PRENSA INTERNACIONAL
Agosto 14, 2006
 

El fecundo magisterio de Gustavo Arcos

Adolfo Rivero Caro, El Nuevo Herald. 13 de agosto de 2006.

La muerte de Gustavo Arcos Bergnes significa la desaparición del opositor político más importante dentro de Cuba. No importa que su quebrantada salud hubiera mermado su actividad desde hace años. Era un asaltante al Cuartel Moncada y, por consiguiente, uno de los fundadores de la revolución cubana. Que haya pasado toda su vida en la oposición es un símbolo de la frustración que significó la opción comunista de Fidel Castro para los revolucionarios de su generación.

Exiliado en México, Arcos no regresó a Cuba en el Granma porque un balazo recibido en el Moncada le había paralizado una pierna. Sin embargo, Luis, su hermano menor, participó en el desembarco y murió en los primeros combates. Su otro hermano menor, Sebastián, fue un organizador del Movimiento 26 de julio en Las Villas. Tras el triunfo del 1ro. de enero de 1958, Arcos regresó a Cuba y algún tiempo después era nombrado embajador en Bélgica, Dinamarca y Luxemburgo.

Hay que imaginarse lo que significaba para un joven de origen humilde ser un embajador en las capitales europeas. De un privilegio similar disfrutaba, la doctora Marta Frayde, que había sido nombrada embajadora de Cuba en la UNESCO, radicada en París. Ambos regresaron a Cuba para plantear abiertamente sus discrepancias con el rumbo que había tomado la revolución. Había que tener unas convicciones democráticas excepcionalmente firmes para rechazar de semejante forma las seducciones del poder totalitario.

El aparato propagandístico de la dictadura siempre ha insistido en que sus opositores en la isla son un grupo muy minoritario, opuesto a los intereses de la nación. Esto es algo más que una elaborada calumnia. Muchas veces olvidamos que la tesis fundamental del régimen cubano, la tesis fundamental de todo régimen comunista, es ser un gobierno de la clase obrera, una ''dictadura del proletariado'' y, por consiguiente, tener el apoyo abrumadoramente mayoritario de la población.

Para un régimen comunista esa popularidad es axiomática. Es su mito básico. Si los burgueses son liquidados como clase y abandonan el país, ¿qué oposición interna puede tener el régimen? Teóricamente ninguna o, en todo caso, la de algunos traidores o dementes. De ahí que se haya internado a los disidentes en hospitales siquiátricos. O que se envíe a reprimir a las Brigadas de Respuesta Rápida, y no directamente a la policía o la Seguridad del Estado, para disfrazar esa represión de ''acciones espontáneas de las masas''. Hay que luchar desesperadamente para preservar el mito de la popularidad. Es un dogma indispensable, la fuente última de la legitimidad del gobierno.

De aquí el enorme peligro que significaba para la dictadura que revolucionarios, sin vínculos con las antiguas elites nacionales, se atrevieran a denunciar la discrepancia entre las promesas utópicas de la revolución y la devastación real provocada por ella. Era destruir, desde dentro, su mitología básica. Hubert Matos y Mario Chanes fueron de esos casos. Sin embargo, dentro de Cuba, quizás nadie haya jugado el papel ni haya tenido el impacto de Gustavo Arcos Bergnes. En 1964, ya Fidel Castro lo estaba condenando a 10 años de cárcel por supuestos delitos ''contra la seguridad del Estado''. Salió de la prisión en 1969, tras una huelga de hambre, pero permaneció bajo vigilancia policial y se le prohibió viajar al extranjero. En estas condiciones, planificó una salida ilegal del país, junto con su hermano Sebastián. El plan fue descubierto y ambos resultaron detenidos en 1981 y condenados a siete años de prisión. Para la dictadura cubana hubiera sido mejor dejarlos ir. En 1983, en el Combinado del Este, Gustavo y Sebastián conocieron a Ricardo Bofill y decidieron formar parte del Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH).

Nace una esperanza

El hombre que había tomado las armas para luchar contra una dictadura en las condiciones de la república, decidió que, por el momento, la única forma de luchar contra otra dictadura, en las condiciones infinitamente peores del totalitarismo, era criticando sus violaciones de los derechos humanos. Existía una contradicción irresoluble entre los derechos humanos reconocidos universalmente y el planteamiento comunista de aniquilar a toda una parte de la sociedad. Había que aprovechar esa contradicción para denunciar los crímenes del régimen, destruir su mitología y socavar su autoridad. Era muy difícil pero empezaba a ser posible.

