El
fecundo magisterio de Gustavo Arcos
Adolfo Rivero Caro, El
Nuevo Herald. 13 de agosto de 2006.
La muerte de Gustavo Arcos Bergnes significa
la desaparición del opositor político
más importante dentro de Cuba. No importa
que su quebrantada salud hubiera mermado su actividad
desde hace años. Era un asaltante al Cuartel
Moncada y, por consiguiente, uno de los fundadores
de la revolución cubana. Que haya pasado
toda su vida en la oposición es un símbolo
de la frustración que significó
la opción comunista de Fidel Castro para
los revolucionarios de su generación.
Exiliado en México, Arcos no regresó
a Cuba en el Granma porque un balazo recibido
en el Moncada le había paralizado una pierna.
Sin embargo, Luis, su hermano menor, participó
en el desembarco y murió en los primeros
combates. Su otro hermano menor, Sebastián,
fue un organizador del Movimiento 26 de julio
en Las Villas. Tras el triunfo del 1ro. de enero
de 1958, Arcos regresó a Cuba y algún
tiempo después era nombrado embajador en
Bélgica, Dinamarca y Luxemburgo.
Hay que imaginarse lo que significaba para un
joven de origen humilde ser un embajador en las
capitales europeas. De un privilegio similar disfrutaba,
la doctora Marta Frayde, que había sido
nombrada embajadora de Cuba en la UNESCO, radicada
en París. Ambos regresaron a Cuba para
plantear abiertamente sus discrepancias con el
rumbo que había tomado la revolución.
Había que tener unas convicciones democráticas
excepcionalmente firmes para rechazar de semejante
forma las seducciones del poder totalitario.
El aparato propagandístico de la dictadura
siempre ha insistido en que sus opositores en
la isla son un grupo muy minoritario, opuesto
a los intereses de la nación. Esto es algo
más que una elaborada calumnia. Muchas
veces olvidamos que la tesis fundamental del régimen
cubano, la tesis fundamental de todo régimen
comunista, es ser un gobierno de la clase obrera,
una ''dictadura del proletariado'' y, por consiguiente,
tener el apoyo abrumadoramente mayoritario de
la población.
Para un régimen comunista esa popularidad
es axiomática. Es su mito básico.
Si los burgueses son liquidados como clase y abandonan
el país, ¿qué oposición
interna puede tener el régimen? Teóricamente
ninguna o, en todo caso, la de algunos traidores
o dementes. De ahí que se haya internado
a los disidentes en hospitales siquiátricos.
O que se envíe a reprimir a las Brigadas
de Respuesta Rápida, y no directamente
a la policía o la Seguridad del Estado,
para disfrazar esa represión de ''acciones
espontáneas de las masas''. Hay que luchar
desesperadamente para preservar el mito de la
popularidad. Es un dogma indispensable, la fuente
última de la legitimidad del gobierno.
De aquí el enorme peligro que significaba
para la dictadura que revolucionarios, sin vínculos
con las antiguas elites nacionales, se atrevieran
a denunciar la discrepancia entre las promesas
utópicas de la revolución y la devastación
real provocada por ella. Era destruir, desde dentro,
su mitología básica. Hubert Matos
y Mario Chanes fueron de esos casos. Sin embargo,
dentro de Cuba, quizás nadie haya jugado
el papel ni haya tenido el impacto de Gustavo
Arcos Bergnes. En 1964, ya Fidel Castro lo estaba
condenando a 10 años de cárcel por
supuestos delitos ''contra la seguridad del Estado''.
Salió de la prisión en 1969, tras
una huelga de hambre, pero permaneció bajo
vigilancia policial y se le prohibió viajar
al extranjero. En estas condiciones, planificó
una salida ilegal del país, junto con su
hermano Sebastián. El plan fue descubierto
y ambos resultaron detenidos en 1981 y condenados
a siete años de prisión. Para la
dictadura cubana hubiera sido mejor dejarlos ir.
En 1983, en el Combinado del Este, Gustavo y Sebastián
conocieron a Ricardo Bofill y decidieron formar
parte del Comité Cubano Pro Derechos Humanos
(CCPDH).
Nace una esperanza
El hombre que había tomado las armas para
luchar contra una dictadura en las condiciones
de la república, decidió que, por
el momento, la única forma de luchar contra
otra dictadura, en las condiciones infinitamente
peores del totalitarismo, era criticando sus violaciones
de los derechos humanos. Existía una contradicción
irresoluble entre los derechos humanos reconocidos
universalmente y el planteamiento comunista de
aniquilar a toda una parte de la sociedad. Había
que aprovechar esa contradicción para denunciar
los crímenes del régimen, destruir
su mitología y socavar su autoridad. Era
muy difícil pero empezaba a ser posible.
A mediados de los años 70, la Unión
Soviética parecía hallarse en el
apogeo de su poder. Sin embargo, los soviéticos
aceptaron las proposiciones occidentales sobre
derechos humanos incluidos en los Acuerdos de
Helsinki de 1975, porque estaban ansiosos por
garantizar el reconocimiento internacional del
status quo del este de Europa. Era peligroso.
