La
Máquina de Matar: El Che Guevara, de Agitador
Comunista a Marca Capitalista
Alvaro Vargas Llosa. The New Republic. Publicado
en El
Instituto Independiente el 7 de noviembre
de 2005.
El Che Guevara, quien hizo tanto (¿o tan
poco?) por destruir al capitalismo, es en la actualidad
la quintaesencia de una marca capitalista. Su
semblante adorna jarros de café, caperuzas,
encendedores, llaveros, billeteras, gorras de
béisbol, tocados, bandadas, musculosas,
camisetas deportivas, carteras finas, jeans de
denim, té de hierbas, y por supuesto esas
omnipresentes remeras con la fotografía,
tomada por Alberto Korda, del galán socialista
luciendo su boina durante los primeros años
de la revolución, en el instante en que
el Che de casualidad se introdujo en el visor
del fotógrafo-y en la imagen que, treinta
y ocho años después de su muerte,
constituye aún el logotipo del revolucionario
(¿o del capitalista?) "chic".
Sean O''Hagan sostuvo en The Observer que existe
incluso un jabón en polvo con el eslogan
"El Che lava más blanco."
Los productos del Che son comercializados por
grandes corporaciones y por pequeñas empresas,
tales como la Burlington Coat Factory, la cual
difundió un comercial televisivo presentando
a un joven en pantalones de fajina luciendo una
remera del Che, o la Flamingo''s Boutique en Union
City, Nueva Jersey, cuyo propietario respondió
a la furia de los exiliados cubanos locales con
este argumento devastador: "Yo vendo lo que
la gente desea comprar." Los revolucionarios
también se unieron a este frenesí
de productos-desde "The Che Store",
que vende provisiones, hasta el sitio que atiende
"todas sus necesidades revolucionarias"
en Internet, y el escritor italiano Gianni Minà,
quien le vendió a Robert Redford los derechos
cinematográficos del diario del Che sobre
su juvenil viaje alrededor de América del
Sur en el año 1952 a cambio de poder acceder
al rodaje del film Diarios de Motocicleta y de
que Minà pudiese producir su propio documental.
Para no mencionar a Alberto Granado, quien acompañó
al Che en su viaje de juventud y ahora asesora
documentalistas, y que se quejaba hace poco en
Madrid, según el diario El País,
ante un Rioja y un magret de pato, de que el embargo
estadounidense contra Cuba le dificulta el cobro
de las regalías. Para llevar a la ironía
más lejos: el edificio en el cual nació
Guevara en la ciudad de Rosario, Argentina, un
espléndido inmueble de comienzos del siglo
veinte sito en la esquina de las calles Urquiza
y Entre Ríos, se encontraba hasta hace
poco ocupado por la administradora de fondos de
jubilaciones y pensiones privada Máxima
AFJP, una hija de la privatización de la
seguridad social argentina en la década
de 1990.
La metamorfosis del Che Guevara en una marca
capitalista no es nueva, pero la marca viene experimentando
un renacimiento-un renacimiento especialmente
destacable, dado que el mismo tiene lugar años
después del colapso político e ideológico
de todo lo que Guevara representaba. Esta suerte
inesperada se debe sustancialmente a Diarios de
Motocicleta, la película producida por
Robert Redford y dirigida por Walter Salles. (Es
una de las tres películas más importantes
sobre el Che ya realizadas o actualmente en rodaje
en los últimos dos años; las otras
dos han sido dirigidas por Josh Evans y Steven
Soderbergh.) Hermosamente rodada en paisajes que
claramente han eludido los efectos erosivos de
la polución capitalista, el film exhibe
al joven en un viaje de auto-descubrimiento a
medida que su conciencia social en ciernes tropieza
con la explotación social y económica,
lo que va preparando el terreno para la reinvención
del hombre a quien Sartre llamara alguna vez el
ser humano más completo de nuestra era.
Pero para ser más preciso, el actual renacimiento
del Che se inició en 1997, en el trigésimo
aniversario de su muerte, cuando cinco biografías
abrumaron las librerías y sus restos fueron
descubiertos cerca de una pista de aterrizaje
en el aeropuerto de Vallegrande, en Bolivia, después
de que un general boliviano retirado, en una revelación
espectacularmente oportuna, indicara la ubicación
exacta. El aniversario volvió a centrar
la atención en la famosa fotografía
de Freddy Alborta del cadáver del Che tendido
sobre una mesa, escorzado, muerto y romántico,
luciendo como Cristo en un cuadro de Mantegna.
