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Introducción

Sobre el autor


Capítulo XVI


La noche honda. El mar bramando al norte. La sal del aire emborrachando la oscuridad. ¿Qué hacer?, se preguntaba Enmanuel. Las burbujas seguían reventando a su alrededor y él presenciando cuánto escapaba de ellas. Su duda suscitó una sacudida en el relámpago donde La Troyana hacía equilibrios. Ella lo miró con la angustia del resbalón inminente, del descalabro esperado. En sus ojos fulguraba el terror de la caída eterna. El abuelo suplicó a Enmanuel que asesinara al Niño del Pífano. Argos aulló de miedo contra los tabiques de la noche y Ares vibró de alegría, saboreando la proximidad de su triunfo.

Los cuchitriles olorosos a semen antiguo y paredes garabateadas se desbordaron. Hubo una floración descompasada de pétalos de papel y Príapo violó seis ninfas en la Laguna de la Leche y las convirtió en expendedoras de carnes perfumadas y entrañas frías, que partieron a burlarse del amor en todas las veredas de La Ilusión.

Enmanuel buscó los ojos de La Troyana y fue entonces que una pompa marrón, girando vertiginosamente, se interpuso entre él y la burbuja azul segundos antes de estallar, provocando un eclipse que los alejó del riesgo de la otra pisada de la equilibrista sobre el relámpago. Enmanuel tuvo tiempo, antes de desfallecer, de conocer a Rebelia.

La pompa de Rebelia era de un marrón furibundo. Ella la había coloreado con todos los carmines. La pompa de Rebelia agrede los ojos. La pompa de Rebelia molesta en la mirada. La pompa de Rebelia obliga a verla. Su sentido es que sepan que existe. Viaja como gritando ¡aquí estoy, no dejen de contemplarme! Rebelia es bella e iracunda. No porque quiera sino porque la obligaron. Su padre fue el primero en atreverse. La puso a tambalearse sobre la cuerda floja que tendió entre su locura y su sexo. Una cuerda del gris más repulsivo. Una mañana Rebelia amaneció con sabor a orine en la boca y nadie le creyó que fuera inocente. Pagó con su silencio las ganas del orate, que cada noche durante mucho tiempo, la obligó a balancearse sobre la cuerda gris, y ella amanecía requemada de orines, sin saber realmente qué ocurría.

Obligada a escapar bailó todas las cuerdas flojas y anduvo por el mundo como viajera acompañante de las ninfas que Príapo violara en la Laguna de la Leche. Una tarde rozó la pompa azul y pretendió alcanzarla, pero para entonces tenía el vientre frío y las manos agotadas, los senos oficiosos un tanto avergonzados. Rozó la pompa azul y supo que existía, mas se sintió privada. Un nigromante, abundoso en consuelos, la quiso proveer de un augurio sin faltas. Le dijo que en sus manos cabalgaba una sombra que si lograba luz le devolvería la lumbre en su vientre extenuado. El propio nigromante se encargó de ser la sombra que nunca consiguió ni siquiera un destello.

Conoció a otro adivino, un nómada de ferias, que también le afirmó, en ese enrevesado idioma de las cartas, que andaba un rey de bastos abriéndose camino hacia sus ojos. Rebelia los cerró, ensayando un desmayo, y despertó en los labios del nómada de feria que también se marchó junto a los saltimbanquis hacia una nueva ruta y otra muchacha ingenua.

Un tímido la halló ya en las tinieblas y ella se dispuso a huir. El tímido lloró y el llanto la contuvo. La rara siempreviva se quiso engalonar para el recién llegado, pero el tímido, después que entre los pétalos aprendió de escozores, fue tan tímido el pobre que no pudo asumirla con tanta historia antigua.


Capítulo Quince

Capítulo Diescisiete




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