PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 8, 2007
 

Así se vive en Cuba ahora que Fidel Castro ya no es su presidente

José Alejandro Castaño, Redactor de El Tiempo, Colombia, 07 de febrero de 2007.

LA HABANA - En los barrios de La Habana creen que Castro tal vez no regrese al poder. ¿Qué dicen un pescador, un taxista, un travesti? Crónica en las calles de una isla que es más de lo que parece.

En un mercado popular de La Habana, justo debajo de un mesón donde se apilan cáscaras de frutas y deshechos de hortalizas, hay una leyenda pintada con letras azules y rojas: "Los días venideros siempre serán mejores". La caligrafía del letrero es pegada, de picos redondeados. Los puntos de las íes son estrellas y las tildes son trocitos de confeti.

La frase, de casi dos metros de extensión, parece la promoción de una película infantil, pero en realidad anuncia la única convicción que más les importa a los habitantes de Cuba, esa isla gigante de las antillas donde todavía persiste el único gobierno comunista del continente.

Seis meses después de que Fidel Castro Ruz tuvo que ceder el poder de gobernar a su hermano Raúl, los cubanos se aferran a esa convicción. Pero eso no significa que todos estén esperando que su presidente muera, como anhelan los expatriados en Miami, ni tampoco que todos esperen que regrese al poder, como insisten en Caracas.

Contrario a las suposiciones que unos y otros se figuran desde ambos extremos ideológicos, los cubanos, justo en medio, sólo están de acuerdo en que, con Fidel o sin él, las cosas no cambiarán mucho y que no es cierto que tras su muerte, cada vez más cercana, la isla vaya a sufrir algún tipo de revuelta.

"Conseguir la comida no tiene nada qué ver con Fidel ni con Bush ni con Chávez. Eso es política y el hambre no se quita con discursos", dice un muchacho arriba de una bicicleta, después se ríe. Tiene un zarcillo en la oreja que brilla cuando mueve la cabeza y niega que la oscuridad sea el futuro que le espera a la isla. Sus zapatos son tenis americanos, su reloj es chino, lo mismo que sus gafas de sol, imitación Ray Ban. Pero el mayor contraste en su ropa es otro:

Lleva una gorra de los Yanquees de Nueva York y una camiseta con la cara del Che Guevara, el guerrillero más fotogénico del mundo. Alguien dirá que su vestimenta es prueba de diversidad ideológica, pero que va: "Es lo que tenía para ponerme", explica el muchacho y las interpretaciones se reducen a eso que los cubanos llaman "luchar la vida". No se trata de cualquier frase.

Esas tres palabras, que no se le atribuyen a ningún prócer de esta ni de otra patria, resumen la brega diaria por sobrevivir. "¿Está muerto Fidel?.. y eso que importa. Si no trabajo no como", dice Pamela, un travesti de cabello rubio y botas negras afuera del bar La Zorra y el Cuervo, en pleno centro de La Habana. Su ropa también parece una provocación:

En el cuello lleva un cordel de pepitas negras y rojas con la cara de Fidel en el centro. La imagen casi se le pierde entre los senos hechos con trapos. Se trata, dirá después, de un guiño para sus clientes, casi siempre turistas en busca de una experiencia cercana con la revolución. Su amor pagado también es una suerte de souvenir, igual que los trebejos conmemorativos que se venden en las calles:

Lápices, gorras, camisetas, vasos, cortaúñas, calendarios, esculturas, maletines, guantes, abanicos, cucharas... todo con las imágenes del Che o de Fidel, o de ambos. La inventiva cubana para comercializar trozos de su historia reciente es apenas comparable con la de la iglesia católica, que también vende millones en afiches y figuras.

Condones para pescar

Justamente, el ingenio es la mayor virtud de los cubanos, y lo dicen ellos mismos citando este o aquel caso en el que su cabeza lo resolvió todo, incluso lo que parecía un imposible.

En el malecón de La Habana, un pescador recuerda una proeza. Se llama Rubén Grass y dice que es primo de Luis Grass Rodríguez, un hombre que se hizo célebre porque convirtió su automóvil Buick modelo 53 en una balsa. "¡Coño, fue una cosa tremenda!", dice, mientras acomoda el anzuelo con el que aspira atrapar un gran pez serrucho. Es una noche sin viento y sin luna. El mar es una masa negra que salpica contra el muro del malecón. La historia es esta:

Luis hizo un armazón de tarros plásticos alrededor de su viejo carro, le adaptó un timón que manejaba con la cabrilla y una hélice que funcionaba con el motor en marcha. Ahí montó a su familia y zarpó hacia Estados Unidos. Lo increíble no es que lo haya intentado, es que lo lograra.

