Las
crueldades de abril
Manuel Vázquez Portal,
El
Nuevo Herald, 9 de abril de 2006.
Hace tres años París era una quimera.
Yo me pudría en una celda del cuartel general
de la policía política cubana. No
podía siquiera soñar. Mi calabozo
era tan pequeño que no cabíamos
mis sueños y yo. Sólo había
espacio para mi magro cuerpo y la atrocidad enorme
del gobierno. Me condenarían por el noble
derecho de pensar, de escribir. Otros cubanos
frente a la embajada de Cuba en la Ciudad Luz
se exponían a los insultos y los golpes
de los funcionarios y guardianes de la sede diplomática.
Mi amigo Ricardo Vega sangraba de la cabeza por
defendernos. Zoé Valdés apartaba
su dulce voz de poetisa y gritaba con furor por
nuestra libertad. Las damas de MAR por Cuba, capitaneadas
por Silvia Iriondo, mostraban su luto por la patria,
abogando contra la injusticia. El mundo era un
hervidero a nuestro favor. Las voces de intelectuales
y políticos de Europa y América
se elevaban por sobre el silencio que deseaba
imponer el gobierno cubano.
Ahora mismo estoy en París. Tirito. No
es el frío. Tiemblo de rabia y de impotencia.
Estoy frente a la embajada cubana. Grito el nombre
de Próspero Gaínza y de Juan Carlos
Herrera y de Héctor Maseda y de José
Ubaldo Izquierdo y siento que aún estoy
preso. Mi corazón y mis riñones
padecen en una cárcel de Cuba. Adelgazo
junto a José Luis García Paneque,
enceguezco con los ojos de Pedro Argüelles,
digo un improperio contra un guardián junto
a Pablo Pacheco, imploro a Dios cerca de Adolfo
Fernández Saíz, vuelvo a rebelarme
al lado de Oscar Elías Biscet y la palabra
libertad, libertad, libertad resuena en la calle
Presles, choca contra los balcones, rebota en
los adoquines, llega a los oídos sordos
de los diplomáticos torcidos, los embajadores
del mal, y enronquezco gritando, y es que aunque
estoy en París abrazado a Yolanda, mi amor
y mi pasión y mi dolor está entre
las rejas que aprisionan todavía a 60 de
mis amigos de aquella primavera de 2003, y me
doy cuenta de que no tengo derecho a descansar
mientras uno solo de ellos permanezca preso.
Silvia Iriondo está a mi lado. Es un fuego
de amor por la patria. De sus labios brota un
treno de angustia por Cuba. Está de negro,
pero no está triste; está de negro,
pero no llora. Batalla y entusiasma. Contagia
su serenidad infatigable. Arde con la pasión
de las antañas mambisas. Trajo desde lejos
a Anolán y a Sonia, y a Gema y a María
Eugenia, que la secundan. Y cada grito de libertad
de ellas es como un barrote que se quiebra y pone
a andar por las calles del mundo a cada preso
político cubano. Eleno Oviedo lleva la
bandera. La hace flotar sobre su cabeza erguida
de rebelde inclaudicable. Hay en él la
hidalguía de los veteranos. Y hay franceses
nobles que nos acompañan y hay cubanos
jóvenes que cada martes hacen saber a París
que Cuba sufre mientras ellos sufren un exilio
que les han impuesto y los aparta de la tierra
madre. Y en los ojos de Blanca González,
la madre dolorida de Normando Hernández,
veo arder la ternura y el valor que una vez descubrí
en los ojos de su hijo cuando en la cárcel
de Boniato decidimos morir de hambre antes que
vivir sin decoro.
Y Yolanda, que porta una enorme foto de las Damas
de Blanco, se multiplica y veo brotar de ella
a Laura Pollán y a Gisela Sánchez,
y a Mirian Leiva y a Berta Soler, y a Julia Núñez
y a Alejandrina Rivas, y a Magalis Broche y a
Anisley Puente, y a Dolia Leal que, con un gladiolo
rosado en sus manos de cubanas dignas, claman
a Santa Rita les devuelva al hogar a sus hombres.
Ya atardece en París. Y pienso en los
atardeceres solitarios de los calabozos donde
languidecen mis amigos, y veo una rata cruzar
veloz sobre la rústica litera donde pondrán
a descansar sus huesos, y escucho el zumbido de
los mosquitos que acuden por centenares a alimentarse
de su sangre valerosa, y huelo la fetidez de las
celdas inmundas, y oigo el resonar de las botas
de los guardianes que los vigilan, y vuelvo a
sentirme preso, irremediablemente preso porque
Cuba y mi corazón padecen de prisión
aunque Cuba navegue por el Caribe y yo camine
por París, pidiendo libertad.
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