Cariños
para Blacky
Manuel Vázquez Portal,
El
Nuevo Herald, 11 de septiembre de 2005.
El periodista cubano Héctor Maseda está
en la cárcel. En una mínima, lóbrega
celda. Quizás alguna rata, alguna araña
de amiga. Quizás un recuerdo de consuelo.
Quizás este pensamiento mío llegandóle
al oído supurante y dolorido. Fue arrestado
hace más de dos años, cuando la
primavera negra. El mundo entero ya lo sabe y
ojalá no parezca una perogrullada que yo
lo repita. Pero sucede que no quiero hablar de
la cárcel que padece, injustamente. Quiero
recordarlo en las calles de La Habana, cuando
estaba libre y ambos escribíamos para el
Grupo de Trabajo Decoro. Y comíamos pizzas
caseras en una esquina de la calle San Lázaro.
Y discutíamos enfebrecidos, como muchachos
empecinados, de pelota o de política. Y
yo le hacía chistes o le soltaba palabrotas
y él enrojecía de pudor, aún
a sus 60 años. Y jugábamos con Blacky.
En la cárcel los recuerdos se magnifican:
el espejo frente al cual nos cepillábamos
los dientes, el pequeño jarro donde bebíamos
el café del atardecer, el gato que ronroneaba
mientras se apretujaba contra nuestras piernas,
el aroma de nuestra almohada. Las más sencillas
cosas del hogar perdido se tornan joyas de la
memoria y alcanzan esa dimensión doliente
que nos reconfortan y laceran a la vez. Cuántas
veces en mi celda de ailamiento evoqué
la amabilidad de Hector Maseda y la dócil
mansedumbre de Blacky.
Blacky, el gato de Héctor Maseda, era
mi amigo. Cuando yo llegaba, a mediodía,
hambriento y sudoroso, después de haber
trasmitido nuestros despachos periodísticos,
tras la mano extendida de Héctor, que me
invitaba a entrar a su casa con ademán
caballeresco, aparecía la figura elástica
y mimosa de Blacky. No bien me había sentado,
y mientras sorbía un vaso de agua fría,
Blacky saltaba sobre mis piernas, y con la cola
extendida y frotando su hocico contra mi vientre,
me solicitaba o exigía una caricia. Quedábamos
los dos como en un ensueño infantil unidos
por las carantoñas mútuas. Maseda
nos contemplaba enternecido y nos brindaba pizzas
que había comprado al doblar de la esquina.
Blacky y yo devorábamos nuestras raciones
con verdadera fruición mientras Héctor
me contaba de la importancia que para los egipcios
antiguos revestían los gatos.
Héctor Maseda tenía otro gato:
Ricky. Pero Blacky era su preferido. Ricky es
un aristocrático siamés de color
beige, modales refinados y transparente mirada
azul; Blacky, sin embargo, un callejero sin remilgos,
desaliñado y campechano. Ricky establece
distancias en sus relaciones con las personas;
Blacky era un francote que se ganaba rápido
las simpatías. Para Laura Pollán,
la esposa de Héctor, Ricky, por tierno
y apacible, es el preferido.
Cuando, después de mi excarcelación,
volví por casa de Héctor, él
no estaba para, con la mano extendida en ademán
caballeresco, invitarme a pasar; pero Blacky sí
estaba y no bien me senté en la butaca
de siempre, saltó sobre mis piernas y elevó
la cola y frotó su hocico contra mi vientre
y me solicitó o exigió una caricia
y volvimos a quedar unidos por muestras carantoñas
mutuas como en un ensueño infantil.
Laura me invitó a agua fría y a
pizzas caseras como si Héctor Maseda hubiera
salido solamente a dar una vuelta y estuviera
a punto de regresar. Pero Blacky y yo sabíamos
que la ausencia sería más larga.
En las cartas de Héctor que llegaban desde
la cárcel, con su letra clara y cuidadosamente
trazada, venían recuerdos y cariños
para Blacky y para mí.
Ni Blacky ni yo podremos ya estar presentes en
la hora jubilosa en que Maseda regrese a casa.
Yo partí al exilio y Blacky también
partió, quién sabe si hacia los
misterios de que nos hablaba Héctor cuando
se refería a la importancia que revetían
los gatos para los egipcios antiguos. Una mano
sospechosamente asesina lo envenenó cuando
andaba de callejero campechano y francote. Yo
no estaré. Blacky no estará. Pero
sé que en la pequeña celda donde
quieren doblegar a Héctor siempre estamos
porque yo sé, bien lo sé, lo aprendí
en la cárcel, que las más sencillas
cosas del hogar perdido se tornan joyas de la
memoria que nos ayudan a vivir, a no dejarnos
vencer.
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