Es usual que los seguidores de un culto no conozcan
la verdadera historia de su héroe. (Muchos
rastafaris renunciarían a Haile Selassie
si tuviesen alguna idea de quien fue en realidad.)
No sorprende que los seguidores contemporáneos
de Guevara, sus nuevos admiradores post-comunistas,
también se engañen a sí mismos
al aferrarse a un mito-excepto los jóvenes
argentinos que corean una expresión de
rima perfecta: "Tengo una remera del Che
y no sé por qué."
Considérese a algunos de los individuos
que recientemente han blandido o invocado el retrato
de Guevara como un emblema de justicia y rebelión
contra el abuso de poder. En el Líbano,
unos manifestantes que protestaban en contra de
Siria ante la tumba del ex primer ministro Rafiq
Hariri portaban la imagen del Che. Thierry Henry,
un jugador de fútbol francés que
juega para el Arsenal, en Inglaterra, se apareció
en una importante velada de gala organizada por
la FIFA, el organismo del fútbol mundial,
vistiendo una remera roja y negra del Che. En
una reciente reseña publicada en The New
York Times sobre Land of the Dead de George A.
Romero, Manohla Dargis destacaba que "el
mayor impacto aquí puede ser el de la transformación
de un zombi negro en un virtuoso líder
revolucionario," y agregó: "Creo
que el Che en verdad vive, después de todo."
El héroe del fútbol Maradona ostentó
el emblemático tatuaje del Che en su brazo
derecho durante un viaje en el que se reunió
con Hugo Chávez en Venezuela. En Stavropol,
al sur de Rusia, unos manifestantes que reclamaban
los pagos en efectivo de los beneficios del bienestar
social tomaron la plaza central con banderas del
Che. En San Francisco, City Lights Books, el legendario
hogar de la literatura beat, invita a los visitantes
a una sección dedicada a América
Latina en la cual la mitad de los estantes se
encuentra ocupada por libros del Che. José
Luis Montoya, un oficial de policía mexicano
que combate el crimen relacionado con las drogas
en Mexicali luce una vincha del Che porque ella
lo hace sentirse más fuerte. En el campo
de refugiados de Dheisheh, en la margen occidental
del río Jordán, los afiches del
Che adornan un muro que le rinde tributo a la
Intifada. Una revista dominical dedicada a la
vida social en Sydney, Australia, enumera a los
tres invitados ideales en una cena: Alvar Aalto,
Richard Branson, y el Che Guevara. Leung Kwok-hung,
el rebelde elegido a la junta legislativa de Hong
Kong, desafía a Beijing al vestir una remera
del Che. En Brasil, Frei Betto, consejero del
Presidente Lula da Silva y encargado del programa
de alto perfil "Hambre Cero," afirma
que "deberíamos prestarle menos atención
a Trotsky y mucha más al Che Guevara."
Y lo más estupendo de todo, en la ceremonia
de este año de los Premios de la Academia,
Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron
la canción principal del film Diarios de
Motocicleta: Santana se presentó luciendo
una remera del Che y un crucifijo. Las manifestaciones
del nuevo culto del Che están por todas
partes. Una vez más el mito está
apasionando a individuos cuyas causas en su mayor
parte representan exactamente lo opuesto de lo
que era Guevara.
Ningún hombre carece de algunas cualidades
atenuantes. En el caso del Che Guevara, esas cualidades
pueden ayudarnos a medir el abismo que separa
a la realidad del mito. Su honestidad (quiero
decir: honestidad parcial) significa que dejó
testimonio escrito de sus crueldades, incluido
lo muy malo, aunque no lo peor. Su coraje-que
Castro describió como "su manera,
en los momentos difíciles y peligrosos,
de hacer las cosas más difíciles
y peligrosas"-significa que no vivió
para asumir la plena responsabilidad por el infierno
de Cuba. El mito puede decir tanto acerca de una
época como la verdad. Y es así que
gracias a los propios testimonios que el Che brinda
de sus pensamientos y de sus actos, y gracias
también a su prematura desaparición,
podemos saber exactamente cuan engañados
están muchos de nuestros contemporáneos
respecto de muchas cosas.