Tras un par de días de marcha llegaron a Miami. Un año antes, Luis y otro grupo de personas intentaron la hazaña a bordo de un camión Chevrolet que también convirtieron en balsa. Esa vez fueron alcanzados en altamar por los guardacostas norteamericanos y, tras hundir el carro frente a los cayos de La Florida, fueron deportados a la isla.

Rubén Grass se ríe , "¡Coño, qué cosa tremenda fue aquello!", luego él mismo hace un alarde de inventiva que confirma el genio cubano.

Del bolsillo del pantalón saca cuatro condones de fabricación china. Rasga la envoltura con los dientes, cuidando de no romperlos. Rubén Grass es un experto con cinco hijos qué alimentar. Después comienza a inflarlos y los amarra como si fueran una flor de hule, entonces deja una abertura en el nudo por donde pasa el cordel y la carnada. Aquello es una suerte de dirigible que le permite sacar el cebo hasta doscientos metros sobre el mar, justo donde merodean los peces de mayor tamaño.

Una prostituta de La Vieja Habana dice que lo más barato que se consigue en Cuba son los condones. "Son tan baratos que la gente los usa como globos para adornar fiesta de cumpleaños, bautizos y matrimonios". Es verdad. El gobierno subvenciona el costo de los preservativos para evitar embarazos y enfermedades, pero no sabe que con ellos también facilita la pesca nocturna en el malecón.

Sexo en el tejado

"En Cuba casi nada es como parece, y suele pasar que lo que ocurre es todo lo contrario", el acertijo es de Aníbal, uno de los cientos de taxistas piratas que recorren La Habana en busca de turistas para transportarlos por un precio más barato. Es alto, robusto, con los dientes y el bigote manchado por el humo de los cigarros sin filtro que el gobierno reparte entre la población.

Su carro es un Ford modelo 54, color vinotinto, carrocería impecable, sillas y cabrilla originales. En otro país, un coleccionista de autos antiguos podría pagarle veinte mil dólares, unos cincuenta millones de pesos, pero en Cuba su carro no vale casi nada.

En el mercado ilegal de automóviles de La Habana le darían hasta dos mil dólares, pero el que lo quiera comprar no podrá tener ninguna garantía y la propiedad seguirá siendo del primer dueño. Nadie está autorizado para vender ni comprar bienes. Con las casas pasa igual.

Existe un mercado ilegal y algunas personas disfrazan como herencia familiar lo que en realidad es una venta. Los que son descubiertos van a la cárcel, pero muchos se arriesgan porque tener vivienda es la mayor urgencia de los cubanos. El hacinamiento es ahora un problema de estado y se sabe que en una misma vivienda se apretujan dos, tres, cuatro familias, todas apeñuscadas, intentando respirar. Aníbal, el taxista, dice que lo más duro de la estrechez es la falta de intimidad.

"Yo por lo menos tengo mi carro, ahí me meto con mi mujer cuando nos da la gana", se resigna con voz amarga, y cuenta que muchas parejas se ponen horarios para turnarse los cuartos de su propia casa. En Cuba no hay hostales ni residencias, entonces las parejas se las arreglan escondidas en los monumentos, atrás del malecón, en las esquinas sin luz, arriba de los árboles. Aníbal jura que ha visto a un vecino y a su mujer haciendo el amor en el techo de su casa. ¿Cómo hace la gente de los barrios más pobres para no perder la alegría?

Televisión pirata

Contrario a lo que suele pensarse, eso de que los cubanos no saben lo que pasa afuera de la isla porque tienen prohibida la televisión por cable, cientos de casas hacinadas sí reciben señal de canales internacionales. Se trata de otra práctica ilegal, pero en todo caso común.

"Uno le paga a un compañero que baja la señal por computador en su casa y se liga con cable escondido por ahí", explica José, un vendedor de golosinas, también con el bigote y los dientes manchados de nicotina. Desde la calle, los cables que van y vienen son invisibles. La gente se las ingenia para tirarlos por los techos, atrás de las paredes, debajo de las materas, entre los pliegues de madera de los zarzos , incluso por los tubos del agua.

