Una
nueva amenaza cada noche
Alejandro Armengol, El Nuevo Herald,
23 de abril de 2007.
De las diversas tácticas que el llamado
"exilio vertical" ha utilizado a través
de los años para tratar de lograr el derrocamiento
de Fidel Castro, pocas hay más vulnerables
que el señalar que en la actualidad Cuba
representa una amenaza para Estados Unidos.
Aunque algunos exiliados llevan tiempo empeñados
en esta tarea, poco han logrado al respecto. Es
más, han surgido nuevos factores en la
arena internacional que hacen aún más
difícil que se pueda alcanzar algún
resultado con argumentos tan burdos.
Los exiliados iraquíes repitieron una
y otra vez informaciones falsas, que ayudaron
a Washington en sus intentos de justificar la
invasión contra Saddam Hussein. Pero esta
invasión estaba acordada desde antes y
respondió a intereses de la Casa Blanca.
Quienes brindaron cifras alarmantes y pregonaron
oportunas teorías conspiradoras se limitaron
al papel de comparsas.
No hay que pensar que el gabinete de George W.
Bush, y principalmente la oficina del vicepresidente
Dick Cheney, aceptó como válidos
los datos adulterados presentados por los exiliados
iraquíes, sino que simplemente usaron la
información para apoyar su caso.
Cuando se demostró que las acusaciones
de que el dictador iraquí tenía
armas nucleares --o estaba a punto de obtenerlas--
eran falsas, el gobierno norteamericano quedó
en entredicho, pero Bush ha seguido actuando de
la misma forma irresponsable que al inicio de
la contienda. Sin importarle la pérdida
de vidas y empeñado en una batalla sin
fin.
Junto a Bush, y ahora ignorados por él,
los exiliados iraquíes quedaron frente
a la opinión pública mundial --y
ante su pueblo-- como un hatajo de irresponsables
que sólo deseaban que los estadounidenses
le hicieran el favor de quitar a Saddam del medio.
Bastan un par de preguntas simples: ¿Alguien
ha oído hablar del papel del exilio iraquí
en los últimos meses? ¿Influye éste
en algo sobre el futuro de esa nación?
No es mencionar a uno o dos funcionarios del nuevo
gobierno iraquí que partieron al exilio
y ahora ocupan algún cargo. Estamos hablando
de organizaciones y grupos que antes del derrocamiento
de Saddam celebraban congresos en el extranjero,
recibían fondos de la CIA y contaban con
una prensa internacional dispuesta a recoger sus
declaraciones. ¿Dónde están
ahora?
El ejemplo debía servir de lección
a los exiliados cubanos.
Sin embargo, quizá lo que impera en estos
casos es aprovechar el momento, recoger alguna
ganancia si está disponible y buscar algún
apoyo momentáneo.
Quienes proclaman la supuesta amenaza que representa
para EEUU el régimen castrista chocan contra
dos realidades. Una es que no existe esa amenaza.
El régimen de La Habana no está
interesado en agredir la nación norteamericana.
Tampoco la Casa Blanca tiene en marcha planes
para invadir la isla. La segunda es que tanto
Washington como La Habana han tomado las medidas
necesarias para evitar que surja una situación
de confrontación --real o a partir de supuestos
falsos--, y que ésta degenere en una crisis:
inestabilidad política a 90 millas de las
costas de la Florida y un éxodo masivo.
El gobierno norteamericano no muestra la menor
disposición de oír los gritos de
alarma, que con frecuencia y ligereza se escuchan
aquí en Miami. Todo lo contrario. No se
cansa de mandar mensajes para asegurar a quienes
están en los cuarteles de invierno de la
Plaza de la Revolución que no hay nada
que temer.
Ciertos exiliados persisten en esta tarea poco
provechosa. Tienen todo su derecho desde el punto
de vista de la libre expresión. No dejan
de resultar risibles en ocasiones y taimados en
otras.
La astucia radica en lograr que sigan llegando
las contribuciones económicas necesarias
a su labor, y así no tener que dedicarse
a otras tareas.
Más picardía aún es la de
aquéllos que llegan a esta ciudad y sin
quitarse el polvo castrista del camino, luego
de preguntar dónde se cena bien y se duerme
mejor, se presentan ante cualquier estación
de radio y televisión para contar lo que
dicen que vieron y oyeron, sin escatimar relatos
terroríficos y advertencias infundadas.
Mercaderes del miedo, que aprenden pronto la lección
de vender cualquier exageración. Farsantes
al afirmar que conocen planes secretos --que por
lo general elaboraron ellos mismos por el camino--,
los cuales no pasan de ser un engaño socorrido
para ganar algunos dólares.
En otros casos el empeño no tiene un fin
económico. Sirve para hacer más
soportable una frustración de años
o de recurso socorrido para ser llamado con frecuencia
a cualquier programa de televisión que
compite por acaparar una audiencia de exiliados.
Uno de los problemas que enfrentan quienes propagan
estos peligros inexistentes o mal formulados es
que sus acusaciones carecen de alcance. Si fueran
serias, provocarían reuniones al más
alto nivel de cualquier gobierno norteamericano,
sea demócrata o republicano.
Pero por encima de cualquier otra consideración,
la realidad es que Washington está empeñado
en una guerra demasiado costosa, desde todo punto
de vista, y enfrenta una compleja situación
en toda la zona del Levante, para detenerse por
un momento a escuchar a estos alarmistas.
Este año el Pentágono gastará
unos $10,000 millones por mes en Irak, o aproximadamente
$250,000 cada minuto. Ante estas cifras, y una
lista creciente de muertes a diario, las charlas
sobre mosquitos invasores, amenazas cibernéticas
y supuestas instalaciones dedicadas al bioterrorismo
--a las que cada "experto" atribuye
una localización distinta-- no cuentan
con muchos oídos receptores más
allá de la Calle Ocho.
aarmengol@herald.com
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