Cambia el nombre y la fisionomía. Una es alta, la otra regordeta. Una tiene ojos verdes y la otra, pardos. Una es alegre y escandalosa y la otra taciturna y reflexiva. Una se llama Zaira y la otra Estrella.

Pero en el fondo no son más que compañeras de un viaje imprevisible y lleno de sobresaltos o pasividades, lleno de acontecimientos que, cuando estás inmerso en ellos, te parecen que el tiempo no te alcanza para nada y de impases en los que no ocurre nada. Y da la impresión de que el mundo se ha detenido y que ya no pintas nada entre los vivos.

Así es. Ni más ni menos. Unas veces de corre-corre y otras veces loco por correr. Correr... correr... correr.. estamos corriendo detrás de una guagua. Cada día el transporte está más insoportable. Vamos corriendo porque ella no puede llegar tarde otra vez al trabajo. Me dijo que están al pasarle la cuenta, que es como decir que la despedirán del trabajo. Por supuesto, la directora de su galería, además de poseer un automóvil, no tiene horario de trabajo. Puede llegar o irse sin que nadie indague qué hace.

Yo sé que en todas partes del mundo el jefe es jefe, aunque se pasee por los pasillos en calzoncillos. Pero aquí, en teoría por lo menos, los jefes deben ser representativos de una moral intachable, de una autodisciplina a prueba de toda tentación, de una moral de vanguardia, de una moral socialista. A nadie le importa si de verdad son las guaguas las causantes de tus llegadas tardes, porque "Compañera, sabemos los problemas que afronta el país con el transporte urbano, pero los revolucionarios tenemos que dar prueba de que no se nos puede vencer fácilmente, hay que enfrentar las dificultades con entereza. Si las guaguas se demoran pues hay que levantarse más temprano". Y después de tan ferviente discurso, la oyes quejarse de que las gomas de su auto son unos verdaderos petardos y de que no hay manera de conseguirlos si no mojas al del taller. Y de que el país se ha vuelto una inmoralidad, que la gente se aprovecha de las escaseces, de las necesidades del pueblo, para especular y enriquecerse a costa de los trabajadores honrados.

¡Le ronca el mango, hay que tener cara! ¿De qué necesidades del pueblo hablarán? Ellos no saben lo que es levantarse y no saber qué hacer de desayuno. No saben lo que es torear una guagua a las 6 y media de la mañana cuando una ciudad de más de dos millones de habitantes se lanza a las calles con el mismo propósito: no llegar tarde, porque si no te pasan la cuenta. No saben lo que es a las 12 del día salir a la calle y tratar de almorzar y regresar al trabajo después de una cola de más de una hora, masticando una pizza miniaturizada por el arte del robo desfachatado de los gastrónomos, y estar pensando ya que a las 5 de la tarde, cuando salgas, tendrás que volver a fajarte con el molote para llegar a tiempo, colgado de donde sea y compartiendo los olores, qué carajo olores, pestes, más disímiles, al mercado, a ver si Dios y la cola quiere que alcances unas merluzas que llegaron por la mañana y que te harán las delicias de por lo menos hoy cambiarle el rostro del huevo en toda sus variantes a la mesa.

Ellos no saben. Pero yo sí sé que cuando llega la noche uno tiene más ganas de mandarlo todo al carajo que de decirle una frase cariñosa a su amante. Y si esto pasa día tras día, ¿cómo puedes creer todos esos discursos triunfalistas de que el país es una envidiable joya de la organización social? Si uno no puede organizar coherentemente ni la familia, ¿cómo diablos se podrá organizar la sociedad?

El sello más característico de estos días es la incertidumbre. Nunca se sabe, según los periódicos, la televisión, la radio, cuándo nuestros enemigos nos invadirán. Nunca se sabe cuándo pasará la guagua que estamos esperando. Nunca se sabe cuándo vendrá la carne a la carnicería. Nunca se sabe cuándo habrá detergente de nuevo en el lavatín. Nunca se sabe cuándo se irá la corriente eléctrica. Nunca se sabe cuándo hay que alabar a un gobierno de un país vecino o cuándo atacarlo. Nunca se sabe ni cojones. Incertidumbre es el desayuno, incertidumbre el almuerzo, la cena incertidumbre, el dormitorio. Incertidumbre es la manera en que te recibirá tu jefe, tu hermano, tu vecino, tu amigo, inmersos también en la barahúnda.

La calle es una especie de ruedo romano, pero con la diferencia de que aquí la bronca es de todos contra todos. La cola es el elemento más sobresaliente del paisaje. Si alguien quisiera hacer un retrato de la ciudad no podría evitar la presencia de la cola. La cola se ha vuelto un verdadero rabo. Es imposible quitársela de encima. Claro, están los que no tienen ese apéndice, los que tienen dólares y pueden comprar en tiendas especiales. Los que tienen mucho dinero cubano, que no viven de su trabajo pero tienen mucho dinero y lo pagan todo al precio que sea y lo privan a uno hasta de la posibilidad del mercado negro, porque como el circulante monetario es excesivo y las ofertas son insuficientes, las mercancías deficitarias se ponen por las nubes. Y así, ¿quién puede? ¿Quién pudiera?

Si pudiera acabar de sacarme a Zaira de la mollera estas cosas me la lacerarían menos. Pero estoy hipersensible, lo recibo todo. Estoy vuelto un cabrón radar. Será que como necesito solidaridad me solidarizo más rápido con la gente que protestan por todas estas cosas que a lo mejor antes no percibía cegado por la compañía de Zaira, que tiene el mágico don de borrar los padecimientos con una paciencia de asiático.

Un chino, eso es, tengo un chino atrás. La mala suerte no acaba. Estoy solo hace quince días. ¿Me iré a quedar solo para siempre?

Capítulo Veinticuatro

Capítulo Veintiséis





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