PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 13, 2006
 

Patrias y nostalgias

Manuel Vázquez Portal, El Nuevo Herald, 12 de febrero de 2006.

Dos patrias tengo yo:
Cuba, y la mía
Paráfrasis de Roque Dalton sobre versos de José Martí

Más de una patria tiene el cubano; más de una nostalgia padece. Y digo tanto del cubano encerrado en la isla como del cubano que lleva la isla encerrada en su corazón.

La patria, a pesar de ser una abstracción, es también una ristra de vivencias y recuerdos. El lugar en que hemos vivido luego nos vive para siempre en la memoria. Hay un olor de tiempo transcurrido en cada paso nuevo. Una casa, un barrio, una ciudad es la sementera donde nace la nostalgia cuando los ojos, que ya no son los mismos, se cierran y los evocan. La nostalgia es candil que sólo espera la brisa del recuerdo para arder con más brillo. No sabe el hombre vivir sin su memoria. Un amigo, un amor, una mascota pueden, en la distancia del tiempo o del espacio, devolvernos la orgía de fantasmas que creímos era la felicidad.

Cada ser humano tiene una patria íntima que es la verdaderamente dolorosa. En ella él es rey y habitan todos los súbditos de su corazón que, más tarde, lo tornan vasallo de su ausencia. La compone y recompone con la urdimbre de días que se entretejen y confunden, relumbran y se pierden. Es más bello el pasado porque puede borrarse lo que dolía. Es más triste el pasado porque sólo podemos enmendarlo en la memoria. De ese juego esplendente de ver con nuevos ojos nacen los abrazos que dejamos de dar, caricia se trueca el correazo de la abuela gruñona, salta el perdón que a tiempo no otorgamos, brota, al fin, el amor que nos torna magníficos en nuestra nimiedad frente al vasto universo, la ancha vida.

La lidia perenne en que seguimos siendo para dejar de ser, es la fuente de todas las nostalgias. La patria se conforma de esa enrevesada geografía de cicatrices con que se dibuja nuestra poca historia. Donde hubo una casa queda el sueño de quien la habitó, donde hubo un camino queda el resonar de las pisadas de quienes lo cruzaron y, aunque a la vuelta no hallemos la casa ni el camino, o nos parezca distinto al que hibernamos en el recuerdo, seguiremos doliéndonos por ellos. No hay salvación. Es la memoria un cesto de prodigios. La flor muerta vuelve a perfumar, vuelve a soñar el niño que dejamos atrás y nos alcanza una sonrisa que tal vez perdimos.

Para el cubano, que se llevó su casa y su camino en la maleta del exilio, la nostalgia le nace del pasado. Para el cubano, que le han borrado su casa y su camino cuando aún la habita y lo cruza, la nostalgia le nace del presente. Para el cubano del exilio la nostalgia es volver. Para el cubano de la isla la nostalgia es marcharse.

Pero irse o volver es una trampa. La patria íntima permanece. No puede volverse a ella porque ya no estaría tal cual la evocamos. No puede abandonarse porque viajaría con nosotros a cualquier parte. La patria no se hace de viajes o de claustros. No escapa de ella quien se aleja, ni permanece en ella quien se queda. La patria anda con nosotros. Es personal, irrepetible, propia. Sólo los tontos, los locos o los sátrapas creen que su patria es la patria de todos. Sólo los tontos, los locos o los sátrapas creen que su patria es la patria única. Sólo los tontos, los locos o los sátrapas creen que aquéllos que no aceptan su patria se quedan sin patria alguna. Para que la patria sea de todos es necesario que se respete, cuide y deje florecer la patria de cada uno. Nadie tiene derecho a imponer su patria como paradigma. La gran patria se arma cuando confluyen en ella todas las patrias íntimas y hallan juntas su realización.

Padece nostalgia el que se va obligado por alguien que quiere imponerle una patria que no es la de él, y padece nostalgia el que se queda desandando una patria prestada, dibujada por otros caprichos y que le imponen a riesgo de perder la suya propia. Víctimas son los dos. Los que de lejos añoran la patria que fue, los que desde dentro añoran la patria que sería. Víctimas son los dos porque ninguno tiene patria grande. Sólo la patria que permite el don natural de la patria íntima merece el privilegio de llamarse patria. Y ésa no es Cuba, o no es la Cuba mía.

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