A mediados de los años 70, la Unión Soviética parecía hallarse en el apogeo de su poder. Sin embargo, los soviéticos aceptaron las proposiciones occidentales sobre derechos humanos incluidos en los Acuerdos de Helsinki de 1975, porque estaban ansiosos por garantizar el reconocimiento internacional del status quo del este de Europa. Era peligroso. El Principio 7 del Acta Final establecía el ''respeto por los derechos humanos y otras libertades fundamentales, incluyendo la libertad de pensamiento, conciencia, religión o creencia'' como uno de los 10 principios que regían las relaciones entre los países europeos.

Sin embargo, esto no preocupaba excesivamente a los dirigentes comunistas. En el Politburó soviético, Andrei Gromiko insistió en que el Principio 6, que se refería a la ''no intervención en los asuntos internos'', tenía igual fuerza que el de los derechos humanos. Gromiko tranquilizó al Politburó insistiendo en que, pese a cualquier presión internacional, "en nuestra propia casa nosotros somos los dueños''.

Los disidentes europeos no vieron el acuerdo de Helsinki como una ratificación del status quo sino como una nueva posibilidad para desafiar la represión. Esta idea hizo que, en 1976, Bofill fundara el Comité Cubano Pro Derechos Humanos. En 1978, el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, fue electo Papa tomando el nombre de Juan Pablo II. En 1979 se produjo la intervención soviética en Afganistán. En la VI Cumbre de Países No Alineados que se celebró en La Habana, Castro fue electo presidente de la organización.

Cuando Castro se presentó en Naciones Unidas se encontraba, probablemente, en el apogeo de su poder. Sin embargo, aunque la intervención en Afganistán había sido condenada por una abrumadora mayoría de los países miembros de Naciones Unidas, Cuba votó a favor de la intervención. Castro, el supuesto campeón de la independencia nacional, quedó expuesto como un títere del imperialismo soviético. En ese mismo año, Margaret Thatcher fue electa primera ministra del Reino Unido y poco después, en 1980, Ronald Reagan conquistaba la Casa Blanca. Empezaba un gran cambio.

A principios de los años 80, a pesar de estar presos y tener poca información, ya Bofill y los pocos miembros iniciales del CCPDH hablábamos con simpatía de Thatcher y Reagan. No nos decepcionaron. A iniciativa de Reagan, en 1985 salió al aire Radio Martí. La emisora habría de jugar un papel decisivo en la historia de la disidencia cubana. Sin ella no hubiera habido el extraordinario crecimiento del movimiento opositor en la isla. Las únicas críticas justas que se pueden hacer a Radio y TV Martí es no haber barrido con las interferencias de la dictadura y que los cubanos todavía no puedan ver a TV Martí las 24 horas y todos los días. Por otra parte, TV Martí debía aprovechar la considerable ampliación de su alcance en América Latina para jugar un papel más activo en la lucha ideológica contra el antiamericanismo. Sin embargo, hoy más que nunca, Radio Martí sigue siendo un factor absolutamente vital en la lucha contra la dictadura comunista.

En 1986, Bofill envió una carta al presidente norteamericano que éste respondió públicamente con emocionante cordialidad. Pese a los riesgos que esto significaba, Arcos, vicepresidente del CCPDH todavía en la prisión, recibió la noticia con un entusiasmo suicida. Seguía siendo coherente con toda una vida alineado junto a los valores liberales y democráticos de Estados Unidos. Y subrayó: "Junto a los valores que Estados Unidos representa, porque, en relación con sus intereses personales, alinearse con Estados Unidos, en Cuba, sólo significaba represión y sufrimientos''.

Lucha desigual

En 1988, nuestras denuncias públicas de las violaciones de los derechos humanos en Cuba sacaron de sus casillas a Castro. Eso lo hizo cometer dos graves errores. Uno fue desatar una gran campaña pública contra nosotros. Empezó con un editorial de Granma, el 16 de marzo de 1988, donde nos atacaba como traidores a Bofill, a Edmigio López Castillo y a mí.

La campaña, centrada contra Bofill, se prolongó varios días por la prensa escrita y la televisión. Sebastián que había salido de la cárcel, estaba con nosotros y Arcos era informado puntualmente. La ofensiva pública nos hizo conocidos nacionalmente. Para sorpresa nuestra, los simpatizantes, abiertos y encubiertos, surgieron por todas partes.

El otro error fue invitar a una comisión de Naciones Unidas para que comprobara la situación de los derechos humanos en la isla. Tan confiado estaba de su control de la población. Se equivocó. El CCPDH movilizó a más de 1,000 personas para que testimoniaran ante la delegación. Gracias a esos testimonios, al año siguiente se produjo la primera condena a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que se ha mantenido hasta el día de hoy. Castro pasó de acusador a acusado ante la comunidad internacional.

