PRENSA INTERNACIONAL
Abril 27, 2007

Una nueva amenaza cada noche

Alejandro Armengol, El Nuevo Herald, 23 de abril de 2007.

De las diversas tácticas que el llamado "exilio vertical" ha utilizado a través de los años para tratar de lograr el derrocamiento de Fidel Castro, pocas hay más vulnerables que el señalar que en la actualidad Cuba representa una amenaza para Estados Unidos.

Aunque algunos exiliados llevan tiempo empeñados en esta tarea, poco han logrado al respecto. Es más, han surgido nuevos factores en la arena internacional que hacen aún más difícil que se pueda alcanzar algún resultado con argumentos tan burdos.

Los exiliados iraquíes repitieron una y otra vez informaciones falsas, que ayudaron a Washington en sus intentos de justificar la invasión contra Saddam Hussein. Pero esta invasión estaba acordada desde antes y respondió a intereses de la Casa Blanca. Quienes brindaron cifras alarmantes y pregonaron oportunas teorías conspiradoras se limitaron al papel de comparsas.

No hay que pensar que el gabinete de George W. Bush, y principalmente la oficina del vicepresidente Dick Cheney, aceptó como válidos los datos adulterados presentados por los exiliados iraquíes, sino que simplemente usaron la información para apoyar su caso.

Cuando se demostró que las acusaciones de que el dictador iraquí tenía armas nucleares --o estaba a punto de obtenerlas-- eran falsas, el gobierno norteamericano quedó en entredicho, pero Bush ha seguido actuando de la misma forma irresponsable que al inicio de la contienda. Sin importarle la pérdida de vidas y empeñado en una batalla sin fin.

Junto a Bush, y ahora ignorados por él, los exiliados iraquíes quedaron frente a la opinión pública mundial --y ante su pueblo-- como un hatajo de irresponsables que sólo deseaban que los estadounidenses le hicieran el favor de quitar a Saddam del medio.


Bastan un par de preguntas simples: ¿Alguien ha oído hablar del papel del exilio iraquí en los últimos meses? ¿Influye éste en algo sobre el futuro de esa nación? No es mencionar a uno o dos funcionarios del nuevo gobierno iraquí que partieron al exilio y ahora ocupan algún cargo. Estamos hablando de organizaciones y grupos que antes del derrocamiento de Saddam celebraban congresos en el extranjero, recibían fondos de la CIA y contaban con una prensa internacional dispuesta a recoger sus declaraciones. ¿Dónde están ahora?

El ejemplo debía servir de lección a los exiliados cubanos.

Sin embargo, quizá lo que impera en estos casos es aprovechar el momento, recoger alguna ganancia si está disponible y buscar algún apoyo momentáneo.

Quienes proclaman la supuesta amenaza que representa para EEUU el régimen castrista chocan contra dos realidades. Una es que no existe esa amenaza. El régimen de La Habana no está interesado en agredir la nación norteamericana. Tampoco la Casa Blanca tiene en marcha planes para invadir la isla. La segunda es que tanto Washington como La Habana han tomado las medidas necesarias para evitar que surja una situación de confrontación --real o a partir de supuestos falsos--, y que ésta degenere en una crisis: inestabilidad política a 90 millas de las costas de la Florida y un éxodo masivo.

El gobierno norteamericano no muestra la menor disposición de oír los gritos de alarma, que con frecuencia y ligereza se escuchan aquí en Miami. Todo lo contrario. No se cansa de mandar mensajes para asegurar a quienes están en los cuarteles de invierno de la Plaza de la Revolución que no hay nada que temer.

Ciertos exiliados persisten en esta tarea poco provechosa. Tienen todo su derecho desde el punto de vista de la libre expresión. No dejan de resultar risibles en ocasiones y taimados en otras.

La astucia radica en lograr que sigan llegando las contribuciones económicas necesarias a su labor, y así no tener que dedicarse a otras tareas.

Más picardía aún es la de aquéllos que llegan a esta ciudad y sin quitarse el polvo castrista del camino, luego de preguntar dónde se cena bien y se duerme mejor, se presentan ante cualquier estación de radio y televisión para contar lo que dicen que vieron y oyeron, sin escatimar relatos terroríficos y advertencias infundadas. Mercaderes del miedo, que aprenden pronto la lección de vender cualquier exageración. Farsantes al afirmar que conocen planes secretos --que por lo general elaboraron ellos mismos por el camino--, los cuales no pasan de ser un engaño socorrido para ganar algunos dólares.

En otros casos el empeño no tiene un fin económico. Sirve para hacer más soportable una frustración de años o de recurso socorrido para ser llamado con frecuencia a cualquier programa de televisión que compite por acaparar una audiencia de exiliados.

Uno de los problemas que enfrentan quienes propagan estos peligros inexistentes o mal formulados es que sus acusaciones carecen de alcance. Si fueran serias, provocarían reuniones al más alto nivel de cualquier gobierno norteamericano, sea demócrata o republicano.

Pero por encima de cualquier otra consideración, la realidad es que Washington está empeñado en una guerra demasiado costosa, desde todo punto de vista, y enfrenta una compleja situación en toda la zona del Levante, para detenerse por un momento a escuchar a estos alarmistas.

Este año el Pentágono gastará unos $10,000 millones por mes en Irak, o aproximadamente $250,000 cada minuto. Ante estas cifras, y una lista creciente de muertes a diario, las charlas sobre mosquitos invasores, amenazas cibernéticas y supuestas instalaciones dedicadas al bioterrorismo --a las que cada "experto" atribuye una localización distinta-- no cuentan con muchos oídos receptores más allá de la Calle Ocho.

aarmengol@herald.com



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