Crónicas          
11 de abril de 2008

El Yerbero (final)


Oscar Mario González                     


LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - El yerbero es, junto al bodeguero y al presidente del comité de defensa de la revolución, uno de los tipos más agasajados del vecindario con quien todos tratan de llevarse bien. Él, sin embargo, es más bien retraído y poco dado a la promiscuidad. Sobradas razones le acreditan un carácter poco permeable y algo salpicado de misantropía.     

Desde las ventanas de sus predios son visibles todas las miserias humanas reforzadas por las carencias materiales; allí concurren, más que las aflicciones del cuerpo, los achaques del espíritu y las cojeras del alma.
 
A la sala de su casa, donde generalmente tiene una estantería con las diferentes yerbas y palos, llega la jinetera procurando unas hojas de “no me olvides”, miel de abejas y un coco seco, para hacerle un “amarre” al italiano con quien quiere matrimoniarse.

Con igual procura acude la estudiante universitaria de último año de licenciatura en ciencias políticas, en este caso para que el gerente de la tienda, con quien tiene relaciones de alcoba, deje a la  legítima esposa y madre de sus dos hijos.

También aparece el doméstico buscando un palo de “yo puedo mas que tú” a fin de que el “muerto” le saque de la casa a un inquilino indeseable. Se trata de un hermano carnal que trajo del interior del país y le dio albergue, pero ahora quiere quitárselo de encima pues la familia ha crecido mucho y la casa no aguanta más.

Son muchos los que vienen y por muy diferentes razones. A veces para solicitar un daño y otras para librarse de él. En ocasiones los malos espíritus se agolpan entre las cuatro paredes y hay que exorcizar la vivienda mediante un buen “despojo” con ramas de albahaca fresca y “cascarilla”(cáscara de huevo pulverizada)
 
No son pocos los que llegan buscando remedios para el cuerpo. Algunas veces por iniciativa propia y otras enviado por el curandero; ocasionalmente por recomendación  del médico del consultorio o de la policlínica.

Para el que padece de los riñones el guizazo de caballo; un cocimiento de epazote para quitar el calambre de las piernas por la mala circulación; una infusión de romerillo para el dolor de garganta; una tizana de manzanilla con caña santa para trancar la diarrea y otra de hojas de limón tierno endulzado con miel de abeja para cortar la gripe. Jarabe de güira para botar el catarro “trancao” mediante el gargajeo. Fricciones de sebo de carnero para los dolores de reuma y sobado con manteca de corojo o de majá para quitar el empacho ya sea por la mucha comedera de fruta pintona o por cualquier otra hartera.

Por todo ello y porque nuestro personaje atiende al humano en su integridad, ha de tener un buen surtido de yerbas y palos; cocos secos para romper lo malo y hacer hablar al santo; azabaches contra el mal de ojos, oraciones, collares y soperas de barro entre otras muchas cosas.
 
Porque antes de l959 el trabajo era mucho más simple y tranquilo. El yerbero era, por lo general, un vendedor ambulante que acomodaba su carretilla en la acera o a la vera del camino y a fuerza de pregón anunciaba la mercancía compuesta de yerbas y palos. Hoy, suele ser su hogar el sitio de venta más común o un local alquilado al gobierno. En algunos casos se trata de verdaderos comercios como las hierberías situadas al costado del Mercado Único o el de la Virgen del Camino.
         
Como cualquier otro trabajador por cuenta propia nuestro personaje sufre el acoso de inspectores y policías aunque no pocas veces el temor a maleficios y encantamientos actúa como valladar o muro de contención. Su bregar, entre vivos y muertos, entre lo material y espiritual, suscita prudencia y cautela en estos momentos y con estos vientos que soplan en que los perros muerden “callaos”, los vivos te matan sin que los sientas y los muertos no hacen ruido porque andan en alpargatas.

Pero él sigue ahí, inalterable y sin perturbaciones bajo este cielo de un azul perenne y sobre esta tierra perfumada de aguardiente y raspadura; llamada por la providencia a la paz y al progreso pero ensombrecida por el vuelo de medio siglo de una bandada de tiñosas negras.

 

 


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