El exilio es una tregua
Manuel Vazquez Portal, El Nuevo
Herald, 29 de abril de 2007.
El exilio no es solución. Es quizás
una tregua personal. Un descanso de la persecución
a que se ha sido sometido. Cuando un activista
político o de derechos humanos, un sindicalista
o un periodista independiente es obligado a partir
del entorno que lo define como tal, el gobierno
represor se siente más aliviado que quien
parte. Estar fuera del alcance de las fuerzas
represivas quizás salve de las embestidas,
pero también minimiza la incidencia del
opositor sobre su realidad natural, mientras el
gobierno aparta de sí lo que puede ser
un paradigma y convertírsele en un problema.
Nunca quise partir al exilio porque siempre conocí
de esa doble condición. Pero una vez exiliado
comprendo que mi nuevo estatus en nada cambia
mis agonías por un pueblo que sufre, mis
ansias de colaborar para conseguirle un poco de
sosiego, de estabilidad económica, de respeto
a sus derechos, y entonces tropiezo con el escollo
que impone la distancia. Frente a ello colijo
que no puedo hacer más que apoyar todo
aquello que provenga de la gente que, en primera
línea, batalla.
Obligado a ser un exiliado, de permanecer en
Cuba --donde no existen espacios políticos
alternativos ni garantías legales para
defender posiciones divergentes de la oficialidad--
se corre el riesgo de la prisión, no resta
más que, desde ese margen a que se es arrojado
(el exilio es, a mi modo de verlo, una suerte
de marginación), convertirse en sostén
irrestricto, voz exterior en todos los foros,
de quienes permanecen en el sitio de confrontación
directa.
Un opositor lo es auténticamente en tanto
que despliega su actividad directamente sobre
la realidad que desea cambiar. El desafío
pacífico supone riesgos. Riesgos que hay
que aminorar con la denuncia en el ámbito
internacional. Para ello sirve el opositor exiliado.
Cuando se pasa de opositor activo, in situ, a
la categoría de opositor exiliado, aun
al gozar de una mayor libertad de movimiento,
expresión, agrupación y reunión,
se tiene el impedimento de no poder influir a
toda capacidad sobre el entorno dejado atrás.
Por eso no hay tarea más importante que
la de respaldar a quienes más arriesgan.
Y eso torna el exilio en agonía porque
no se va al exilio a descansar, sino a luchar
por las libertades que se deseaban conquistar
para el lugar de origen.
Un exiliado lo es legítimamente cuando
comprende que el papel protagónico corresponde
a quien se mantiene en el campo de acción
directa y que es quien traza las tácticas
con mayor conocimiento de las circunstancias que
rodean al individuo comprometido. No se pueden
exportar tácticas cuando de por medio está
el distanciamiento de una realidad cambiante.
Al exiliado le corresponde un papel logístico
y divulgativo --en todos los soportes mediáticos
y foros a su alcance-- de las iniciativas emanadas
del entorno real de oposición.
Exilio y oposición interna han de ser
un todo armónico y bien articulado, cohesionado
por aquellas líneas de trabajo que unan
la generalidad de los intereses. El pluralismo
de las ideas es una condición sine qua
non de la democracia, pero la unidad táctica
para la lucha por la democracia es una necesidad
estratégica. Exilio y oposición
interna han de deponer las divergencias de matices
no esenciales que impidan la unidad táctica.
Toda división ayuda al enemigo común.
Antecesores como Gandhi, Sajarov, Václav
Havel, Lech Walesa han dejado claro la necesidad
de unión, de tolerancia, trabajo conjunto
y mutuo apoyo entre las diferentes líneas
de oposición. Una vez conseguida la instauración
de la democracia pueden entonces desatarse todas
las tendencias y enfrascarse en la saludable competitividad
electiva que origina la transferencia del poder
político. Pero hasta tanto no se logre
un entorno democrático donde puedan desarrollarse
las pujas políticas, la división
es altamente peligrosa y para evitarla es indispensable
el reconocimiento del papel que corresponde a
cada parte y cada individuo. Un líder verdadero
reconoce las necesidades tácticas de una
estrategia común y se prepara para ejercer
su liderazgo en el momento apropiado. La competitividad
política es hija de la democracia. Bajo
las dictaduras el poder es estático e imposibilita
la transferencia de mandatos. Hay que luchar por
que la transferenciabilidad política sea
un hecho y puedan ejercerse los liderazgos de
diferentes tendencias. Lo demás son cebollazos
en un ombligo enfermo de vanidad.
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