Guevara puede haberse enamorado de su propia
muerte, pero estaba mucho más enamorado
de la muerte ajena. En abril de 1967, hablando
por experiencia, resumió su idea homicida
de la justicia en su "Mensaje a la Tricontinental":
"El odio como factor de lucha; el odio intransigente
al enemigo, que impulsa más allá
de las limitaciones del ser humano y lo convierte
en una efectiva, violenta, selectiva y fría
máquina de matar". Sus primeros escritos
se encuentran también sazonados con esta
violencia retórica e ideológica.
A pesar de que su ex novia Chichina Ferreyra duda
de que la versión original de los diarios
de su viaje en motocicleta contenga la observación
de "siento que mis orificios nasales se dilatan
al saborear el amargo olor de la pólvora
y de la sangre del enemigo," Guevara compartió
con Granado en esa temprana edad esta exclamación:
"¿Revolución sin disparar un
tiro? Estás loco." En otras ocasiones
el joven bohemio parecía incapaz de distinguir
entre la frivolidad de la muerte como un espectáculo
y la tragedia de las victimas de una revolución.
En una carta a su madre en 1954, escrita en Guatemala,
donde fue testigo del derrocamiento del gobierno
revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió:
"Aquí estuvo muy divertido con tiros,
bombardeos, discursos y otros matices que cortaron
la monotonía en que vivía".
La disposición de Guevara cuando viajaba
con Castro desde México a Cuba a bordo
del Granma es capturada en una frase de una carta
a su esposa que redactó el 28 de enero
de 1957, no mucho después de desembarcar,
publicada en su libro Ernesto: Una Biografía
del Che Guevara en Sierra Maestra: "Estoy
en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre".
Esta mentalidad había sido reforzada por
su convicción de que Arbenz había
perdido el poder debido a que había fallado
en ejecutar a sus potenciales enemigos. En una
carta anterior a su ex novia Tita Infante había
observado que "Si se hubieran producido esos
fusilamientos, el gobierno hubiera conservado
la posibilidad de devolver los golpes". No
sorprende que durante la lucha armada contra Batista,
y luego tras el ingreso triunfal en La Habana,
Guevara asesinara o supervisara las ejecuciones
en juicios sumarios de muchísimas personas-enemigos
probados, meros sospechados y aquellos que se
encontraban en el lugar equivocado en el momento
equivocado.
En enero de 1957, tal como lo indica su diario
desde la Sierra Maestra, Guevara le disparó
a Eutimio Guerra porque sospechaba que aquel se
encontraba pasando información: "Acabé
con el problema dándole un tiro con una
pistola del calibre 32 en la sien derecha, con
orificio de salida en el temporal derecho...sus
pertenencias pasaron a mi poder". Más
tarde mató a tiros a Aristidio, un campesino
que expresó el deseo de irse cuando los
rebeldes siguieran su camino. Mientras se preguntaba
si esta victima en particular "era en verdad
lo suficientemente culpable como para merecer
la muerte," no vaciló en ordenar la
muerte de Echevarría, el hermano de uno
de sus camaradas, en razón de crímenes
no especificados: "Tenía que pagar
el precio." En otros momentos simularía
ejecuciones sin llevarlas a cabo, como un método
de tortura psicológica.
Luis Guardia y Pedro Corzo, dos investigadores
que se encuentran trabajando en Florida en un
documental sobre Guevara, han obtenido el testimonio
de Jaime Costa Vázquez, un ex comandante
del ejército revolucionario conocido como
"El Catalán," quien sostiene
que muchas de las ejecuciones atribuidas a Ramiro
Valdés (futuro ministro del interior de
Cuba) fueron responsabilidad directa de Guevara,
debido a que Valdés se encontraba bajo
sus ordenes en las montañas. "Ante
la duda, mátalo" fueron las instrucciones
del Che. En vísperas de la victoria, según
Costa, el Che ordenó la ejecución
de un par de docenas de personas en Santa Clara,
en Cuba central, hacia donde había marchado
su columna como parte de un asalto final contra
la isla. Algunos de ellos fueron muertos en un
hotel, como ha escrito Marcelo Fernándes-Zayas,
otro ex revolucionario que después se convertiría
en periodista (agregando que entre los ejecutados
había campesinos conocidos como casquitos
que se habían unido al ejército
simplemente para escapar del desempleo).
