Cuba,
el pase de cuentas
Oscar Peña, El
Nuevo Herald, 6 de marzo de 2006.
No es improcedente abordar el tema. Son asuntos
de los que no se puede prescindir enfrentarlos
entre cubanos. Tratar de acercarse desde ahora
a esa complejidad es extremadamente necesario
y preparatorio para la cercana sociedad cubana
que se nos viene encima. A todo el pueblo de Cuba
--léase el de la isla y el del exilio--,
a sus primeros sucesores, juntas de transición,
parlamentos y rectores tocará tomar las
mesuradas decisiones sobre qué hacer y
cómo enfrentar un pasado de violaciones
de los derechos humanos.
Se hace esencial que desde ahora todos los cubanos
nos impongamos la disciplina y voluntad de adoptar
una mentalidad de estadistas. ¿Qué
es eso? Es pensar con mucha seriedad, prudencia
y amor hacia la patria, tratando de evitar nuevos
enfrentamientos violentos entre partes de su sociedad,
es determinar lo que sea mejor para curar el dolor
nacional de Cuba y no sólo el dolor individual.
Es dictaminar y aconsejar que la venganza, el
ojo por ojo, la ira y el desatino no resuelven
los problemas de ningún país. Es
concluir que no somos salvajes. Si otros ex países
comunistas de Europa han cambiado a la democracia
sin baños de sangre y sin nuevos exilios,
por qué vamos a ser los cubanos seres humanos
inferiores.
Es penoso que la inteligencia norteamericana
ponga a Cuba después de la muerte de Fidel
Castro en la lista de los países bajo riesgo
de inestabilidad. Porque el riesgo es Fidel Castro
vivo, y porque Cuba será humilde. En el
juicio nacional no hay absueltos. La corrupción
y el gansterismo inducido que tomó fuerzas
en los gobiernos de la década del 40 y
el 50 empezó a enfermar el país,
después Fulgencio Batista con su golpe
de estado, faltando tres meses para las elecciones,
y la instalación de un régimen autoritario
y con crímenes, agravó el terreno
y posibilitó la llegada del mayor dictador
y egocentrista que ha tenido Cuba en todos sus
tiempos. Seamos totalmente honestos: no sólo
las altas elites cubanas fueron las culpables.
¿Podrían haberse ejecutado los masivos
fusilamientos, atropellos, confiscaciones de propiedades
y vejaciones que se hicieron en Cuba a partir
de 1959 si no se hubiera contado con la participación,
el aplauso, la ligereza, la sumisión y
el silencio de la mayoría del pueblo cubano
que vive en la isla --y en Miami hoy?
Si algo puede ayudar a curar a Cuba es que el
arrepentimiento tiene que ser de todos. Desde
el auténtico, el ortodoxo, el batistiano
y el fidelista. Pocos cubanos tienen moral para
mañana convertirse en fiscales del prójimo
o para abusar de la libertad y la democracia creando
desórdenes, protestas y problemas en la
Cuba postcastrista; paralizándola o protestando
cada 24 horas por ciudades y centros de trabajo
si no tuvieron el valor de hacerlo cuando sí
era justificado y necesario. Ni el que está
allá en Cuba con la doble moral, ni el
más simple balsero que está aquí
y sólo se llenó de valor para huir,
puede ser juez de otros.
El mutismo nacional también fue y es culpa.
Hasta familias de los fusilados y de los condenados
injustamente a largas condenas vivieron calladas.
Otras hasta se incorporaron a la revolución.
Mi familia no fue la excepción, a pesar
que mi primo Jorgito Peña, de 19 años
fue fusilado en 1961 después de un teatro
de juicio relámpago para cubrir las formas.
El formaba parte de los primeros grupos de alzados
y acciones contra el régimen de Fidel Castro
en Pedro Betancourt, Matanzas. Su hermano Jaime,
un excelente ser humano, cumplió 22 años
de prisión por la misma razón y
hoy vive humildemente con su profundo dolor entre
nosotros aquí en Miami.
Sé que el perdón es un sentimiento
personal sobre el cual no se puede legislar ni
hacer decretos de ''borrón y cuenta nueva''.
Razones existen --de un lado y de otro-- para
las heridas y el dolor. Nadie puede pedirles a
las víctimas que perdonen y se reconcilien
con los victimarios. Sin embargo, los cubanos
sí podemos cambiar los métodos y
reclamar para la nueva Cuba un país sin
violencia política y la instauración
de un estado de derecho y leyes que respetemos.
Esa es la garantía de la justicia. De lo
contrario no seremos nunca un país serio.
Se justifica que los familiares de las víctimas,
cegados por el dolor, no comprendan un llamado
a la sensatez nacional, pero los orientadores
radiales que atizan el pase de cuentas deben saber
que para la administración de la justicia
no existe una sola vía, y que tener un
micrófono es una alta responsabilidad social.
La gritería radial antes del castrismo
también tuvo una alta incidencia en lo
que ha devenido Cuba. La historia cubana de 1933
y 1959 tiene que ser escuela y herramienta para
edificar un mejor país. En Cuba tenemos
que hacer el compromiso de que aquellos hechos
no deben resurgir jamás. El paredón
de fusilamiento no lo podemos olvidar para no
repetirlo.
Avanzan más el país y el ciudadano
que busca soluciones y caminos en los parlamentos,
en las cortes, en la prensa y en buenas elecciones
de sus representantes, que los que viran la sociedad
al revés. El importante pase de cuentas
tiene que comenzar personalmente con nuestras
fallas ciudadanas. Ayer y hoy todos hemos colaborado
al largo mal de Cuba.
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