El Principio 7 del Acta Final establecía
el ''respeto por los derechos humanos y otras
libertades fundamentales, incluyendo la libertad
de pensamiento, conciencia, religión o
creencia'' como uno de los 10 principios que regían
las relaciones entre los países europeos.
Sin embargo, esto no preocupaba excesivamente
a los dirigentes comunistas. En el Politburó
soviético, Andrei Gromiko insistió
en que el Principio 6, que se refería a
la ''no intervención en los asuntos internos'',
tenía igual fuerza que el de los derechos
humanos. Gromiko tranquilizó al Politburó
insistiendo en que, pese a cualquier presión
internacional, "en nuestra propia casa nosotros
somos los dueños''.
Los disidentes europeos no vieron el acuerdo
de Helsinki como una ratificación del status
quo sino como una nueva posibilidad para desafiar
la represión. Esta idea hizo que, en 1976,
Bofill fundara el Comité Cubano Pro Derechos
Humanos. En 1978, el arzobispo de Cracovia, Karol
Wojtyla, fue electo Papa tomando el nombre de
Juan Pablo II. En 1979 se produjo la intervención
soviética en Afganistán. En la VI
Cumbre de Países No Alineados que se celebró
en La Habana, Castro fue electo presidente de
la organización.
Cuando Castro se presentó en Naciones
Unidas se encontraba, probablemente, en el apogeo
de su poder. Sin embargo, aunque la intervención
en Afganistán había sido condenada
por una abrumadora mayoría de los países
miembros de Naciones Unidas, Cuba votó
a favor de la intervención. Castro, el
supuesto campeón de la independencia nacional,
quedó expuesto como un títere del
imperialismo soviético. En ese mismo año,
Margaret Thatcher fue electa primera ministra
del Reino Unido y poco después, en 1980,
Ronald Reagan conquistaba la Casa Blanca. Empezaba
un gran cambio.
A principios de los años 80, a pesar de
estar presos y tener poca información,
ya Bofill y los pocos miembros iniciales del CCPDH
hablábamos con simpatía de Thatcher
y Reagan. No nos decepcionaron. A iniciativa de
Reagan, en 1985 salió al aire Radio Martí.
La emisora habría de jugar un papel decisivo
en la historia de la disidencia cubana. Sin ella
no hubiera habido el extraordinario crecimiento
del movimiento opositor en la isla. Las únicas
críticas justas que se pueden hacer a Radio
y TV Martí es no haber barrido con las
interferencias de la dictadura y que los cubanos
todavía no puedan ver a TV Martí
las 24 horas y todos los días. Por otra
parte, TV Martí debía aprovechar
la considerable ampliación de su alcance
en América Latina para jugar un papel más
activo en la lucha ideológica contra el
antiamericanismo. Sin embargo, hoy más
que nunca, Radio Martí sigue siendo un
factor absolutamente vital en la lucha contra
la dictadura comunista.
En 1986, Bofill envió una carta al presidente
norteamericano que éste respondió
públicamente con emocionante cordialidad.
Pese a los riesgos que esto significaba, Arcos,
vicepresidente del CCPDH todavía en la
prisión, recibió la noticia con
un entusiasmo suicida. Seguía siendo coherente
con toda una vida alineado junto a los valores
liberales y democráticos de Estados Unidos.
Y subrayó: "Junto a los valores que
Estados Unidos representa, porque, en relación
con sus intereses personales, alinearse con Estados
Unidos, en Cuba, sólo significaba represión
y sufrimientos''.
Lucha desigual
En 1988, nuestras denuncias públicas de
las violaciones de los derechos humanos en Cuba
sacaron de sus casillas a Castro. Eso lo hizo
cometer dos graves errores. Uno fue desatar una
gran campaña pública contra nosotros.
Empezó con un editorial de Granma, el 16
de marzo de 1988, donde nos atacaba como traidores
a Bofill, a Edmigio López Castillo y a
mí.
La campaña, centrada contra Bofill, se
prolongó varios días por la prensa
escrita y la televisión. Sebastián
que había salido de la cárcel, estaba
con nosotros y Arcos era informado puntualmente.
La ofensiva pública nos hizo conocidos
nacionalmente. Para sorpresa nuestra, los simpatizantes,
abiertos y encubiertos, surgieron por todas partes.
El otro error fue invitar a una comisión
de Naciones Unidas para que comprobara la situación
de los derechos humanos en la isla. Tan confiado
estaba de su control de la población. Se
equivocó. El CCPDH movilizó a más
de 1,000 personas para que testimoniaran ante
la delegación. Gracias a esos testimonios,
al año siguiente se produjo la primera
condena a Cuba en la Comisión de Derechos
Humanos de Naciones Unidas, que se ha mantenido
hasta el día de hoy. Castro pasó
de acusador a acusado ante la comunidad internacional.
