Después de
Castro, ¿qué?
Cinco
Días, España, 3 de marzo de
2006.
Fidel Castro lleva casi 50 años en el
poder desde el triunfo de la revolución
cubana. Todos reconocen que esa permanencia insólita
ha marcado de manera decisiva el régimen
y lo ha impregnado de su fuerte personalidad,
que se considera insustituible. Porque frente
a la caducidad en el ejercicio del poder propia
de otros líderes políticos, Castro
siempre tuvo claro el carácter vitalicio
de su magistratura, de la que sólo decidió
que saldría con los pies por delante.
En definitiva, Castro es de los que hubiera podido
hacer suyo aquel principio que nosotros escuchábamos,
según el cual 'quien recibe el honor y
el peso del caudillaje no puede darse al relevo
ni al descanso'. Otra cuestión es que los
años vayan sumándose y que por eso
desde hace algún tiempo cundiera la convicción
de que llegaría el poscastrismo y se abriera
el interrogante 'después de Castro, ¿qué?'.
En España, el profesor Jesús Fueyo,
bregado en el Instituto de Estudios Políticos,
adelantó una respuesta frente a las incertidumbres
españolas, cifradas en el dilema de continuidad
o cambio, mediante una frase que trataba de ahuyentar
el aire de caducidad y de devolver a la nomenclatura
la idea de perennidad como antídoto contra
los desertores potenciales: 'Después de
Franco, las instituciones'.
Aquí, en Cuba, ha sido el propio Fidel
quien, en su discurso del pasado otoño
ante los estudiantes de la Universidad de La Habana,
rompió la rumorología ya muy diseminada
y aceptó que sus años tendrían
límite. En ese escenario señaló
que tras él los cubanos deberían
encarar el futuro aumentando la dosis de revolución.
Esa fue la urgencia declarada, recuperar la revolución,
devolverla sus perfiles originarios, insistir
en el propósito de la construcción
del hombre nuevo, depurar las corrupciones que
han erosionado el sistema, borrar cualquier otro
horizonte alternativo 'hasta la victoria siempre'.
Así que mientras la historia ofrece innumerables
ejemplos de la improrrogabilidad de los regímenes
personales y nos muestra cómo después
de Stalin vino la desestalinización; después
de Mao, la desmaoización; después
de Franco, la desfranquización; después
de Castro, en lugar de la descastrización,
sobrevendría más de lo mismo en
dosis masivas.
Para asegurar el futuro del castrismo la nomenclatura
está siendo movilizada con la colaboración
sostenida de Washington y sus bloqueos, con los
que la revolución tiene deudas impagables.
La tensión impulsa al cierre de filas,
descarta el gradualismo y favorece el radicalismo.
De aquellos años en los que por el turismo
y las inversiones se pensaba que podrían
favorecerse cambios progresivos recibidos con
alivio por sus efectos benéficos sobre
el nivel de vida de la población apenas
queda rastro alguno.
El régimen cubano ha conceptualizado una
tendencia a la excepción mientras sus referencias
internacionales desaparecían con la extinción
de la Unión Soviética o los cambios
en China, donde también se ha separado
la Iglesia (es decir, el Partido Comunista) del
Estado (es decir, los negocios). El castrismo
no se siente interpelado por otras caducidades,
agudiza su crítica de los demás
sistemas y de sus desigualdades y acaba de encontrar
un nuevo aliado estratégico en el chavismo,
al que suministra retórica ideológica
y excedentes sanitarios a cambio de petróleo.
Claro que según algunos autores, Chaves
podría ser un factor de democratización
en Cuba porque mantiene el recurso a las elecciones,
cuya adopción en la Isla Grande arrastraría
consecuencias difíciles de calcular.
De manera que siguen los intentos de ingeniería
social que inciden sobre la población,
todos deben esforzarse por examinar cada día
si son suficientemente revolucionarios y mientras
tanto resolver para subsistir en medio de dificultades
que aprietan de diferente manera. Las exigencias
revolucionarias se plasman en normas tan estrictas
que dejan a la ciudadanía en el incumplimiento
y siempre a merced de que le sean pedidas cuentas.
Atentos.
|