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Ménem

Frank Correa 


LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) – El viejo vivía a la intemperie en el balcón de la segunda planta del edificio 11410, en Marianao, donde vivimos en una época. El balcón que le servía de cobija daba directamente sobre la calle 51. 

Durante los frecuentes apagones de 1993, situaban camiones de la policía, con un teniente, cada cierto tramo de la calzada 51. Uno de esos camiones lo situaban entre 114 y 116, frente a nuestro edificio, y no había quien le tirara ni un hollejo. 


Una noche, en medio del apagón, mi esposa, hastiada, rebelde, lanzó una botella a la calle, argumentando que nadie iba a saber, con tantos apartamentos que tenía el edificio, que había sido lanzada desde nuestra ventana.  Le dije que, de todas formas sospecharían de mí. 

El estallido de los vidrios puso en guardia al edificio y casas aledañas, incluso despertó a Ménem, que tomó su botella del piso, se levantó y se asomó al balcón, en el mismo instante en que los policías se resguardaban tras del camión por si aquello era el inicio de un bombardeo. El teniente alumbraba hacia arriba con un reflector. 

-¡Ahí está! ¡Cójanlo! 

Varios policías subieron a la carrera, pasaron delante de mi apartamento y siguieron hacia la segunda planta, donde estaba Ménem, recostado al balcón, despertándose todavía, con su botella de ron en la mano, listo a empinarla. 

-¡Ni lo intentes! -dijo un de agentes-, bájala suavecito y ponla en el piso.  

Ménem obedeció y la tropa cayó sobre él. Luego lo condujeron a la estación de policía.  
Una tarde, mientras bebíamos en su balcón-cama, que además era su casa, contó la historia de su vida. Cómo su  hermana creó una numerosa familia y lo había desplazado de su espacio en el apartamento donde vivió toda su vida. Cómo se quedó soltero, jubilado de la fábrica del vidrio, y aprovechó la cobertura del hacinamiento para irse a vivir al balcón, como un libertino.  

Su hermana permitía que se bañara en el apartamento de vez en cuando y guardara sus ropas en el escaparate. Incluso dijo estar dispuesta a darle todos los días un plato de comida, por tal de que no regresara, pero Ménem rechazó la limosna de plano, y le dijo que él era un viejo  digno, aunque para muchos fuera sólo un borracho.

Decía tener fuertes razones para emborracharse. Era la única forma posible que tenía de vivir en Cuba. 

Sus palabras finales fueron:  

-Cuando leí a Nietzsche lo comprendí todo. Dios existió, pero había muerto. 

Cuando lo cogió la policía por la noche la botella estaba vacía. “Lista para ser tirada”, dijo el fiscal en el juicio. La otra evidencia utilizada fue que la botella era de la misma marca que la arrojada a la calzada, “Decano”, el único ron que vendían ese año. También le encontraron mucho dinero en los bolsillos, demasiado para un mendigo, por lo que dictaminaron que alguien le había pagado para lanzar la botella.  Después de lo ocurrido a Ménem, mi esposa estuvo callada una semana. Cada vez que quitaban la luz le decía: Tira otra botella. 

Pero no volvió a tirar ninguna. 

 

 
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