Por
qué el castrismo morirá con Castro
Carlos Alberto Montaner, El
Nuevo Herald, 13 de agosto de 2006.
Con ochenta años, enfermo, y cercana su
muerte, lo esencial no es cuándo desaparecerá
Fidel Castro, sino qué sucederá
a partir de ese momento. ¿Conseguirá
sostenerse la dictadura sin el comandante? Probablemente,
no: están dadas todas las condiciones para
que se inicie el cambio. Aquí apunto ocho
muy importantes.
Fidel Castro ha aplastado con su enorme peso
todas las instituciones del país. El Partido
comunista es un cascarón vacío,
habitado por autómatas que hace décadas
perdieron la devoción y la mística
revolucionarias. La Asamblea Nacional del Poder
Popular (el parlamento), conocido como ''los niños
cantores de La Habana'', es una jaula de papagayos
donde jamás se ha oído una nota
discordante. Las organizaciones de masas (sindicatos,
federaciones de mujeres y estudiantes, etcétera)
no representan a sus afiliados sino a la policía
política que las controla.
La clase dirigente está totalmente desmoralizada
y secretamente desea cambios profundos. Gente
inteligente al fin y al cabo, después de
medio siglo de fracasado ejercicio del poder,
la cúpula sabe que defiende una causa universalmente
detestada. En la intimidad del hogar, eso es lo
que escuchan de sus hijos, hermanos y esposas.
Muchos de sus familiares se han marchado porque
no pueden soportar un régimen tan desastroso.
Los dirigentes saben que hoy no son los protagonistas
de una epopeya heroica, como se percibían
al principio de la revolución, sino los
torpes gestores de una dictadura odiada y temida.
Medio siglo de fracaso material es demasiado
tiempo. El colectivismo autoritario ha hundido
a Cuba en la miseria. El gobierno más largo
de la historia de Occidente, pese a tener en sus
manos todos los resortes del poder, ha agravado
hasta el martirio los problemas más elementales
de la sociedad: agua potable, comida, vivienda,
transporte, electricidad y comunicaciones. Simultáneamente,
ha realizado el asombroso contramilagro de diezmar
la centenaria industria azucarera hasta dejarla
en los niveles de producción de 1905.
Los ''logros'' de la revolución se han
convertido en la prueba condenatoria más
severa contra el sistema y en una fuente de frustración.
¿Cómo es posible que una población
educada y saludable viva de manera tan miserable?
¿No habíamos quedado en que el capital
humano es la clave de la prosperidad? ¿Por
qué ese Estado arbitrario y dogmático,
empeñado en un sistema absurdo, impide
que los cubanos creen riqueza (y disfruten de
ella) con su trabajo? No hay persona más
inconforme y deseosa de cambios que un ingeniero,
una médico o un maestro innecesariamente
condenados a la pobreza y a la falta de esperanzas.
Cuba, situada en el corazón del mundo
libre, no puede ser permanentemente la anacrónica
excepción de una utopía enterrada
hace más de quince años. El comunismo
fue una pesadilla del siglo XX que se saldó
con cien millones de muertos y un tercio del planeta
empobrecido y aterrorizado. Los cubanos (incluidos
los castristas) no ignoran que todo el Este de
Europa es hoy más feliz y próspero
de lo que era antes de 1989, dato que se comprueba
en el escaso respaldo electoral de los viejos
estalinistas. También saben que chinos
y vietnamitas se alejan rápidamente de
las supersticiones marxistas y resucitan el mercado
y la propiedad privada.
Hay vida más allá del comunismo.
Los ''revolucionarios'' cubanos no sólo
tienen todos los incentivos para cambiar, sino,
además, han aprendido que los viejos comunistas,
si no han sido responsables de crímenes
horrendos, pueden reciclarse dentro de formaciones
políticas democráticas, como ha
sucedido en Polonia, Eslovenia, o Rusia, y permanecer
o reconquistar el poder por la vía de las
urnas y el apoyo popular, siempre que respeten
las libertades. Ya saben que el fin de la dictadura
no significa una catástrofe personal para
ellos, sino el inicio de una nueva y promisoria
etapa.
Existe una oposición democrática
dentro y fuera de Cuba con la cual pactar la transición.
Con los años, el dolor y la experiencia,
dentro y fuera de Cuba se ha forjado una oposición
democrática que, una vez desaparecido Fidel
Castro, está dispuesta a propiciar una
transición pacífica hacia la libertad,
pactando las condiciones y los plazos con los
sectores reformistas del gobierno.
Estados Unidos no quiere anexar a Cuba, sino
contribuir copiosamente a que en la isla se instalen
un gobierno democrático y un sistema económico
capaz de generar prosperidad creciente. Todos
los cubanos saben, y eso es un gran incentivo
para estimular la transición, que Estados
Unidos volcará su poderío económico
para estabilizar la situación en la isla
y lograr que los cubanos vean de inmediato una
mejora sustancial en sus formas de vida para disuadirlos
de que intenten emigrar ilegalmente a Estados
Unidos. Con democracia, libertad económica
y Estado de derecho, en el curso de una generación
Cuba se situará junto a Chile, Argentina
y Uruguay, a la cabeza de América Latina,
como ocurría antes de 1959.
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