El camino viejo
Raúl Rivero, El
Nuevo Herald, 8 de abril de 2007.
Madrid -- Rechazo las descalificaciones personales
y las ofensas y reprobaciones en medio de los
debates de ideas y en las contiendas políticas.
Las rechazo porque esa práctica carece
de altura profesional y demuestra que quien usa
adjetivos denigrantes para su adversario anda
escaso de argumentos y sobrado de odios y frustraciones.
A ese nivel rasante, el sujeto se encuentra ya
al borde del desfiladero y en la antesala de la
derrota.
Pero claro, el hecho de que nunca responda en
el patio del mismo solar al que se me convoca,
sólo quiere decir que no incluyo los insultos
en mis textos de respuesta por respeto a los lectores.
Pensarlos, los pienso, y guardarlos para libros
que ya están comprometidos con editoriales,
los guardo.
Esta semana estuve a punto de hacer una excepción.
En realidad, ver en la pantalla de mi televisor,
al amanecer de un día de primavera en Madrid,
al ministro de Relaciones Exteriores de Cuba,
Felipe Pérez, insultar a los presos políticos
ante medios de prensa de todo el mundo y en presencia
de una delegación española de alto
nivel, me inspiró enseguida una respuesta
apresurada donde lo describía como un embutido
de Stalin y el conde Drácula. Afortunadamente,
me contuve al final.
Sentí ese impulso perturbador porque es
repugnante que alguien, nombrado a dedo por un
dictador, hable con desprecio y, en nombre del
pueblo, de más 300 verdaderos demócratas
encarcelados, sepultados en vida en calabozos
por no compartir una línea de pensamiento
cuyo único objetivo es mantenerse en el
poder. A toda costa, lo mismo detrás de
la levita de Carlos Marx que empeñando
la leontina de José Martí.
Para ellos el tiempo no pasa. Creen que lo ganan.
Los apapipios se consideran entendidos en materia
de inmortalidad. Les inducen esa fe, desde las
alturas del limbo, los señores que se niegan
a pasar.
Pienso que esa declaración del funcionario
cubano y el hecho de que ni el ministro Miguel
Angel Moratinos, ni nadie del primer nivel de
su delegación, se haya dignado a recibir
a los representantes de la oposición pacífica
y a una comitiva de las Damas de Blanco, anularon
la eficacia de la publicitada visita de 48 horas
a Cuba, al menos, en lo que se refiere a España
como una presencia importante en el proceso de
cambios que se avecina en la isla.
No se puede ningunear a quienes representan la
real franja democrática de la sociedad
cubana. Ni se puede aceptar un diálogo
de derechos humanos con un gobierno que asume
ese valor universal como un asunto interno del
estado totalitario. Y, mucho menos, si de manera
pública se excluye de la agenda --con una
frase atropellada y bárbara-- el tema de
los presos políticos.
Nadie se puede conducir con decencia y como un
caballero ante unos rufianes. Este tiempo, que
es otro porque es el mismo, no le da entrada a
las ingenuidades. La ingenuidad es una tarjeta
transparente que se intercambian los niños
y los enamorados. Es penoso asistir en silencio
a esa excursión naif, concebida por comisarios
políticos y a paso de conga, preparada
para Moratinos, como si se tratara de uno de esos
nuevos aprendices de tiranos que aparecen ahora
en el continente. Escuela de Medicina, arte y
besos a niños en las calles (la mayor fantasía
de Todor Yikov) para después, en el minuto
final y ante la prensa, contemplar como Pérez
se pone, con un gesto rápido, su corbata
de esbirro.
Creo que el viaje es un éxito para los
empresarios españoles y todos estamos de
acuerdo en que los gobiernos tienen, entre sus
deberes básicos, el de defender los intereses
económicos de la nación. Aunque
hay muchos caminos y veredas.
Pienso que los presos y los opositores políticos,
los hombres y mujeres que tarde o temprano participarán
de manera decisiva en el futuro de Cuba, tienen
razón en estar indignados y distantes.
Esto ha sido un guateque para los secuestradores
de la nación cubana.
Con los opresores no se puede negociar con emoción
y gratitud, sino con firmeza, cautela y sin música
de fondo.
''¿Qué van a hacer ahora los cubanos?'',
me preguntó anoche desde Oslo un periodista
noruego muy amigo mío. Los cubanos de la
isla y del exilio --le dije-- lo de siempre, trabajar
por la libertad de los 29 periodistas, de todos
los prisioneros políticos y de conciencia
y a favor de los grupos de la oposición
pacífica y por la democracia porque los
tiempos oscuros --ya se sabe-- son los que suelen
anticipar el alba de oro.
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