Pero la "fría máquina de matar"
no dio muestra de todo su rigor hasta que, inmediatamente
después del colapso del régimen
de Batista, Castro lo pusiera a cargo de la prisión
de La Cabaña. (Castro tenía un buen
ojo clínico para escoger a la persona perfecta
para proteger a la revolución contra la
infección.) San Carlos de La Cabaña
es una fortaleza de piedra que fue utilizada para
defender a La Habana contra los piratas ingleses
en el siglo dieciocho; más tarde se convirtió
en un cuartel militar. De una manera que evoca
al escalofriante Lavrenti Beria, Guevara presidió
durante la primera mitad de 1959 uno de los periodos
más oscuros de la revolución. José
Vilasuso, abogado y profesor en la Universidad
Interamericana de Bayamón en Puerto Rico,
quien pertenecía al grupo encargado del
proceso judicial sumario en La Cabaña,
me dijo recientemente que
"El Che dirigió la Comisión
Depuradora. El proceso se regía por la
ley de la sierra: tribunal militar de hecho y
no jurídico, y el Che nos recomendaba guiarnos
por la convicción. Esto es: "Sabemos
que todos son unos asesinos, luego proceder radicalmente
es lo revolucionario". Miguel Duque Estrada
era mi jefe inmediato. Mi función era de
instructor. Es decir legalizar profesionalmente
la causa y pasarla al ministerio fiscal, sin juicio
propio alguno. Se fusilaba de lunes a viernes.
Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada,
poco después de dictar sentencia y declarar
sin lugar (de oficio) la apelación. La
noche más siniestra que recuerdo se ejecutaron
siete hombres".
Javier Arzuaga, el capellán vasco que les
brindaba consuelo a aquellos condenados a morir
y que presenció personalmente docenas de
ejecuciones, habló conmigo recientemente
desde su casa en Puerto Rico. Ex sacerdote católico
de setenta y cinco años de edad, quien
se describe como "más cercano a Leonardo
Boff y a la Teología de la Liberación
que al ex cardenal Cardinal Ratzinger," Arzuaga
recuerda que
"La cárcel de La Cabaña se
mantuvo llena a rebosar. Sobre 800 hombres hacinados
en un espacio pensado para no más de 300:
militares batistianos o miembros de algunos de
los cuerpos de la policía, algunos "chivatos",
periodistas, empresarios o comerciantes. El juez
no tenía por qué ser hombre de leyes;
sí, en cambio, pertenecer al ejército
rebelde, al igual que los compañeros que
ocupaban con él la mesa del tribunal. Casi
todas las vistas de apelación estuvieron
presididas por el Che Guevara. No recuerdo ningún
caso cuya sentencia fuera revocada en esas vistas.
Todos los días yo visitaba la "galera
de la muerte", donde permanecían los
prisioneros desde que eran sentenciados a muerte.
Corrió la voz de que yo hipnotizaba a los
condenados antes de salir para el paredón
y que por eso se daban tan fáciles las
cosas, sin escenas desagradables, y el Che Guevara
dio orden de que nadie fuera conducido al paredón
sin que yo estuviera presente. Yo asistí
a 55 fusilamientos hasta el mes de mayo, cuando
me fui. Eso no quiere decir que no se siguiera
fusilando. Herman Marks era un americano, se decía
que era prófugo de la justicia. Lo llamábamos
"el carnicero" porque gozaba gritando
"pelotón, atención, preparen,
apunten, fuego". Conversé varias veces
con el Che con el fin de interceder por determinadas
personas. Recuerdo muy bien el caso de Ariel Lima
que era menor de edad, pero fue inflexible. Lo
mismo puedo decir de Fidel Castro, a quien acudí
también en dos ocasiones con igual propósito.
Sufrí un trauma. A finales de mayo me sentía
mal y se me recomendó abandonar la parroquia
de Casa Blanca, dentro de cuyos límites
se encontraba La Cabaña y que yo había
atendido en los últimos tres años.
Me fui a México para un tratamiento. Cuando
nos despedíamos, el Che Guevara me dijo
que nos habíamos llevado bien, tratando
los dos de sacar el otro de su campo para atraerlo
al de uno. "Hemos fracasado los dos. Cuando
nos quitemos las caretas que hemos llevado puestas,
seremos enemigos frente a frente".