Cuando decidimos salir al exilio, Arcos salía
de la cárcel. No quiso, como era lo natural,
estarse tranquilo durante algún tiempo.
Lo que hizo este católico militante fue
pasar inmediatamente a encabezar el Comité
Cubano Pro Derechos Humanos en Cuba, el vórtice
mismo de la cólera de la dictadura.
Gracias a la publicidad conseguida, la solidaridad
internacional con la oposición empezó
a hacerse significativa. Y, sin embargo, los fondos
que se dedican a esa lucha son insignificantes
si se comparan con la ayuda soviética a
la dictadura castrista durante casi 40 años
y con la que ahora recibe del presidente venezolano
Hugo Chávez.
Ha sido la comunidad cubanoamericana la que no
ha permitido que Castro pueda matar de hambre
al movimiento disidente. Pero las necesidades
de un movimiento nacional son tantas, que toda
ayuda, por definición, resulta insuficiente.
El caso de Cuba no es, ni ha sido nunca, una prioridad
de la política exterior de Estados Unidos.
La solidaridad con Cuba tiene que competir con
demandas de solidaridad del mundo entero. Son
los esfuerzos de la comunidad cubanoamericana
los únicos que mantienen vigente el problema
cubano en la agenda del gobierno de Estados Unidos.
¿Por qué hace esto la comunidad
cubanoamericana? Voy a decirles por qué
no lo hace. No lo hace por dinero. El país
para hacerse rico no es la Cuba del futuro sino
los Estados Unidos del presente. ¿Que algún
cubanoamericano aspira a ser alcalde de Marianao?
Por favor. El presupuesto del Condado de Miami-Dade
es mayor que el de Cuba. Y lo va a seguir siendo
durante el futuro previsible. No se trata de intereses.
Nunca han sido determinantes.
Nuestro argumento es que ahora la disidencia
cubana se encuentra en la vanguardia misma de
la guerra mundial contra el terrorismo. Combate,
desde dentro, contra un estado delincuente, aliado
público de Irán y Corea del Norte,
estados patrocinadores del terrorismo y que se
están armando con armas nucleares. Y Cuba
tiene colaboración nuclear con ellos. Estados
Unidos ha subestimado históricamente el
peligro de la dictadura cubana. Es cierto que
nadie ha hecho más contra la dictadura
cubana pero no ha sido suficiente porque ésta
se mantiene en el poder.
Hoy, esa subestimación es más peligrosa
que nunca. Es cierto que, en relación con
Cuba, Estados Unidos ha estado aislado en América
Latina. Pero Cuba sigue siendo la plataforma ideal
para todo tipo de ataques terroristas en su contra.
Y nuestro gobierno lo ignora a su propio riesgo.
Un gran movimiento
Al igual que lo estuvo Arcos, hoy la disidencia
cubana está firmemente alineada junto a
Estados Unidos. ¿Qué esa no es una
posición popular internacionalmente? Por
supuesto que no. Lo popular ha sido el antiamericanismo.
Pero a nombre del antiamericanismo se ha estado
apoyando a la dictadura de Castro. Y eso es, precisamente,
lo que ha permitido su perdurabilidad durante
casi medio siglo. La disidencia cubana ha sufrido,
en carne propia, las consecuencias del antiamericanismo
y es por eso que, pese a la presión de
la prensa internacional de izquierda, lo ha rechazado
tajantemente.
En mi última conversación telefónica
con Arcos, me dijo, rebosante de orgullo, que
yo no podría reconocer el movimiento que
habíamos iniciado.
''Adolfo'', me dijo, "¡Cómo
ha cambiado el movimiento! Ya no somos unos pocos.
¡Ahora estamos en todo el país!''
Mantenía, como siempre, una fe inquebrantable
en el triunfo final. Sebastián, tras volver
a la cárcel, consiguió salir de
Cuba y murió entre nosotros. Fue un golpe
terrible para Arcos. Pero nada consiguió
hacerle abandonar la lucha.
La vida ejemplar de Gustavo Arcos Bergnes envía
un poderoso mensaje a todo el mundo: en Cuba hay
una posición irreductible. Es la continuadora,
en otras condiciones y con otros métodos,
de la lucha que inició el heroico presidio
histórico cubano.
No hay represión que pueda quebrarla.
Ahí están Guilllermo Fariñas,
dispuesto a morir en defensa de la libertad de
información, y Oscar Elías Biscet,
defendiendo el derecho a la vida. Ahí están
René López Manzano, Vladimiro Roca,
Jorge García Pérez Antúnez,
Juan Carlos González Leiva, Berta Antúnez,
Marta Beatriz Roque, Reinaldo Cosano Allen, Juan
Carlos Herrera Acosta, el Dr. Darcy Ferrer, Pedro
Antonio Alonso, Eduardo Torres, Catalina Y. Piña,
Alexander Santos Hernández y tantos otros
luchadores, presos y en libertad.
Su lucha es el mejor homenaje al recuerdo de
Arcos. Pero la inevitable libertad del pueblo
cubano será el único monumento digno
de su memoria.
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