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Ménem Frank Correa
Durante los frecuentes apagones de 1993, situaban camiones de la policía, con un teniente, cada cierto tramo de la calzada 51. Uno de esos camiones lo situaban entre 114 y 116, frente a nuestro edificio, y no había quien le tirara ni un hollejo.
El estallido de los vidrios puso en guardia al edificio y casas aledañas, incluso despertó a Ménem, que tomó su botella del piso, se levantó y se asomó al balcón, en el mismo instante en que los policías se resguardaban tras del camión por si aquello era el inicio de un bombardeo. El teniente alumbraba hacia arriba con un reflector. -¡Ahí está! ¡Cójanlo! Varios policías subieron a la carrera, pasaron delante de mi apartamento y siguieron hacia la segunda planta, donde estaba Ménem, recostado al balcón, despertándose todavía, con su botella de ron en la mano, listo a empinarla. -¡Ni lo intentes! -dijo un de agentes-, bájala suavecito y ponla en el piso. Ménem obedeció y la tropa cayó sobre él. Luego lo condujeron a la estación de policía. Su hermana permitía que se bañara en el apartamento de vez en cuando y guardara sus ropas en el escaparate. Incluso dijo estar dispuesta a darle todos los días un plato de comida, por tal de que no regresara, pero Ménem rechazó la limosna de plano, y le dijo que él era un viejo digno, aunque para muchos fuera sólo un borracho. Sus palabras finales fueron: -Cuando leí a Nietzsche lo comprendí todo. Dios existió, pero había muerto. Cuando lo cogió la policía por la noche la botella estaba vacía. “Lista para ser tirada”, dijo el fiscal en el juicio. La otra evidencia utilizada fue que la botella era de la misma marca que la arrojada a la calzada, “Decano”, el único ron que vendían ese año. También le encontraron mucho dinero en los bolsillos, demasiado para un mendigo, por lo que dictaminaron que alguien le había pagado para lanzar la botella. Después de lo ocurrido a Ménem, mi esposa estuvo callada una semana. Cada vez que quitaban la luz le decía: Tira otra botella. Pero no volvió a tirar ninguna. |