Los dictadores
no deberían ser admirados
Por Ricardo Manuel Rojas. Para
La Nación,
Argentina, 31 de julio de 2006.
La reciente cumbre del Mercosur en Córdoba
pareció darle un aire revitalizador a un
acuerdo regional bastante devaluado. Este nuevo
estímulo viene de la mano de la incorporación
de Venezuela al bloque, apuntalada ideológicamente
por el gran dictador latinoamericano de estos
tiempos: Fidel Castro.
La presencia de Castro en el país suscitó
gran expectativa, como cuando visitó Buenos
Aires hace tiempo y se le brindó una tribuna
privilegiada para que pronunciara uno de sus histriónicos
discursos y se lo presentó como un emblema
de la identidad latinoamericana.
Si se hace un repaso fugaz de su historia, participó
hace 48 años en una revolución contra
otro dictador populista y corrupto que, habiendo
llegado a la presidencia por elecciones democráticas,
decidió eternizarse en el poder. Desde
entonces, supo capitalizar la cercanía
de los Estados Unidos para tratar de convencer
al mundo de que aquella revolución contra
un minúsculo y corrupto politicastro se
había convertido en lucha permanente contra
el país más poderoso del mundo.
Creó su propio folklore, mantuvo el uniforme
de combate, se alineó de inmediato con
uno de los regímenes totalitarios más
sanguinarios del siglo XX, y al notar que quienes
habían luchado codo a codo con él
en Sierra Maestra exigían democracia y
república en lugar de dictadura, inició
una feroz persecución política que
envió a los auténticos próceres
de la revolución al paredón o a
la cárcel durante décadas.
Mientras los estudiantes universitarios latinoamericanos
compraban la romántica historia del Che
y se deleitaban escuchando las baladas de los
juglares del régimen, Castro no dejó
detalle sin cuidar en su férreo control
de la isla. Como muestra reciente de su brutalidad,
baste recordar la llamada Primavera de Cuba, cuyo
punto culminante fue el 18 de marzo de 2003, cuando
fueron detenidos 75 disidentes políticos,
sometidos a juicios sumarios y condenados a penas
de hasta 26 años de prisión. Otros
disidentes intentaron escapar, lo que produjo
al menos otros dos graves episodios: uno fue el
intento de desviar un avión hacia Estados
Unidos, que le valió a Leudis Arce Romero,
José Angel Díaz Ortiz y Jorge Luis
Pérez Puentes la condena a prisión
perpetua. El otro hecho, de mayor gravedad, ocurrió
el 2 de abril de ese año, cuando un grupo
de personas improvisó la toma de un transbordador
en La Habana para irse hacia Miami. Fueron de
inmediato detenidos, y tras un juicio sumario
que con dos apelaciones incluidas duró
ocho días, Bárbaro Sevilla García,
Lorenzo Copello Castillo y Jorge Luis Martínez
Isaac fueron condenados a muerte y fusilados.
Esta orden fue confirmada por el propio Fidel
Castro el 10 de abril como presidente del Consejo
de Estado. Es destacable que para aplicar la pena
máxima se tuvo en cuenta el gran perjuicio
económico, de alrededor de 2000 dólares,
que había causado el remolque de la embarcación
de regreso al puerto.
Entre los 75 condenados en el episodio del 18
de marzo se pueden recordar los casos de Alfredo
Felipe Fuentes, condenado a 26 años de
prisión por tener material "subversivo"
que incluía 45 ejemplares de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos y de Manuel
Ubals González y Juan Carlos Herrera Acosta,
condenados a 20 años de prisión
por poseer ejemplares de la misma declaración
y otros tantos del Proyecto Varela, iniciativa
tendiente a la apertura democrática de
Cuba.
Blas Giraldo Rodríguez fue condenado a
25 años de prisión por protagonizar
un acto "con el marcado interés de
molestar la tranquilidad del pueblo revolucionario",
el 10 de diciembre de 2002, aniversario de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos,
día en que intentaron repartir entre los
asistentes a una plaza pública ejemplares
de la Declaración Universal.
