Cuba:
la generación desconectada
Buena parte de los jóvenes
vive alejada de las consignas oficiales y prefiere
no hablar de Castro. Espera una apertura económica
César González-Calero,
El Universal.
México, 13 de agosto de 2006.
LA HABANA.- Si Karl Marx levantara estos días
la lápida que le atenaza las barbas en
las colinas de Highgate, seguramente agarraría
el primer vuelo hacia Cuba para observar de primera
mano qué está pasando con la última
revolución socialista de Occidente. Ante
el teatro que lleva su nombre en La Habana se
mesaría la alborotada cabellera, y se quedaría
petrificado al entrar en la sala Atril, el antro
abierto en el mismo edificio del teatro, en el
que se dan cita jóvenes con celulares de
última generación, vestimenta de
Zara y unas irreprimibles ganas de regodeo.
Cualquier visitante que, como el fantasma del
pensador alemán, se deje caer un sábado
por la noche por la sala Atril, pensará
por un instante que se encuentra en una ciudad
capitalista, y no en La Habana de la libreta de
racionamiento, los Comités de Defensa de
la Revolución y las marchas del pueblo
combatiente.
Abierto hasta la madrugada, el antro acoge cada
fin de semana a decenas de jóvenes que
bailan desenfrenadamente las canciones de los
Van Van o el último éxito de Shakira.
La barra del local no da abasto. Corre el alcohol
de una mesa a otra y los billetes de pesos convertibles
(la moneda fuerte del país tras la salida
de la circulación del dólar en 2004)
colman una caja registradora que tiene cuño
socialista.
La clientela de la sala Atril representa a una
parte de la juventud cubana que imita las pautas
de comportamiento capitalistas. Su procedencia
social es variopinta. Ahí se dan cita los
"hijos del régimen" con posibilidades,
los jóvenes profesionales que trabajan
en empresas extranjeras y los estraperlistas que
dejan en una noche lo que han ganado en una semana
en el mercado negro.
En la Cuba del siglo XXI, con dos monedas en
circulación (el peso cubano y el CUC, o
peso convertible), las desigualdades en el nivel
de vida de la población están a
la orden del día, como reconocen las propias
autoridades. Y muchos jóvenes no tienen
otra salida que mirar más allá de
la raya del mar. Eso es lo que hace Nelson, 26
años, apostado en el malecón: "Yo
soy de Holguín y vine a La Habana porque
allá no hay futuro. Pero esto está
igual de malo, y peor que se va a poner ahora".
Como Nelson, la mayoría de los jóvenes
reclama una apertura económica, antes que
un cambio político.
No son muchas las voces disconformes que se dejan
oír en La Habana. Desconfiados hasta de
su sombra, los cubanos recelan de todo aquel que
se interesa por su opinión política.
En estas últimas dos semanas, desde que
Fidel Castro anunció en su "Proclama
al pueblo de Cuba" que cedía temporalmente
el poder a su hermano Raúl por problemas
de salud, en la capital cubana reina, junto a
la calma, un silencio abrumador. "Si me preguntas
de beisbol, no paro, pero del hombre (Fidel) no
voy a hablar. ¡Qué va!", se
excusa un joven negro del barrio de Centro Habana,
uno de los más conflictivos de la capital
cubana.
La Universidad de La Habana alza sus muros neoclásicos
en pleno centro de la ciudad. En agosto sus aulas
están cerradas. Sólo algún
estudiante despistado deambula por allí.
En las escalinatas que conducen al rectorado una
joven avanza apresurada. Al interpelarla por la
inédita situación política
que vive el país, se le descompone la mirada:
"Lo siento, estoy apurada, pregúntele
a otro". Ante la insistencia, airada, ofrece
una respuesta críptica: "Está
todo normal; lo único que puedo decir es
que los jóvenes estamos más dispuestos
que nunca a defender lo nuestro".
Un joven licenciado en Filosofía, que
prefiere escudarse en el anonimato, ofrece su
versión de la actitud de los jóvenes:
"No encontramos espacios donde aflore el
debate. En la esfera universitaria todos los intentos
de abrir espacios de crítica se han frustrado,
sencillamente porque las autoridades no quieren
que haya debate".
Ante ese panorama, algunos jóvenes han
optado por construir sus propios canales de expresión.
En Alamar, una ciudad dormitorio a las afueras
de La Habana, se viene gestando desde hace años
un movimiento alternativo que ha generado interesantes
propuestas artísticas al margen del sistema.
Allí se organizaron los primeros festivales
de rap, que con los años se han convertido
en estandarte contracultural para las nuevas generaciones.
Los fidelistas
La Unión de Jóvenes Comunistas
(UJC) cuenta con más de medio millón
de militantes, según fuentes de la organización.
Fundada en 1962, tres años después
del triunfo de la revolución, es la hermana
menor del gobernante Partido Comunista Cubano
(PCC), e incubadora de nuevos cuadros dirigentes.
El miércoles pasado, en un acto de "reafirmación
patriótica" celebrado en el hospital
Miguel Enríquez de La Habana, el médico
Yanier González, delegado de la UJC en
el centro sanitario, resumía el sentimiento
de esa otra parte de la juventud cubana, la que
expresa abiertamente su opinión, coincidente
con las consignas del régimen: "Siempre
defenderemos la más gloriosa de nuestras
victorias, nuestra revolución del pueblo
y para el pueblo".
Pero a pesar de los intentos de movilización
de la UJC, el gobierno cubano es consciente de
que la desconexión con la juventud es una
realidad. En diciembre pasado el ministro de Relaciones
Exteriores, Felipe Pérez Roque, reconoció
de forma explícita que uno de los principales
retos de la revolución era ganarse la confianza
de los dos millones y medio de jóvenes
criados en los años del periodo especial,
tras el derrumbe del bloque socialista. Años
en los que, según Pérez Roque, "se
desarrollaron los vicios y las tendencias negativas"
que ahora son moneda corriente en la isla.
El reto, sin Fidel al mando del país,
se antoja complicado.
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