PRENSA INDEPENDIENTE
Septiembre 29, 2005
 

DESDE LA CARCEL
¿Carceleros o pordioseros?

José Ubaldo Izquierdo Hernández, condenado a 16 años

PENITENCIARÍA DE GUANAJAY, Cuba - Septiembre (www.cubanet.org) - El militar avanza por uno de los pasillos del destacamento. Hierro en mano, golpea fuertemente los gruesos y añejos balaustres de las ventanas. Son casi las 6 de la tarde en la penitenciaría cubana de Guanajay, situada a 45 kilómetros al oeste de La Habana. De tez blanca y mediana estatura, el hombre camina con pasos recortados. Se nota cansado, ojeroso y soñoliento.

Al llegar a mi celda, la número 11 del tercer destacamento, donde me encuentro injustamente encarcelado, el uniformado pide un vaso de agua, me levanto y procedo a servirle el líquido, que bebe a prisa, mientras que un copioso sudor corre por su frente hasta caer en gruesas gotas sobre su desteñido y remendado uniforme verde olivo.

"Esto no hay quien lo soporte, compay. Estoy aquí desde el jueves y ya hoy es sábado y nada de relevo", me comentaba mientras encendía un estrujado cigarrillo, que según él, le regaló un recluso en el destacamento #2, donde momentos antes verificaba la seguridad de los enrejados.

Oriundo de la ciudad de Manzanillo, en la oriental provincia cubana de Granma, el carcelero instauró un ameno diálogo conmigo, que me resultó extraño, dada la poca comunicación que los militares sostienen con los prisioneros políticos. En un lenguaje propio de campesino autóctono del oriente cubano, este hombre me confesó sentirse inseguro en cuanto a su permanencia en el Departamento del Interior, pues según sus propias palabras, poco resuelve con el salario que aquí devenga.

"Político, ¿usted cree que esto es vida? Por eso la gente comienza muy embullada en este trabajo y al poco tiempo se da cuenta de que no vale la pena. Y acaba pidiendo la baja. ¡Yo mismo fui reclutado, hace ya cuatro meses, y creo que muy pronto me voy pa'l cará!", continuó diciendo el demacrado carcelero, y señalando para sus zapatos alegó en tono abiertamente crítico: "Esta gente (refiriéndose al gobierno) no me da ni botas para trabajar. Fíjese que éstas que tengo puestas se las compré a un recluso en 50 pesos, y se calan por las suelas".

Ya al término del corto diálogo, el uniformado respondió a una interrogante mía referente al salario que devengan quienes en Cuba ejercen el despreciable oficio de cuidar reclusos: "Nosotros cobramos casi 600 pesos, y eso no alcanza para nada. Yo soy del interior y sólo en transporte gasto casi todo el dinero, eso sin contar que tengo dos hijos y una esposa que mantener".

Tras la retirada del pobre hombre me quedé meditando un instante sobre lo contradictorio del lenguaje empleado por el gobierno cubano en cuanto al sistema penitenciario en la isla se refiere. El oficialismo falazmente se vanagloria de la preparación, instrucción y buena atención que le brinda a sus militares y carceleros, algo muy distante de la realidad vigente en los casi 200 establecimientos penitenciarios existentes en Cuba.

Pocos militares poseen un nivel de escolaridad adecuado para desempeñar sus funciones dentro de un sistema carcelario inoperante e ineficiente. Esto se percibe en los llamados reeducadores, simples carceleros que ante la palpable escasez de funcionarios de este rango son llamados a estas labores previo estudio de un curso "emergente" que tiene una duración de apenas tres meses.

En su mayoría estos flamantes reeducadores poseen un nivel escolar promedio de noveno grado, y en lo político son muy pocos los militares preparados para debatir o dialogar con reclusos graduados profesionalmente o con simples autodidactas.

Me atrevería a asegurar que ni los oficiales de alto rango en cárceles y prisiones poseen suficientes conocimientos políticos y filosóficos como para desempeñarse como verdaderos educadores de la desproporcionada población penal cubana.

La miseria que inevitablemente se cierne sobre quienes hoy se ven en la obligación de labores de guarda y cuidado de personas privadas de libertad convierte a estos seres humanos en hombres y mujeres vulnerables, llevándolos casi siempre a la corrupción y el soborno, única vía de escape en estos lugares para enfrentar la difícil e insostenible situación económica existente en el país, donde los salarios no pueden, de ninguna manera, suplir sus necesidades elementales ni la de sus familias.

Los carceleros de Cuba forman hoy parte indiscutible de esa gesta de ciudadanos de a pie que subsisten con un mísero salario capaz sólo de hundirlos en el lodazal económico a que están condenados 11 millones de seres humanos, en un país al borde del abismo.


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