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22 de octubre de 2008
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El hijo de un contrarrevolucionario

Juan Carlos Linares Balmaceda

LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Con la llegada de una nueva vida a la familia llegan las marugas, los muñecos, las cunas; después vendrán los carritos o las muñecas, las pelotas. Más tarde, llegará la adolescencia, con el interés por la moda y los condones escondidos en las gavetas.

Un hijo representa un gran compromiso, la responsabilidad de alimentar, cuidar y educar. Planificar el futuro de un hijo es en realidad una fantasía de los padres ya que corresponderá a los jóvenes elegir las amistades, los amores, la profesión, el trabajo. Pero antes que eso acontezca es asunto de los padres elegir la escuela y los maestros para lograr una óptima formación de la personalidad del niño. 

En Cuba el futuro de los hijos está relacionado con la ideología de los padres y pasa por los filtros del Ministerio del Interior. Aquí no se supone que la fortuna y la felicidad formen parte del futuro de los hijos de los “contrarrevolucionarios”.

Conozco a una joven pareja que se negaba a tener hijos dentro de esta sociedad dictatorial. Tuvieron un noviazgo largo porque ambos deseaban casarse fuera de Cuba. Cansados de esperar la salida del país finalmente se casaron, bajo el acuerdo de que ella sólo quedaría embarazada en el exilio. Pasaron los años y, ante la demora de la salida, optaron por ser padres. Querían llamar al primogénito Julio, en honor a un familiar.
Como el parto se produjo el 26 de julio, importante fecha en el calendario castrista, optaron por otro nombre.

Vivían esperanzados de que el niño comenzaría la escuela en otro país; con una educación cívica, libre y elegida por ellos, diferente a la impartida en las escuelas cubanas, dictada por el gobierno. Querían para su hijo una formación sin pañoleta de pionero, ni proselitismo, ni consignas pro-gubernamentales; pero la realidad ha sido otra y el niño cursa ya el segundo grado en Cuba, en la escuela que le corresponde. 

Son pocos los padres, quizás sólo los opositores al régimen, los que se oponen a que sus hijos reciban la enseñanza oficial. El gobierno prohíbe las escuelas privadas, y castiga cualquier manifestación de inconformidad con la línea ideológica que impone el Ministerio de Educación.

Los hijos de los opositores o contrarrevolucionarios están condenados a padecer el ostracismo y la discriminación en su tierra natal. Aún así, existen padres comprometidos con sus convicciones democráticas que sortean todo tipo de riesgos con tal de no claudicar en el terreno de las convicciones y proteger a sus hijos del adoctrinamiento. Enfrentan ignominias, insultos y vejaciones.

¿Qué debe sentir un niño al presenciar que una muchedumbre, organizada y dirigida por la policía política, está apostada frente a su casa gritándole obscenidades a su familia, pintando grafitis o tirándole objetos a sus padres? ¿Es un criminal el padre que intenta poner freno a uno de esos actos de cobardía colectiva respondiendo con violencia? ¿Pierde por defender la integridad familiar su condición de pacífico?   

Admiración y respeto merecen los que valientemente se oponen a la dictadura, y comprensión todos los que han optado por el exilio para salvar a sus hijos.

Bienaventurados los hijos que, atrincherados junto a sus padres, hacen historia y luchan por el cambio en Cuba.

 

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