PRENSA INTERNACIONAL
Enero 10, 2007
 

Los demócratas y el peligro cubano

Alejandro Armengol, El Nuevo Herald, 10 de enero de 2007.

Con el Congreso en manos del Partido Demócrata, existe la posibilidad de que la política estadounidense hacia el gobierno castrista se convierta en un tema más ''doméstico'' aún.

En la medida de que la situación en Irak empeore y Raúl Castro siga conduciendo el proceso de sucesión sin obstáculos, Washington se limitará a mantener sin cambios su estrategia cubana.

Quiere esto decir que durante los próximos meses --mientras el tiempo decide cuál fue el diagnóstico correcto sobre la salud de Fidel Castro, si acertó el doctor José Luis García Sabrido o el espía John Negroponte--, los únicos ''cambios'' que podrán introducir los legisladores demócratas tendrán que ver con la asignación de fondos y no con un replanteamiento de la estrategia hacia el régimen de La Habana.

Las señales están por todas partes, desde una investigación congresional al funcionamiento de Radio y TV Martí hasta una revisión de la administración de los fondos destinados a la ayuda de los grupos disidentes en la isla.

El eliminar los fondos o al menos establecer un mejor control sobre el dinero entregado para varios proyectos --que hasta el momento han brindado pocos resultados y consumido millones de dólares-- encierra un grave peligro político para los demócratas.

Los republicanos tratarán por todos los medios de destacar que el verdadero interés demócrata es minar los esfuerzos en favor de los opositores a Castro, así como pactar con el gobierno de la isla.

Es posible que algo de esto sea cierto. Como también es posible que no sólo congresistas demócratas sino también republicanos alienten en los próximos meses esa idea. Pero como viene ocurriendo desde hace años, el cálculo decisivo se realizará sobre las ganancias --políticas y económicas-- resultantes tras un mejoramiento de las relaciones con la isla y la pérdida en las donaciones y el voto cubanoamericano en el sur de la Florida.

Desde el punto de vista electoral, los demócratas pueden estar a punto de entrar en un campo minado: en vez de lograr poner en evidencia la incapacidad de la actual administración para desarrollar una política efectiva --que contribuya a un avance hacia la democracia en Cuba--, cargarán con las culpas del fracaso de una estrategia que le es ajena.

Tienen en su contra una situación que a primera vista puede ser interpretada como una ventaja: continuarán siendo el partido de la oposición, sólo que ahora con una cuota de poder tan grande que los hace partícipes de los errores.

Para los republicanos que son partidarios del recrudecimiento del embargo y las restricciones, el giro demócrata en el Congreso tiene un lado favorable, claro que visto desde una óptica relativa.

Los demócratas no cuentan con el poder necesario para llevar a cabo modificaciones sustanciales en una política que por décadas ha demostrado su inutilidad. Pero al mismo tiempo, es posible que puedan ponerle un freno a su desarrollo.

No es difícil entonces imaginar las justificaciones que una vez más saldrán a relucir: no es que el embargo no funcione, la cuestión es que no se aplica adecuadamente.

Pasará poco tiempo antes de volver a escuchar que el problema radica no en una estrategia de aparente confrontación, que sólo ha servido de justificación a Castro y sus seguidores, sino en "los obstáculos que los partidarios de La Habana en el Capitolio no se cansan de elaborar para impedir el triunfo de la libertad en la isla''.

De nuevo se esgrimirá el concepto de ''los grandes intereses financieros, siempre en favor de la negociación con el régimen'' y renacerán los ataques a los que "buscan hacer riqueza a cuenta del sudor y la esclavitud de los cubanos''.

Siempre ha existido cierta vocación ''anticapitalista'' en el llamado ''exilio de línea dura'', que tiene su explicación ideológica en las afinidades con el franquismo y la vocación totalitaria de algunos de sus miembros. Nada más repetido en esta ciudad que las críticas a la fortuna de los políticos demócratas más notables --sea un Kennedy, un Gore o un Kerry--, mientras se alaba y respeta la riqueza de los Bush y sus semejantes.

De esta manera, el error del presidente George W. Bush al enfrascarse en una guerra inútil, cruel y costosa en Irak seguirá actuando indirectamente en favor del régimen de La Habana. Frente a este hecho, la importancia de Cuba es relativa, al menos mientras la amenaza de un éxodo masivo no pase de ser un temor más en una época de incertidumbre.

Probablemente los demócratas sólo consigan quedarse a medias --y por lo tanto, no lograr nada--, temerosos también de disgustar demasiado a un sector de la comunidad cubana que desde hace años juega un papel importante --exagerado en ocasiones-- en las elecciones presidenciales.

Lo más adecuado para los legisladores demócratas, desde el punto de vista electoral, es una política de tanteo y cautela en el tema cubano. Lástima que esa prudencia también conspire contra la posibilidad de contribuir al avance de los cambios en la isla.

aarmengol@herald.com

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