Buena parte de los condenados en esa ocasión
-Félix Navarro Rodríguez (25 años),
Iván Hernández Carrillo (25 años),
Blas Giraldo Reyes Rodríguez (25 años),
Alexis Rodríguez Fernández (25 años),
Ricardo Enrique Silva Gual (25 años), Pedro
Argüelles Morán (20 años),
Pablo Pacheco Avila (20 años), entre muchos
otros- lo fueron por intentar enviar hacia el
exterior artículos periodísticos
con información sobre lo que ocurre en
la isla. Lo curioso es que en muchos casos las
propias sentencias admiten que la información
no era mentirosa, pero dicen que atentaba contra
los intereses de la revolución. La persecución
llega a un punto tal que la posesión de
una tarjeta telefónica que permita hablar
al exterior es prueba fundamental de actividad
subversiva.
La Venezuela chavista, por su parte, aspira a
tomar la posta totalitaria latinoamericana que
Castro dejará algún día,
aunque más no sea por obra de las leyes
biológicas. La persecución a la
oposición política, su prohibición
de salir del país sin autorización
estatal, el control férreo de la economía
y la actividad política en todas sus áreas
señalan el camino en un país que,
a diferencia de la empobrecida Cuba, cuenta con
recursos naturales muy valiosos para apuntalar
el régimen. No es curioso que allí
también el tribunal supremo de justicia
haya decidido que, no obstante lo que diga la
Constitución, la soberanía está
por encima de los derechos individuales garantizados
en los pactos internacionales.
Una pregunta para sociólogos y psicólogos
debería ser por qué miles de estudiantes
universitarios que invocan sus derechos a la libertad
de expresión hasta el punto de impedir
por la fuerza decisiones institucionales tales
como la elección de su rector caen embobados
ante el discurso de un dictador bajo cuyo régimen,
por hacer el diez por ciento de las cosas que
aquí exigen como derechos inalienables,
pasarían décadas en prisión
o serían fusilados. Tampoco se entiende
bien a los profesores de derecho que diariamente
detallan a sus alumnos una a una las garantías
de las que gozan como ciudadanos, y luego van
a alabar a quien no ha dejado derecho humano sin
violar.
Pero además hay que preguntarse cuál
será el destino del Mercosur. Nació
como un mercado tendiente a facilitar el comercio
entre los países miembros, eliminando trabas
y barreras, según el recordado lema de
Bastiat: "Dejad que entren las mercaderías
porque, si no, lo harán los cañones".
Sin embargo, poco a poco se está convirtiendo
en un grupo de países gobernados por dictadores
que han abolido internamente todo resquicio de
libertad económica, competencia y derechos
de propiedad. Pasa con el gas en Bolivia, con
el petróleo en Venezuela, tal vez quiera
pasar con la actividad agropecuaria en la Argentina.
En todo caso, dejará de ser un mercado
para que comercien las personas y pasará
a ser un mercado para que comercien los gobernantes.
También hay que recordar que en los orígenes
del Mercosur, en buena medida por insistencia
del presidente Alfonsín, se pensó
que esta integración económica fortalecería
a las democracias representativas y republicanas
de los países miembros, que venían
de años de gobiernos autoritarios.
Si se piensa en la incorporación de la
Venezuela chavista, de los coqueteos con la Bolivia
de Evo Morales que comienza a dar muestras de
prácticas autoritarias en su país,
y la bendición ideológica de Fidel
Castro, es posible sostener que, lejos de un relanzamiento
del Mercosur, lo que vivimos fue una confirmación
de su muerte, al menos para los propósitos
para los que fue pensado. De hecho, el propio
Chávez anunció que su idea es que
el Mercosur se convierta en un gran foro político
para defender los intereses de los países
de la región, lo que desnaturaliza totalmente
su origen.
Es peligroso asociarse con regímenes autoritarios.
Pero es sumamente curioso, al mismo tiempo, ver
cómo América latina parece un ambiente
propicio para que se desarrolle este tipo de regímenes
y cómo los dictadores resultan tan populares
y aclamados, a pesar de la contundencia de los
hechos.
El autor es vicepresidente de la Fundación
Friedrich A. von Hayek y autor de Los derechos
fundamentales y el orden jurídico e institucional
de Cuba .
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