PRENSA INTERNACIONAL
Sept. 12, 2005
 

Cariños para Blacky

Manuel Vázquez Portal, El Nuevo Herald, 11 de septiembre de 2005.

El periodista cubano Héctor Maseda está en la cárcel. En una mínima, lóbrega celda. Quizás alguna rata, alguna araña de amiga. Quizás un recuerdo de consuelo. Quizás este pensamiento mío llegandóle al oído supurante y dolorido. Fue arrestado hace más de dos años, cuando la primavera negra. El mundo entero ya lo sabe y ojalá no parezca una perogrullada que yo lo repita. Pero sucede que no quiero hablar de la cárcel que padece, injustamente. Quiero recordarlo en las calles de La Habana, cuando estaba libre y ambos escribíamos para el Grupo de Trabajo Decoro. Y comíamos pizzas caseras en una esquina de la calle San Lázaro. Y discutíamos enfebrecidos, como muchachos empecinados, de pelota o de política. Y yo le hacía chistes o le soltaba palabrotas y él enrojecía de pudor, aún a sus 60 años. Y jugábamos con Blacky.

En la cárcel los recuerdos se magnifican: el espejo frente al cual nos cepillábamos los dientes, el pequeño jarro donde bebíamos el café del atardecer, el gato que ronroneaba mientras se apretujaba contra nuestras piernas, el aroma de nuestra almohada. Las más sencillas cosas del hogar perdido se tornan joyas de la memoria y alcanzan esa dimensión doliente que nos reconfortan y laceran a la vez. Cuántas veces en mi celda de ailamiento evoqué la amabilidad de Hector Maseda y la dócil mansedumbre de Blacky.

Blacky, el gato de Héctor Maseda, era mi amigo. Cuando yo llegaba, a mediodía, hambriento y sudoroso, después de haber trasmitido nuestros despachos periodísticos, tras la mano extendida de Héctor, que me invitaba a entrar a su casa con ademán caballeresco, aparecía la figura elástica y mimosa de Blacky. No bien me había sentado, y mientras sorbía un vaso de agua fría, Blacky saltaba sobre mis piernas, y con la cola extendida y frotando su hocico contra mi vientre, me solicitaba o exigía una caricia. Quedábamos los dos como en un ensueño infantil unidos por las carantoñas mútuas. Maseda nos contemplaba enternecido y nos brindaba pizzas que había comprado al doblar de la esquina. Blacky y yo devorábamos nuestras raciones con verdadera fruición mientras Héctor me contaba de la importancia que para los egipcios antiguos revestían los gatos.

Héctor Maseda tenía otro gato: Ricky. Pero Blacky era su preferido. Ricky es un aristocrático siamés de color beige, modales refinados y transparente mirada azul; Blacky, sin embargo, un callejero sin remilgos, desaliñado y campechano. Ricky establece distancias en sus relaciones con las personas; Blacky era un francote que se ganaba rápido las simpatías. Para Laura Pollán, la esposa de Héctor, Ricky, por tierno y apacible, es el preferido.

Cuando, después de mi excarcelación, volví por casa de Héctor, él no estaba para, con la mano extendida en ademán caballeresco, invitarme a pasar; pero Blacky sí estaba y no bien me senté en la butaca de siempre, saltó sobre mis piernas y elevó la cola y frotó su hocico contra mi vientre y me solicitó o exigió una caricia y volvimos a quedar unidos por muestras carantoñas mutuas como en un ensueño infantil.

Laura me invitó a agua fría y a pizzas caseras como si Héctor Maseda hubiera salido solamente a dar una vuelta y estuviera a punto de regresar. Pero Blacky y yo sabíamos que la ausencia sería más larga. En las cartas de Héctor que llegaban desde la cárcel, con su letra clara y cuidadosamente trazada, venían recuerdos y cariños para Blacky y para mí.

Ni Blacky ni yo podremos ya estar presentes en la hora jubilosa en que Maseda regrese a casa. Yo partí al exilio y Blacky también partió, quién sabe si hacia los misterios de que nos hablaba Héctor cuando se refería a la importancia que revetían los gatos para los egipcios antiguos. Una mano sospechosamente asesina lo envenenó cuando andaba de callejero campechano y francote. Yo no estaré. Blacky no estará. Pero sé que en la pequeña celda donde quieren doblegar a Héctor siempre estamos porque yo sé, bien lo sé, lo aprendí en la cárcel, que las más sencillas cosas del hogar perdido se tornan joyas de la memoria que nos ayudan a vivir, a no dejarnos vencer.

 

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