DESDE
LA CARCEL
¿Carceleros o pordioseros?
José Ubaldo Izquierdo Hernández,
condenado a 16 años
PENITENCIARÍA DE GUANAJAY, Cuba - Septiembre
(www.cubanet.org) - El militar avanza por uno
de los pasillos del destacamento. Hierro en mano,
golpea fuertemente los gruesos y añejos
balaustres de las ventanas. Son casi las 6 de
la tarde en la penitenciaría cubana de
Guanajay, situada a 45 kilómetros al oeste
de La Habana. De tez blanca y mediana estatura,
el hombre camina con pasos recortados. Se nota
cansado, ojeroso y soñoliento.
Al llegar a mi celda, la número 11 del
tercer destacamento, donde me encuentro injustamente
encarcelado, el uniformado pide un vaso de agua,
me levanto y procedo a servirle el líquido,
que bebe a prisa, mientras que un copioso sudor
corre por su frente hasta caer en gruesas gotas
sobre su desteñido y remendado uniforme
verde olivo.
"Esto no hay quien lo soporte, compay. Estoy
aquí desde el jueves y ya hoy es sábado
y nada de relevo", me comentaba mientras
encendía un estrujado cigarrillo, que según
él, le regaló un recluso en el destacamento
#2, donde momentos antes verificaba la seguridad
de los enrejados.
Oriundo de la ciudad de Manzanillo, en la oriental
provincia cubana de Granma, el carcelero instauró
un ameno diálogo conmigo, que me resultó
extraño, dada la poca comunicación
que los militares sostienen con los prisioneros
políticos. En un lenguaje propio de campesino
autóctono del oriente cubano, este hombre
me confesó sentirse inseguro en cuanto
a su permanencia en el Departamento del Interior,
pues según sus propias palabras, poco resuelve
con el salario que aquí devenga.
"Político, ¿usted cree que
esto es vida? Por eso la gente comienza muy embullada
en este trabajo y al poco tiempo se da cuenta
de que no vale la pena. Y acaba pidiendo la baja.
¡Yo mismo fui reclutado, hace ya cuatro
meses, y creo que muy pronto me voy pa'l cará!",
continuó diciendo el demacrado carcelero,
y señalando para sus zapatos alegó
en tono abiertamente crítico: "Esta
gente (refiriéndose al gobierno) no me
da ni botas para trabajar. Fíjese que éstas
que tengo puestas se las compré a un recluso
en 50 pesos, y se calan por las suelas".
Ya al término del corto diálogo,
el uniformado respondió a una interrogante
mía referente al salario que devengan quienes
en Cuba ejercen el despreciable oficio de cuidar
reclusos: "Nosotros cobramos casi 600 pesos,
y eso no alcanza para nada. Yo soy del interior
y sólo en transporte gasto casi todo el
dinero, eso sin contar que tengo dos hijos y una
esposa que mantener".
Tras la retirada del pobre hombre me quedé
meditando un instante sobre lo contradictorio
del lenguaje empleado por el gobierno cubano en
cuanto al sistema penitenciario en la isla se
refiere. El oficialismo falazmente se vanagloria
de la preparación, instrucción y
buena atención que le brinda a sus militares
y carceleros, algo muy distante de la realidad
vigente en los casi 200 establecimientos penitenciarios
existentes en Cuba.
Pocos militares poseen un nivel de escolaridad
adecuado para desempeñar sus funciones
dentro de un sistema carcelario inoperante e ineficiente.
Esto se percibe en los llamados reeducadores,
simples carceleros que ante la palpable escasez
de funcionarios de este rango son llamados a estas
labores previo estudio de un curso "emergente"
que tiene una duración de apenas tres meses.
En su mayoría estos flamantes reeducadores
poseen un nivel escolar promedio de noveno grado,
y en lo político son muy pocos los militares
preparados para debatir o dialogar con reclusos
graduados profesionalmente o con simples autodidactas.
Me atrevería a asegurar que ni los oficiales
de alto rango en cárceles y prisiones poseen
suficientes conocimientos políticos y filosóficos
como para desempeñarse como verdaderos
educadores de la desproporcionada población
penal cubana.
La miseria que inevitablemente se cierne sobre
quienes hoy se ven en la obligación de
labores de guarda y cuidado de personas privadas
de libertad convierte a estos seres humanos en
hombres y mujeres vulnerables, llevándolos
casi siempre a la corrupción y el soborno,
única vía de escape en estos lugares
para enfrentar la difícil e insostenible
situación económica existente en
el país, donde los salarios no pueden,
de ninguna manera, suplir sus necesidades elementales
ni la de sus familias.
Los carceleros de Cuba forman hoy parte indiscutible
de esa gesta de ciudadanos de a pie que subsisten
con un mísero salario capaz sólo
de hundirlos en el lodazal económico a
que están condenados 11 millones de seres
humanos, en un país al borde del abismo.
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