El
mutis del Capitán Garfio
Vicente Echerri, El
Nuevo Herald, 3 de agosto de 2006.
Para los cubanos de Miami que salieron a las
calles a festejar el anuncio de que Fidel Castro
delegaba ''provisionalmente'' su poder absoluto
debido a una súbita intervención
quirúrgica, la celebración es válida,
aunque dentro de unos días o semanas el
dictador cubano reapareciera como Godzila por
el horizonte. El regocijo es legítimo y
catártico, aunque Castro no esté
muerto ni moribundo, como se ha especulado en
estos días a partir de sus propias palabras,
o de las que se le atribuyen. La reacción
de los nuestros vale incluso como ensayo o como
conjuro. Aunque Castro siga vivo, es bueno que
los cubanos celebremos anticipadamente su desaparición
para propiciar que ésta ocurra, para degustar
de antemano el júbilo por su ausencia.
El año pasado proponía yo a los
lectores de esta columna esa celebración
adelantada, aunque fuese en el ambiente más
discreto de sus casas, como un modo de ir remitiendo
al tirano de Cuba al reino de la muerte, como
un símbolo de su entrega a los poderes
de las tinieblas. Tiene una cierta simetría
que esta muestra de público alborozo se
haya producido a unos días del octogésimo
cumpleaños del déspota, que el espontáneo
festejo por su humana extinción haya tenido
lugar cuando está a punto de cumplir 80
años de vida crapulosa.
Medir esta reacción, y las que puedan
producirse dentro de Cuba y en el ámbito
internacional, puede haber sido uno de los objetivos
de esta carta que Castro --dícese-- firmó
y fechó desde su lecho de enfermo de cuidado.
¿Cómo un paciente que se encuentra
en un estado de salud tan delicado que lo obliga
a abandonar sus deberes durante varias semanas
--al extremo de que no podrá presidir a
la reunión cumbre de los Países
no Alineados que tendrá lugar en septiembre--
encuentra ánimos para escribir o dictar
una carta tan larga y prolija? Y si la enfermedad
no amenaza su vida y este retiro tiene en verdad
carácter provisional, ¿qué
necesidad había entonces de crear expectativas
con ese anuncio? Si en Cuba la sucesión
está tan bien aceitada ''para que nada
pase si a mí me pasa algo'', como Castro
afirmó en días pasados en la Argentina,
¿qué sentido puede tener este documento
más allá de ser un instrumento de
sondeo de opinión?
La noticia, que desplazó por un momento
al conflicto del Líbano, llevó a
muchos analistas a hacer una evaluación
de la vida y trayectoria política de Castro.
En Estados Unidos, el personaje tiene desde hace
mucho unos ribetes de farsa que, en mi opinión,
han ayudado a mantenerlo en el poder. A diferencia
de América Latina, donde sigue siendo un
mito por su interminable enfrentamiento --sobre
todo retórico-- con los gringos; aquí
pertenece al folclore, tan enraizado en la cultura
pop de este país como los personajes de
Walt Disney, con una pintoresca notoriedad que
sólo cede el sitio al ratón Mickey.
Desde luego, él es uno de los ''malos''
del reparto. En verdad se trata de una versión
más moderna del Capitán Garfio,
el eterno enemigo de Peter Pan, y Cuba no es más
que un gigantesco parque temático, una
suerte de Tierra de Nunca Jamás, ruinosa
y triste, donde este comandante de fantasía
hace sus periódicas y largas peroratas
contra ''el imperio'', un papel que lleva representando
por casi medio siglo. ¡Nada despreciable,
a decir verdad, como carrera artística!
Ese papel, que hace de Castro un icono popular
norteamericano, villano de tira cómica
y dictador de opereta o, nunca mejor dicho, de
''ópera de jabón'', es responsable
en gran medida de su longevidad en el poder. Ahora,
desde el estrado donde ha tiranizado por casi
medio siglo a los cubanos, acaba de hacer una
dramática salida. ¿Será la
última o reaparecerá en busca de
otro aplauso de sus ingenuos fans? Está
por verse, pero los que hemos padecido en carne
propia esta ''actuación'' perversa durante
tantos años tenemos sobradas razones para
empezar a celebrar.
© Echerri
2006
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