PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 14, 2006
 

Fidel: 'He muerto'

Danilo Arbilla, El Nuevo Herald, 13 de agosto de 2006.

En julio de 1974, en mi primer viaje a Europa, leí en un diario parisino que Franco había muerto. La noticia me alarmó: mi próximo destino era España y mi sueño, ver una corrida de toros. Imaginé mi debut en la madre patria con duelo total y todo cerrado y suspendido.

¡Qué mala suerte!, me dije. Y pensar que miles y miles de españoles en los últimos 35 años le deben haber deseado la muerte diariamente y justo se viene a morir cuando voy yo.

Fue una falsa noticia, debido a que desde hacía una semana nada se sabía del ''caudillo'' y, ante el secretismo de Estado, la prensa extranjera especulaba con su salud y con su muerte. Franco duró un año más y completó casi 37 de dictadura.

Con Alfredo Stroessner en Paraguay pasó algo parecido a principios de 1984. Desapareció por una semana y eso dio lugar a muchas versiones, expresiones de deseo y, por supuesto, se habló de que había muerto. Stroessner, a diferencia de Franco, no murió, pero fue derrocado cinco años después, tras 35 de dictadura.

El asesinato del dictador Rafael Leonidas Trujillo, en 1961, era el punto de partida de una acción para poner fin al régimen tiránico que llevaba ya 31 años en República Dominicana. Sin embargo, los generales complotados no se levantaron en armas porque no aparecía el cuerpo --el cadáver-- del ''benefactor''. Y si no lo veían, no lo creían y el miedo se apoderó de ellos. Ese miedo dio tiempo para que los hijos del tirano llevaran a cabo las más brutales atrocidades en venganza de su padre.

Qué nivel de desprecio por el derecho de la gente, de esa gente que consideran súbditos, a los que ni aún muertos, o cercanos al final, les hacen una mínima concesión. Están convencidos en su demencia autoritaria de que, ocultando la noticia de su muerte o de sus enfermedades, evitarán el final. Están convencidos de que, aplicando el sistema de control y vigilancia con que tiranizaron a sus pueblos, también podrán superar lo que es inevitable para todos los mortales, incluso para ellos. Cuánta soberbia y cuánto miedo. Pretenden seguir más allá del fin, quizá porque quieren alejar lo más posible el festejo de sus pueblos.

El caso de Fidel Castro se suma al de los anteriores. Incluso va más allá.

Para empezar, lleva 47 años de dictadura. En Cuba, al contrario de lo que ocurría en España, Paraguay o República Dominicana, las personas no pueden salir del país. En Cuba no existe ni la chance de especulaciones a nivel de la prensa, porque no existe prensa y sólo hay medios que son voceros del gobierno y del partido. Los corresponsales extranjeros no pueden ingresar a la isla. Ni el desbordante avance de las comunicaciones les trae alivio: a los cubanos les está prohibido acceder a internet. La gente no sabe dónde está ni cómo está Fidel, ni Raúl, su hermano y transitorio sucesor. Los cubanos están tranquilos, dicen desde el poder. ¿Y qué otra les queda?

En Cuba, la enfermedad del dictador fue anunciada, en una proclama, por él mismo, y quizá hasta piense que es el único autorizado a anunciar su propia muerte y que los cubanos sólo lo creerán cuando en una proclama les diga: Ahora sí. He muerto.

Confesará, entonces, que no es inmortal, pero sin descartar seguir ''mandando'' después de muerto, pues como le afirmó a su biógrafo Ignacio Ramonet, "podría andar como el Cid Campeador, que ya muerto lo llevaban a caballo ganando batallas''.

Y pensar que hay gente que aplaude todo eso.

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