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El hijo de un contrarrevolucionario Juan Carlos Linares Balmaceda LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Con la llegada de una nueva vida a la familia llegan las marugas, los muñecos, las cunas; después vendrán los carritos o las muñecas, las pelotas. Más tarde, llegará la adolescencia, con el interés por la moda y los condones escondidos en las gavetas. Un hijo representa un gran compromiso, la responsabilidad de alimentar, cuidar y educar. Planificar el futuro de un hijo es en realidad una fantasía de los padres ya que corresponderá a los jóvenes elegir las amistades, los amores, la profesión, el trabajo. Pero antes que eso acontezca es asunto de los padres elegir la escuela y los maestros para lograr una óptima formación de la personalidad del niño. En Cuba el futuro de los hijos está relacionado con la ideología de los padres y pasa por los filtros del Ministerio del Interior. Aquí no se supone que la fortuna y la felicidad formen parte del futuro de los hijos de los “contrarrevolucionarios”. Vivían esperanzados de que el niño comenzaría la escuela en otro país; con una educación cívica, libre y elegida por ellos, diferente a la impartida en las escuelas cubanas, dictada por el gobierno. Querían para su hijo una formación sin pañoleta de pionero, ni proselitismo, ni consignas pro-gubernamentales; pero la realidad ha sido otra y el niño cursa ya el segundo grado en Cuba, en la escuela que le corresponde. Son pocos los padres, quizás sólo los opositores al régimen, los que se oponen a que sus hijos reciban la enseñanza oficial. El gobierno prohíbe las escuelas privadas, y castiga cualquier manifestación de inconformidad con la línea ideológica que impone el Ministerio de Educación. Los hijos de los opositores o contrarrevolucionarios están condenados a padecer el ostracismo y la discriminación en su tierra natal. Aún así, existen padres comprometidos con sus convicciones democráticas que sortean todo tipo de riesgos con tal de no claudicar en el terreno de las convicciones y proteger a sus hijos del adoctrinamiento. Enfrentan ignominias, insultos y vejaciones. ¿Qué debe sentir un niño al presenciar que una muchedumbre, organizada y dirigida por la policía política, está apostada frente a su casa gritándole obscenidades a su familia, pintando grafitis o tirándole objetos a sus padres? ¿Es un criminal el padre que intenta poner freno a uno de esos actos de cobardía colectiva respondiendo con violencia? ¿Pierde por defender la integridad familiar su condición de pacífico? Bienaventurados los hijos que, atrincherados junto a sus padres, hacen historia y luchan por el cambio en Cuba.
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