¿Por
qué no salen a la calle?
Emilio Ichikawa, El
Nuevo Herald, 21 de noviembre de 2006.
Cuba te espera'', decía un viejo lema
del Instituto Nacional de Turismo. ''Cuba espera'',
sería un eslogan más adecuado. Cuba
resiste, es decir, aguanta. Cuando escuchamos
hablar de pensamiento jamaiquino, de diálogo
coreano, de transición en Ruanda y oposición
iraní, apenas podemos entender qué
virtud tienen los más complicados países
que todavía nos falta a los cubanos.
No existe un acuerdo en torno a las causas, pero
sí ante los resultados: el castrismo es
un desastre; una suerte de castigo histórico
más difícil de vivir que de pensar.
Y, sin embargo, la gente sigue durando y el tiempo
alargándose en esa rara paz. ¿Por
qué no acaban de salir los cubanos a la
calle?, me preguntó hace unos días
un amigo nicaragüense de Jinotega.
Para encarar esta pregunta lo que primero debemos
aceptar es la imposibilidad de contestarla. No
podemos saber ''el ser'', ''la verdad'' de los
eventos sociales ya que las sociedades totalitarias
son inescrutables por el pensamiento científico
positivo. Por esa razón, la pregunta titular
tiene que ver más con lo propagandístico
que con lo sociológico.
La cuestión entonces se reduce a lo siguiente:
¿quién tiene una respuesta más
convincente ante la opinión pública
acerca del hecho de que los cubanos no han salido
a las calles a protestar como en Europa del Este,
China, Chile o incluso Oaxaca, el gobierno cubano
o sus críticos?
Evidentemente, el gobierno de Castro.
A nivel propagandístico, el castrismo
se define como un sistema cerrado de proposiciones
simples; lo que lo hace tan estúpido como
persuasivo. Las ''verdades'' del castrismo son
veloces, compactas, caben en los sitios más
disímiles: en un cintillo de Time Square,
en el margen de un libro, en la mente de un niño,
en la voluntad de un ingenuo, en la solapa de
una camisa, en una ilusión.
Las verdades del exilio, en cambio, son sofisticadas
y complejas, lo que es bueno para la literatura
pero malo para el marketing político. De
ahí que Miami pierda la mayoría
de las batallas propagandísticas con Castro;
no por falta de dinero en el mercadeo o del cruce
al idioma inglés, sino por algo más
intrínseco: por la naturaleza de las verdades
que quiere hacer ver.
Recordemos el ''caso Elián''. Una cadena
de TV nacional pregunta: ¿debe el niño
estar con su padre? Respuesta de un partidario
de Castro: ''Sí''. Un ''sí'' que
ni siquiera es una ráfaga sino un disparo
certero. Respuesta de un anticastrista: ``En principio
sí, pero...''.
Lo mismo ocurre ahora. A la propaganda oficial
castrista no le es difícil decir: ''Los
cubanos no salen a la calle porque aman a su comandante''.
Los oponentes están obligados a vertebrar
un largo discurso, un ''teque'': ''Bueno, si no
salen no es porque no quieran si no porque la
doble moral, usted sabe, y Freud y Gustave Le
Bon y Elías Canetti''. Y lo de nunca acabar.
La oposición al castrismo debe venir del
sentido común. Quizás debamos conversar
y preguntar más a la gente. Un futuro lleno
de argucias, por muy culto e interesante que sea,
no será nunca un futuro confiable.
|