PRENSA INTERNACIONAL
Enero 15, 2007
 

Escritores encañonados

Raúl Rivero, El Nuevo Herald, 14 de enero de 2007.

Madrid -- En los países ricos, donde el pan, el vino y los manjares desbordan los manteles y la cubertería antes, durante y después de los festejos del año nuevo, la gente se propone, en enero, adelgazar y aprender idiomas. En Cuba se aspira a conquistar la libertad y los que hacen --con su imaginación y sus desvelos-- más límpido ese sueño, tangible y palpable sus rebordes, son los hombres que están en prisión.

Dentro de esa colonia abundante y variada de cubanos que de noche viaja a las ciudades, a sus camas abandonadas, a los amores detenidos y visita el pasado o hace dulces travesías al porvenir, hay una categoría singular de personas: los escritores presos. Ellos salen también en pleno día y rompen, como diría Heberto Padilla, con su pupila dura esa guarida de astucias y terrones.

Allá en sus camastros, bajos los reflectores de la policía, observados con minuciosidad hasta en las madrugadas que comparten con insectos, quejas, fiebres y ruidos de cadenas, suelen llegar a la llanura de la página en blanco sin vértigo ni duda. Con todas las pulsaciones de la vida en la punta de grafito de los lápices o en la tinta coagulada del bolígrafo.

Son hombres que después de muchos sufrimientos, de un trato continuado y de tú a tú con la sed y con el hambre y una noción sobredimensionada de los contenidos de las palabras ausencia y soledad, se creen inmortales y poderosos porque consiguen escribir un soneto de amor o un solo verso que los alumbre una semana.

Así pasa la vida de Luis Milán, un médico de Santiago de Cuba, que en una cárcel de su provincia entra ya en el tercer libro poemas de su vida. Unos poemas que quiere perfectos y precisos, con rimas asonantes insólitas que él halla en la combinación de la lectura de los clásicos españoles y los textos donde repasa los misterios de la vida humana.

En Camagüey, con una poesía escrita con menos rigor, pero un poco más apasionada y con muchos aguaderos en la ironía, pasa su condena Alejandro González Raga, un lector compulsivo que se lee con fruición hasta las etiquetas de los pomos.

Se dice que Regis Iglesia, el más joven y renombrado representante del periodismo alternativo cubano, acaba de terminar otro libro, en su celda en un centro carcelario de Cienfuegos. El primero salió hace unos meses en España y son textos misteriosos, místicos, profundos, que aparecieron bajo el título de Historias gentiles antes de la resurrección.

En el Combinado del Este, el poeta y periodista Ricardo González trabaja ya también en su tercer libro de poemas y parece que prepara, por control remoto, otro cuaderno de crónicas, esas piezas descarnadas y poéticas con las que aprendió a describir la realidad cubana. El año pasado se presentó en Madrid su poemario Historia sangrada.

Hay otros escritores que salieron de las cárceles y viven en sus casas bajo la amenaza de que les confisquen sus hojas de papel con las historias y los testimonios de un tiempo que les han quitado a muchos hombres y mujeres. Ahí están con sus versos y sus relatos Oscar Espinosa Chepe, Jorge Olivera Castillo, Mario Enrique Mayo y Héctor Palacios. Y en otras zonas de derrumbe, Miriam Leiva, Tania Díaz Castro, Luis Cino, Víctor Domínguez, Juan González Febles, Abel Escobar, Oscar Ayala, Jaime Leigonier y otras decenas de periodistas y escritores que trabajan cada hora en la línea de fuego.

Ellos sí están en peligro. Cada noche alguien revisa sus expedientes, apaga la luz y los vuelve a guardar. Hasta un día.

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