SOCIEDAD
Cuarto mundo
Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) -
Un amigo guyanés ha tenido mala suerte.
Tres accidentes en sus viajes a Cuba. Nada de
ingresos en terapia intensiva, ni tan siquiera
heridas leves, pero él insiste en calificar
la tríada de eventos como una desgracia.
Los acontecimientos sufridos le han dejado secuelas.
Ahora es precavido, observa con detenimiento el
asfalto y descubre a tiempo las protuberancias
fecales que hacen de Ciudad de la Habana unos
de los mayores servicios sanitarios al aire libre
del orbe.
La noche es peligrosa para los peatones desprevenidos,
pues plantarle la suela a una defecación
de un perro vagabundo, cambiarle el diseño
a la de un gato o desparramar la de algún
inquilino habituado a aportar su cuota de pestilencia
a la calle -bien como protesta o simplemente por
necesidad- es algo casi rayano en lo natural.
Muchos hogares en la capital carecen de inodoros
e innumerables barrios afrontan una escasez en
el suministro de agua que impide la práctica
de métodos civilizados. Este es uno de
los motivos para la proliferación de las
inmundicias. El otro es la fatal entronización
de la indisciplina a gran escala, reflejo del
declive que sitúa a Cuba en la encrucijada
de enfrentar epidemias sólo posibles en
países con un grado de pobreza extremo.
El dengue, las infestaciones parasitarias, los
virus que atacan la epidermis, entre otros, basan
su éxito en el estado de depauperación
social existente.
Sin ánimos de exaltar los infortunios de
una población que involuciona hacia la
haitianización, quien haya vivido en la
capital durante algún tiempo es muy posible
que no haya podido evitar un encuentro zapato-
excremento.
Si la ciudadanía o residencia del caminante
está fuera de los límites insulares,
pues aumentan los riesgos. Nadie puede imaginar
la brecha entre lo que se dice de Cuba en las
postales turísticas y lo que acontece en
intramuros. Los sembrados de porquerías
pululan frescos y rancios, en las aceras y en
las avenidas, en solitario y envueltos en trozos
de la prensa oficial.
Es inquietante lo que sucede, aunque el cubano
se acostumbra, incluso colabora con el desparpajo
como si nada le interesase. Hasta cierto punto
se impone la lógica. ¿Cómo
respondería cualquier conglomerado de seres
humanos con la casa erizada de grietas, un salario
de 12 ó 13 dólares al mes, con limitado
o nulo acceso a agua potable, sin medios de transportes,
y encima de todo que se le continúe exigiendo
desde las tribunas más sacrificios?
Sálvese quien pueda, es la palabra de rige
en el ambiente. No se dice, pero los hechos hablan
por si solos.
La gente, sobre todo los jóvenes, ejercitan
con regularidad el abordaje de los ómnibus
por el lugar más incómodo: las ventanillas.
De los balcones llueve el agua hedionda, el orine
de un perro, las colillas de cigarros, un salivazo,
las excretas de una gallina, en fin, todo lo que
sirva para marchitar el ornato y rinda tributo
a la catástrofe.
Mi amigo guyanés palideció al conocer
por dentro el hospital pediátrico ubicado
en el municipio Centro Habana. Recuerda en detalles
que bajo el cartel de NO FUMAR, varias personas
expelían sendas humaredas indiferentes
y conversando con el sosiego y el tono de quienes
asisten a un partido de fútbol.
Del baño salió con el ceño
fruncido, y los ojos al borde de las lágrimas
a causa de las emanaciones provenientes del inodoro.
"Voy a regresar por mi mulata. Si no, sería
el último viaje", me aseguró
poco antes de partir. De todas maneras ya sabe
cómo esquivar las heces que le han ocasionado
tan malos momentos. Ésta vez pudo salvar
del embarre sus tenis Nike.
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