Sólo hay una condición: que el cable pueda retirarse de un jalón si la Policía llegara a revisar. Las redadas parecen frecuentes. Según José, todo se debe al temor del Gobierno de que la televisión internacional termine contaminando a la población, "haciéndole creer cosas alienantes", dice.

Los canales de la isla, entre ellos Cubavisión y Telerebelde, de cobertura nacional, son propiedad del Estado y sus contenidos, antes de cada emisión, pasan por una revisión ideológica. Hace meses que Fidel dejó de salir en las noticias, justo después de que cedió su lugar como presidente. Ahora sólo aparece encabezando desfiles del pasado, cuando su barba era negra, hablaba siete horas continuas y podía manotear con furia. Pero la gente se las arregla para saber.

Gracias a la red pirata, miles de cubanos siguen las noticias sobre la salud de su líder viendo Televisión Española o CNN. Todos lo saben, nadie lo dice. Pero claro, "en Cuba casi nada es como parece, y suele pasar que lo que ocurre es todo lo contrario".


"¿Y quién dijo que éramos perfectos? Al menos aquí no verás niños drogándose en las calles ni ancianos mendigando en las esquinas ni gente que cae asesinada en las aceras", explica el portero de un edificio estatal. Al final de la cuadra un grupo de travestis alisa sus vestidos.

Travestis de la revolución

El cuarto huele a húmedo. Está en el segundo piso de una casa a dos cuadras del Hotel Nacional, el más célebre de La Habana, reservado para presidentes, actores, escritores famosos y turistas ricos. La pieza mide dos metros por dos. Tiene una cama y una lámpara. En una de las paredes hay un cuadro de Michael Jackson. Lleva guantes blancos y gafas oscuras. El negocio de la dueña de la casa es alquilar el cuarto a los travestis de la zona, uno de ellos Pamela, el chico de senos de trapo y el collar de pepitas con la cara de Fidel.

A veces, cuenta, usa una blusa que le regaló un turista con la bandera de Cuba y una frase en inglés que dice "Hot Habana" (Habana ardiente). En una época tuvo que maquillarse con lápices de colores, entonces debía marcarse tan fuerte que le quedaban cicatrices, como si se hubiera cortado. Fue en la época del llamado "período especial", esos días después de la caída de la Unión Soviética que se prolongaron desde 1991 hasta el 2002, los más duros desde la Revolución.

No había gasolina, ni comida, ni jabón, ni zapatos, ni cuadernos, ni cigarros, nada, o casi nada. La gente, cuenta Pamela, mataba a sus gatos para cocinarlos. El ingenio de aquella época es célebre. Los cubanos fritaban las cáscaras de las frutas y envolvían en harina la tela de los traperos para comérselos. Lo llamaban filete de trapo. En La Habana dicen que algunos derretían los condones para ponerlos sobre el pan como si fueran queso.

Leyenda o realidad, la verdad era que la gente caía desmayada por ahí, mientras caminaba, recuerda un sacerdote que calla su nombre. Fue la época de los balseros que desbarataban sus casas para construir barcos con tablas y colchones. El gobierno no pudo frenar al éxodo. Miles se arrojaron al mar.

"Pero todo ha mejorado", sentencia Pamela risueña. Ahora puede maquillarse con pinturas de verdad y el filete de trapo es historia. Por cada relación cobra 25 Pesos Convertibles, unos 40 dólares. Se trata de una nueva moneda que encareció el turismo. Ya nadie recibe dólares y todo se paga en Convertibles, incluso el sexo ocasional. Por cada cliente, la dueña de la casa se queda con un porcentaje. La chica se encoje de hombros. El trato le parece justo.

Pamela es alta, rubia, de piel blanca y dientes alineados. Dice que hace parte de "los travestis de la revolución", lo dice así, y se ríe de nuevo. Para ella, la Revolución es una anécdota que lleva divisas a la isla, y recuerda cómo son los hombres que suele atender.

Italianos y brasileños con gorritas de Fidel, gringos y holandeses con tatuajes del Che, alemanes y argentinos con boinas revolucionarias. Por eso es que se pone ese collar con la cara de Castro, porque piensa que los clientes la compran como si fuera otro trofeo, un souvenir más. Algunos cubanos parecen dispuestos a golpearla por pensar así.

