Capítulo XXIV La única pompa que pretendió escabullirse de la noche de las explosiones era una burbuja estrambótica con todos los colores mezclados y desvaídos. Mientras todas mostraban, valerosas, su redondez, ella podía ser octogonal, cuadrada, triangular. Cuando estalló, arrancó de los labios de Enmanuel la primera sonrisa de toda la jornada. En ella vivían unos señores apolillados, con olor a naftalina arcaica, que cumplían todos los reglamentos y que nunca probaron el sabor inquietante de lo prohibido. Sus señoras mujeres asistían a veladas en las cuales chachareaban todas contra todas, y al regreso hacían el amor con sus señores maridos sobre unas sábanas olorosas a aburrimiento y desolación. "Me cago en los conservadores", dijo Ares, cuando frente a la sonrisa de Enmanuel se esfumó la pompa desteñida, sin siquiera intentar una protesta, aunque fuera leve, miedosa.
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