Cruzamora:
puente entre dos mundos
Agustin
Tamargo, El
Nuevo Herald, 19 de marzo de 2006.
El tema esencial de estos modestos trabajos es
la política, ya se sabe. Bueno, no la política:
el patriotismo. La política es, o puede
ser, parte del patriotismo algunas veces, otras
no. La mía es la indefinible fiebre que
siente un hombre dentro del pecho cuando mira
su tierra y la ve degenerada, cuando contempla
su suelo natal y lo ve hollado, cuando observa
a los hombres que son sus hermanos y no halla
en ellos más que desesperación e
impotencia frente a un asfixiante, un estrangulador
dogal que lo domina todo, desde la cuna hasta
la tumba, hace casi medio siglo.
Esa es la Cuba de hoy. Se puede hablar de ella,
escribir sobre ella, o soñar con ella sólo
bajo el rigor de la angustia. Yo casi no puedo.
Trabajo, leo, ingiero alimentos, tengo hijos,
gano nuevos amigos. Pero hay en mí siempre
un vacío: el de la impotencia, el de la
esterilidad. ¿Se puede hablar de plenitud
humana cuando ves un cielo que no es el tuyo,
cuando pisas una tierra que no es la tuya, cuando
las voces humanas que entran en tus oídos
no son las tuyas? No, no se puede. Es decir: algunos
pueden. Yo, modestamente, no.
Por eso trabajo con cubanos y hablo con cubanos
y escribo para cubanos y leo casi exclusivamente
libros cubanos. Estos los leo todos: los que ya
había leído y algunos que imperdonablemente
mi juventud pasó por alto, empujado por
la ignorancia o la irresponsabilidad. Ultimamente,
entre los seres humanos mis preferidos son los
hijos de las nuevas generaciones cubanas que están
llegando a Estados Unidos. Son mis hermanos, son
mis hijos, son el producto de unos brotes humanos
intensos que Cuba ha tenido, pero que yo desconozco
por mi ausencia. ¿Qué caminos tomarán?
¿Con qué sueñan? ¿Qué
propuesta es la que tienen para salvar a la Cuba
atormentada? Yo los busco. Yo los encuentro. Yo
los trato con sumo gusto. A veces estamos de acuerdo
en un tema o el otro, a veces discrepamos. A veces
me enfurecen, y los increpo, cuando hablan mal
de la Cuba anterior al despotismo, que ellos no
conocieron y que yo critiqué en su tiempo,
pero que era infinitamente superior, en todos
sus órdenes, a la Cuba en la que ellos
nacieron y en la que a ellos les tocó vivir.
A veces muestran fe en el futuro, otras no. A
veces dicen que se quedan aquí, que no
regresan. Y ahí es cuando yo me levanto
del asiento y me voy.
No sé por qué he llegado aquí
en este breve trabajo. Y es quizás porque
voy hablar en él de un cubano que para
mí simboliza nuestro cubano del futuro.
Fue joven pobre, de los montes; fue soldado y
después oficial de la revolución;
fue preso político muchos años;
ha vivido fuera a veces en los jirones de la mísera
desesperación del destierro, sin un centavo.
Hoy es un hombre acaudalado que habita en una
casa de lujo, compra cuadros originales y muebles
costosísimos y tiene varios autos, algunos
de los de primera línea, que yo no sé
ni identificar. ¿Cómo se llama este
amigo? Se llama Roberto Cruzamora y en los últimos
tiempos se ha hecho un especialista magistral
de la publicidad médica y es respetado
en el destierro por su seriedad y la profundidad
de los temas políticos que a veces toca.
Roberto peleó con las armas en la mano,
Roberto ha peleado y pelea con la pluma en la
mano, y Roberto está ahora trabajando en
una obra literaria que, hasta donde han podido
ver los expertos, dicen que va a ser una obra
maestra. Yo lo creo. Conozco su calidad de persona,
su talento de escritor, su raigal fidelidad a
la mejor cubanía y a las mejores letras.
Hace algún tiempo Roberto publicó
un libro de cuentos. Tenía, tiene, un título
medio estrambótico, se llama Folkloriano.
Y hay en ese libro muchas narraciones y muchos
personajes que auguran el texto que la literatura
del futuro tendrá en él. Roberto
es un cubano típico: hijo de la tierra,
militante de la primera etapa revolucionaria,
preso político, exiliado, y sobre todo
un cubano al que ni las desgracias ni la prosperidad
han podido borrar en su alma el surco profundo
que dejó allí su tierra.
Yo lo conozco muy bien. Yo, en cierto modo, sé
apreciar el género de sus virtudes, a las
que añado su carácter personal cordial
y su sentido de la generosidad humana. Yo veo
en él a un cubano eminente del futuro.
Si algo ha hecho erróneo (como el enfrentamiento
con Húber Matos, que nunca aprobé)
no quiero anotarlo ahora. Quiero, simplemente,
apuntar a lo positivo que hay en él, que
es tanto. Y quiero, sobre todo, decir que cubanos
como éste, sólido como el tronco
de una palma real, espero que haya miles en la
Cuba de mañana. Para ponerla otra vez de
pie.
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