Burros de plata

Manuel, un zapatero remendón, es de los miles que creen que la Revolución es la cosa más grande que jamás ocurrió, y está agradecido. Hace un mes cumplió 40 años. Cuando nació, en 1967, Fidel ya era un mito. Él cuenta que lo quiere y que lamenta su enfermedad, pero cree que al final no hará falta porque la Revolución sobrevivirá sin él.

"Igual habrá que madrugar a trabajar", dice, concentrado en un par de sandalias de mujer con las suelas desgastadas. En Cuba, los zapatos deben durar mucho más que en cualquier parte, por eso la gente los remienda una y otra y otra vez. Unos pocos no lo necesitan y estrenan con frecuencia.

Son los cubanos ricos, gente que recibe dinero en efectivo de sus parientes en Estados Unidos, algunos de ellos beisbolistas y cantantes famosos. Aunque el gobierno norteamericano sólo permite que sus ciudadanos visiten Cuba una vez cada tres años, la gente se las arregla y viaja cada mes, a veces dos veces.

Casi todos toman vuelos a México, Colombia, Panamá o República Dominicana, de ahí pasan a La Habana. Todos aprovechan que las autoridades de la isla jamás sellan los pasaportes, entonces no queda constancia de sus ingresos y el gobierno norteamericano no logra seguirles el paso.

Por cada entrega, los "burros de plata", como llaman a los que transportan divisas, se quedan con el veinte por ciento del total del dinero. Es un negocio millonario que, de cualquier forma, pareciera permitir el gobierno cubano. La gente que recibe más plata es fácil de reconocer.

Van en carros último modelo, llevan cadenas de oro, usan ropa nueva, hablan por celular y comen en los restaurantes al lado de los turistas. No pueden salir de la isla, pero a cambio sienten que no viven en ella. "Aunque en Cuba todos recibimos lo mismo", cree Infante, un campesino de la Sierra del Escambray, a dos horas de la ciudad de Cienfuegos.

Su casa, de madera y piso de cemento, tiene tres cuartos. Su mujer se llama Ariela y el gobierno le puso un corazón nuevo. No pagó un peso. "Tuve que llevar una sábanas al hospital porque no tenían, pero a cambio le devolvieron la vida", dice el viejo. Hasta los detractores más rabiosos del gobierno de la isla terminan por reconocer que su sistema de seguridad médica, lo mismo que su sistema educativo, es ejemplar. ¿Cómo saber lo que pasará en Cuba cuando muera Fidel?

Lo desconcertante es que, pese a lo que se rumora en el resto del mundo por el delicado estado de salud de Castro, en La Habana la vida transcurre como si nada, o como si todo, según se mire.

¿De qué sufre Fidel Castro?

El presidente Fidel Castro Ruz sufre de una diverticulitis, formación de bolsas en la pared del intestino, que al inflamarse producen un abundante y peligroso sangrado.

Lo que debieron hacer los médicos para sanarlo fue hacer un corte transversal del colon y parte del recto, justo en el área enferma. Se trató, en efecto, de una delicadísima intervención, agravada aun más por la edad del paciente, de 80 años.

Finalmente, lo cirujanos unieron ambos extremos cortados, pero no todo salió bien. Días después, la unión se rompió y las heces fecales comenzaron a pasar al abdomen de Castro, lo que le causó una peritonitis aguda (infección). De nuevo, el presidente cubano volvió al quirófano.

La siguiente operación consistió en limpiar el área infectada y quitar lo que quedaba de intestino grueso. A falta de ese conducto, los médicos unieron el íleon (parte final del intestino delgado) con un ano artificial dispuesto en la mesa de operaciones.

Como si el panorama médico no fuera delicado, Fidel Castro sufrió una inflamación de su vesícula biliar, lo que obligó a los cirujanos a ponerle una prótesis en las vías biliares, pero el implante falló y tuvieron que cambiarlo por uno nuevo.

"Puedo manifestar que Fidel Castro no sufre ningún cáncer ni ninguna enfermedad maligna. Su estado es muy delicado, pero se está recuperando de manera satisfactoria." - José Luis García Sabrido, médico de Castro.

"Fidel Castro vigila hasta el último detalle y toma medidas para enfrentar cualquier agresión... Él peleará hasta el último instante y ese momento está lejos." - Ricardo Alarcón, presidente del Parlamento cubano.

"Lo que hicieron con ese último video fue confirmar la gravedad de su estado. Parece claro que se está muriendo. Todos lo vimos muy mal." - María Grecia Caña, exiliada cubana.

joshoy@eltiempo.com.com

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