Cuando decidimos salir al exilio, Arcos salía de la cárcel. No quiso, como era lo natural, estarse tranquilo durante algún tiempo. Lo que hizo este católico militante fue pasar inmediatamente a encabezar el Comité Cubano Pro Derechos Humanos en Cuba, el vórtice mismo de la cólera de la dictadura.

Gracias a la publicidad conseguida, la solidaridad internacional con la oposición empezó a hacerse significativa. Y, sin embargo, los fondos que se dedican a esa lucha son insignificantes si se comparan con la ayuda soviética a la dictadura castrista durante casi 40 años y con la que ahora recibe del presidente venezolano Hugo Chávez.

Ha sido la comunidad cubanoamericana la que no ha permitido que Castro pueda matar de hambre al movimiento disidente. Pero las necesidades de un movimiento nacional son tantas, que toda ayuda, por definición, resulta insuficiente. El caso de Cuba no es, ni ha sido nunca, una prioridad de la política exterior de Estados Unidos. La solidaridad con Cuba tiene que competir con demandas de solidaridad del mundo entero. Son los esfuerzos de la comunidad cubanoamericana los únicos que mantienen vigente el problema cubano en la agenda del gobierno de Estados Unidos.

¿Por qué hace esto la comunidad cubanoamericana? Voy a decirles por qué no lo hace. No lo hace por dinero. El país para hacerse rico no es la Cuba del futuro sino los Estados Unidos del presente. ¿Que algún cubanoamericano aspira a ser alcalde de Marianao? Por favor. El presupuesto del Condado de Miami-Dade es mayor que el de Cuba. Y lo va a seguir siendo durante el futuro previsible. No se trata de intereses. Nunca han sido determinantes.

Nuestro argumento es que ahora la disidencia cubana se encuentra en la vanguardia misma de la guerra mundial contra el terrorismo. Combate, desde dentro, contra un estado delincuente, aliado público de Irán y Corea del Norte, estados patrocinadores del terrorismo y que se están armando con armas nucleares. Y Cuba tiene colaboración nuclear con ellos. Estados Unidos ha subestimado históricamente el peligro de la dictadura cubana. Es cierto que nadie ha hecho más contra la dictadura cubana pero no ha sido suficiente porque ésta se mantiene en el poder.

Hoy, esa subestimación es más peligrosa que nunca. Es cierto que, en relación con Cuba, Estados Unidos ha estado aislado en América Latina. Pero Cuba sigue siendo la plataforma ideal para todo tipo de ataques terroristas en su contra. Y nuestro gobierno lo ignora a su propio riesgo.

Un gran movimiento

Al igual que lo estuvo Arcos, hoy la disidencia cubana está firmemente alineada junto a Estados Unidos. ¿Qué esa no es una posición popular internacionalmente? Por supuesto que no. Lo popular ha sido el antiamericanismo. Pero a nombre del antiamericanismo se ha estado apoyando a la dictadura de Castro. Y eso es, precisamente, lo que ha permitido su perdurabilidad durante casi medio siglo. La disidencia cubana ha sufrido, en carne propia, las consecuencias del antiamericanismo y es por eso que, pese a la presión de la prensa internacional de izquierda, lo ha rechazado tajantemente.

En mi última conversación telefónica con Arcos, me dijo, rebosante de orgullo, que yo no podría reconocer el movimiento que habíamos iniciado.

''Adolfo'', me dijo, "¡Cómo ha cambiado el movimiento! Ya no somos unos pocos. ¡Ahora estamos en todo el país!''

Mantenía, como siempre, una fe inquebrantable en el triunfo final. Sebastián, tras volver a la cárcel, consiguió salir de Cuba y murió entre nosotros. Fue un golpe terrible para Arcos. Pero nada consiguió hacerle abandonar la lucha.

La vida ejemplar de Gustavo Arcos Bergnes envía un poderoso mensaje a todo el mundo: en Cuba hay una posición irreductible. Es la continuadora, en otras condiciones y con otros métodos, de la lucha que inició el heroico presidio histórico cubano.

No hay represión que pueda quebrarla. Ahí están Guilllermo Fariñas, dispuesto a morir en defensa de la libertad de información, y Oscar Elías Biscet, defendiendo el derecho a la vida. Ahí están René López Manzano, Vladimiro Roca, Jorge García Pérez Antúnez, Juan Carlos González Leiva, Berta Antúnez, Marta Beatriz Roque, Reinaldo Cosano Allen, Juan Carlos Herrera Acosta, el Dr. Darcy Ferrer, Pedro Antonio Alonso, Eduardo Torres, Catalina Y. Piña, Alexander Santos Hernández y tantos otros luchadores, presos y en libertad.

Su lucha es el mejor homenaje al recuerdo de Arcos. Pero la inevitable libertad del pueblo cubano será el único monumento digno de su memoria.

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