De
la infame complicidad
Vicente Echerri, El
Nuevo Herald, 30 de marzo de 2006.
El Obispo Primado de la Iglesia Episcopal de
Estados Unidos, Frank T. Griswold, casi al final
de su período al frente de la más
antigua y prestigiosa denominación protestante
de Estados Unidos, estuvo en Cuba durante una
semana. La visita pastoral fue aprovechada por
la dictadura y por sus cómplices dentro
del clero episcopal cubano, para orquestar toda
una secuencia de actividades que sirvieran de
respaldo al régimen que oprime a los cubanos
desde hace casi medio siglo.
En un sermón televisado desde la misma
iglesia catedral donde alguna vez los fieles tuvieron
que enfrentar la hostilidad de los escolares que
movilizaban los comunistas para perturbar el culto,
el primado de los episcopales predicó un
sermón en que condenaba el embargo económico
impuesto por Estados Unidos a Cuba y lo culpaba
de los sufrimientos del pueblo cubano. Nada más
grato a los oídos de la dictadura cubana
que ha convencido a medio mundo de este sofisma,
cuando en verdad la exclusiva responsabilidad
de esos sufrimientos recae sobre la gestión
totalitaria y el fracaso económico que
se deriva naturalmente de la misma.
Por supuesto, el señor Griswold --que
casi seguramente tendría escrúpulos
de reunirse con el recién reelecto presidente
de Bielorrusia o con los militares que mandan
en la antigua Birmania-- departió amablemente
con Fidel Castro y otras autoridades, y visitó
escuelas y hospitales como parte de una agenda
oficial de casi una semana que sirvió para
robustecer la opresión y su aparato propagandístico.
Fuera de la agenda del prelado quedaban sin embargo
las agrupaciones disidentes, los presos de conciencias
y sus familiares, los periodistas y bibliotecarios
independientes y, desde luego, antes o después
de su visita, el contacto y la información
con las víctimas del castrismo, que en
cuantioso número residimos en Estados Unidos
y entre las cuales se cuentan obispos, sacerdotes
y laicos de la Iglesia que este señor preside.
Una vez más una personalidad del mundo
norteamericano incurre en el reiterado error de
congraciarse con una dictadura brutal como resultado
de una mezcla de ignorancia y prejuicios. Ignorancia
de la verdadera situación de Cuba antes
de la revolución castrista, ignorancia
de las causas políticas reales que produjeron
esa revolución, ignorancia de los crímenes
del castrismo en su empeño por conservar
un sistema que --con embargo o sin él--
ha fracasado dondequiera que ha querido imponerse.
Prejuicios a favor de una imagen de ''campeón
de los oprimidos'' que aún adorna a Castro
en los círculos izquierdistas de este país
y que los cubanos sabemos que es un fraude; prejuicios
a favor por oposición si no por odio a
los órganos de poder de Estados Unidos
que denuncian los crímenes del castrismo;
prejuicios en contra del testimonio de millares
y millares de víctimas de la dictadura
más larga y una de las más brutales
de este continente.
La izquierda norteamericana --a la que tristemente
pertenece el liderazgo de la Iglesia Episcopal
que alguna vez fuera uno de los baluartes del
establishment--, sigue creyendo en la supuesta
dignidad, logros y vigencia de un movimiento revolucionario
que alguna vez pretendió encarnar las mejores
aspiraciones de un pueblo, pero que siempre fue
un régimen tiránico, a cuya asquerosa
decrepitud estamos asistiendo.
La visita del obispo Frank T. Griswold a Cuba,
lejos de significar un gesto de solidaridad con
el pueblo cubano, ha sido un acto de complicidad
con sus opresores, explotadores y embaucadores;
es decir, una acción criminal, por la cual
debería rendir cuentas a la justicia o,
en su defecto, añadir para siempre a su
nombre, para mejor identificación, algún
epíteto infamante.
© Echerri 2006
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