La
amante de José Martí
Carlos Ripoll, El
Nuevo Herald, 28 de enero de 2007.
Martí no era ''un bailarín de virtud'',
como le confesó a un amigo, sino un hombre
que conocía ''todos los dolores, todos
los engaños, todas las razones de dudas,
todas las inquietudes y los tormentos todos de
los hombres''. Lo ejemplar en Martí es
donde fue eminente: el patriota, el Apóstol,
el escritor. Martí es uno de esos personajes
cuya altura da relieve a su vida amorosa: lo único
extraordinario en ella fue su amistad con la García
Granados, la invención de un poeta: la
''Niña de Guatemala'' no murió de
amor.
El trajín amoroso de Martí fue
común: un rosario de mujeres breves en
la juventud, alguna llamarada, la boda, el fracaso,
la amante. Ni Carmen Zayas Bazán era mujer
para Martí, ni Martí para ella.
Carmen se enamoró del genio, pero el genio
de Martí no estaba hecho para lo que ella
quería. Martí, por su parte, se
enamoró de la gracia de la camagüeyana,
y hasta quizás de su alcurnia, pero al
patriota no le interesaron esos valores. Durante
un tiempo el hijo mantuvo el matrimonio unido.
Lo que rompió la tregua fue el cansancio
de Carmen de vivir en el extranjero, y la resistencia
de Martí a volver a Cuba mientras no fuera
libre. "Allí toda bofetada me sonaría
en la cara''.
Los que no gustan de Carmen, dicen que lo abandonó
en 1885, pero no es cierto, la mujer y el hijo
habían ido a Cuba en ''temporada de patria''.
Martí andaba sin empleo desde el año
anterior. Al quedarse solo se mudó a la
casa de huéspedes de Carmita Miyares Mantilla,
viuda desde hacía poco. Cinco años
mayor que él, así encontró
un padre para sus hijos huérfanos, el mayor
aprendiz de bribón; y Martí el hogar
que nunca había tenido, aunque con más
de chimenea y jardín que de lecho y dormitorio.
Pasó el tiempo. Martí se quejaba:
''Carmen se detiene por ver si con su alejamiento
me fuerza a ir a Cuba, y donde detiene a mi hijo''.
En Nueva York empezaron las murmuraciones: dijo
un testigo de la época: ''Era a la sazón
comidilla y tema obligado en la intimidad de las
familias cubanas los amores de Martí''.
Le encubrían la relación los amigos;
los enemigos se la censuraban. Era entonces el
adulterio una mancha en el amante, un pecado mayor
en la mujer y un bochorno para la familia, y un
delito.
Martí vivió en la casa de Carmita
hasta que en 1895 se fue a la guerra de Cuba.
En 1891 tuvo la visita de la mujer y el hijo,
pero a los dos meses, escondidos de Martí,
regresaron a La Habana: debió llegarle
a Carmen el rumor de aquella relación y
descubrir sus huellas en los Versos sencillos,
que se iban a publicar: "Yo visitaré
anhelante / Los rincones donde a solas / Estuvimos
yo y mi amante / Retozando con las olas''.
El testimonio más vivo de los amores de
Martí y Carmita lo dejó Fermín
Valdés Domínguez, desde la infancia
amigo de Martí, aunque no siempre digno
de crédito; escribió en su Diario
de soldado: "No permito que nadie quiera
manchar la vida pura y casta y limpia de Martí
diciendo que por una querida abandonó a
su esposa. La esposa egoísta y vil fue
la que llevó al hogar el veneno la que
le arrebató a su hijo, y cuando él
se quedó solo y enfermo y pobre no tuvo
más consuelo que aquella santa que tuvo
para él todos los cariños, que fue
su madre y su hermana. No fue pues Carmita, una
querida, fue un ángel que Dios puso en
su camino para sostener y dar vida a aquel genio
que sin ella no hubiera podido vivir''.
Muerto el héroe creció la conspiración
del silencio, más por la calumnia de que
Martí era el padre de la hija menor de
Carmita. Cuanto podía revelar el secreto
fue destruido. Por disposición de Martí
habían ido a manos de ella sus papeles.
Sólo se salvó una frase amorosa:
en carta recién descubierta en los Archivos
Militares de España, le decía al
despedirse: ''Para usted toda la vida de quien
no lo olvida un momento''. Camino a Cuba le había
escrito Martí a una de las hijas de Carmita,
que lo adoraban: "Quiere mucho a tu madre,
que no he conocido en este mundo mujer mejor.
No puedo, ni podré nunca, pensar en ella
sin conmoverme, y ver más clara y hermosa
la vida''.
Más que como un simple trato sexual, la
amistad amorosa puede entenderse como hija de
la gratitud y del infortunio, si se tiene en cuenta
un verso de Martí como pensando en ella:
"No sepas, ay no sepas / Que no aplacas mi
sed, pero tu seno / Es sólo de ampararme
digno''.
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