OLA
REPRESIVA
¿Preámbulo de una muerte?
Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba - Febrero (www.cubanet.org)
- Quien carezca de sensibilidad o desconozca a
fondo la naturaleza del régimen cubano,
podría considerar mi pregunta fuera de
lugar. Un alarmista, alguien inclinado a la manipulación,
un fabricante de perspectivas falsas. Tales categorizaciones
alimentan los peligros de las víctimas
y resguardan con sendas cortinas de humos los
escenarios que suelen utilizar los victimarios.
No me es difícil encontrar respuesta
a la interrogante. ¿Sería raro en
un hombre que fue echado en una celda solitaria
por espacio de 9 meses, enfermo y acompañado
de roedores, insectos, y odios de todas las especies?
Ese fue parte del banquete de ignominias que
tuve que soportar durante casi 2 años por
poner en letras mis pensamientos y opiniones sin
los estorbos del miedo ni el fantasma de la complicidad.
Vi la muerte, en la soledad, en aquel juicio tragicómico
donde el fiscal pidió 15 años tras
las rejas y la mayor vocación de la defensa
fue asumir, con presteza, su papel ornamental.
Más tarde supe por mi esposa de la "generosidad"
del jurado. Me habían regalado 36 meses.
Es decir que estaría 18 años bajo
el reino de los candados y los balaustres. A 980
kilómetros de mi hogar, languidecía
entre insomnios provocados por el dolor de un
padecimiento colo-rectal exacerbado por las amebas
tan prolíficas en aquellas aguas turbias.
En la prisión de Guantánamo pensé
que mi vida terminaba. ¿Era parte de un
plan de exterminio? ¿Sólo un medio
para lograr una merma sustancial de la existencia
sin llegar a concretar el asesinato? Realmente
no lo sé.
Hubo rencor, excesos, brutalidad desde el principio.
Cualquiera puede morir en esas circunstancias
permanentemente conectadas al ámbito de
lo infrahumano. Fueron 75 personas condenadas
al suplicio de un encierro en aquella primavera
de 2003 por causas traídas por los pelos.
Nadie, de existir transparencia, honestidad e
independencia en el poder judicial, hubiese sido
condenado y menos con penas tan draconianas.
Me es posible ver desde los resquicios de mi
licencia extra penal por motivos de salud, el
brillo de la espada de Damocles. Salí de
la sordidez de las mazmorras el 6 de diciembre
de 2004, pero aún puedo sentir el influjo
de la maldad, las premoniciones fatales.
Estoy a merced de los vecinos que venden su
alma al diablo a través de sus perennes
fisgoneos. Existen policías que les molesta
hasta mi sombra, persisten las amenazas, los desvelos
por arrancarme neuronas y exprimir mis vísceras
con exquisitez científica.
El corazón de Miguel Valdés Tamayo
se quebró el 10 de enero último.
El mío no está exento de una ruptura
en un ambiente de zozobras e impensables coartadas
de quienes matan sin que les tiemble el pulso.
Sobran experiencias en eso de provocar la muerte.
La KGB y la Stasi formaron en Cuba alumnos aventajados.
Valdés Tamayo es un ejemplo (¿el
último?) del éxito de los verdugos.
Él abandonó la prisión
por prescripción facultativa antes que
yo. Pidió irse al exilio. Fue en vano.
Nunca le fue concedido el permiso de salida. Murió
en un hospital de la prisión grande mientras
disfrutaba de una libertad engañosa.
Otros corren peligro. Me cuento entre ellos.
Tampoco me permiten abandonar el país en
calidad de refugiado. Quizás tenga reservado
un turno para partir hacia el otro mundo. Sé
que no son espejismos los destellos que observo
cada día de la espada de Damocles.
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