¿Cuánta gente fue asesinada en La
Cabaña? Pedro Corzo ofrece una cifra de
unos doscientos, similar a la proporcionada por
Armando Lago, un profesor de economía retirado
que ha compilado una lista de 179 nombres como
parte de un estudio de ocho años sobre
las ejecuciones en Cuba. Vilasuso me dijo que
cuatrocientas personas fueron ejecutadas entre
el mes de enero y fines de junio de 1959 (fecha
en el que el Che dejó de estar a cargo
de La Cabaña). Los cables secretos enviados
por la Embajada de los Estados Unidos en La Habana
al Departamento de Estado en Washington hablan
de "más de 500." Según
Jorge Castañeda, uno de los biógrafos
de Guevara, un católico vasco simpatizante
de la revolución, el fallecido Padre Iñaki
de Aspiazú, hablaba de setecientas victimas.
Félix Rodríguez, un agente de la
CIA quien fue parte del equipo a cargo de la captura
de Guevara en Bolivia, me dijo que él encaró
al Che después de su captura respecto de
"las dos mil y pico" ejecuciones por
las que fue responsable durante su vida. "Dijo
que todos eran agentes de la CIA y no se refirió
a la cifra," recuerda Rodríguez. Las
cifras más altas pueden incluir ejecuciones
que tuvieron lugar en los meses posteriores a
la fecha en que el Che dejó de estar a
cargo de la prisión.
Lo cual nos trae de regreso a Carlos Santana
y a su elegante indumentaria del Che. En una carta
abierta publicada en El Nuevo Herald el 31 de
marzo de este año, el gran músico
de jazz Paquito D''Rivera reprochó a Santana
su vestuario en la ceremonia de los Premios Oscar,
y agregó: "Uno de esos cubanos fue
mi primo Bebo, preso allí precisamente
por ser cristiano. El me cuenta siempre con amargura
cómo escuchaba desde su celda en la madrugada
los fusilamientos sin juicio de mucho que morían
gritando "¡Viva Cristo Rey!".
El ansia de poder del Che tenía otras
maneras de expresarse además del asesinato.
La contradicción entre su pasión
por viajar-una especie de protesta contra las
limitaciones del estado-nación-y su impulso
por convertirse en un estado esclavizante en relación
a otras personas es patético. Al escribir
acerca de Pedro Valdivia, el conquistador de Chile,
Guevara reflexionaba: "Pertenecía
a esa clase especial de hombres a los que la especie
produce de vez en cuando, en quienes un anhelo
por el poder ilimitado es tan extremo que cualquier
sufrimiento para lograrlo parece natural."
Podría haber estado describiéndose
así mismo. En cada etapa de su vida adulta,
sus megalomanía se manifestaba en el impulso
depredador por apoderarse de las vidas y de la
propiedad de otras personas, y de abolir su libre
voluntad.
En 1958, después de tomar la ciudad de
Sancti Spiritus, Guevara intento sin éxito
imponer una especie de sharia, regulando las relaciones
entre los hombres y las mujeres, el uso del alcohol,
y el juego informal-un puritanismo que no caracterizaba
precisamente su propia forma de vida. Les ordenó
también a sus hombres que asaltaran bancos,
una decisión que justificó en una
carta a Enrique Oltuski, un subordinado, en noviembre
de ese año: "Las masas que luchan
están de acuerdo con asaltar a los bancos
porque ninguno de ellos tiene un centavo en los
mismos." Esta idea de la revolución
como una licencia para reasignar la propiedad
según le conviniese condujo al puritano
marxista a apoderarse de la mansión de
un emigrante tras el triunfo de la revolución.
El impulso de desposeer a los demás de
su propiedad y de reclamar la propiedad del territorio
de otros fue central a la política opresiva
de Guevara. En sus memorias, el líder egipcio
Gamal Abdel Nasser cuenta que Guevara le preguntó
cuántas personas habían abandonado
su país debido a la reforma agraria. Cuando
Nasser replicó que ninguna, el Che contestó
enojado que la manera de medir la profundidad
del cambio es a través del número
de individuos "que sienten que no hay lugar
para ellos en la nueva sociedad." Este instinto
depredador alcanzó un apoteosis en 1965,
cuando empezó a hablar, como Dios, acerca
del "Hombre Nuevo" que él y su
revolución crearían.
La obsesión del Che con el control colectivista
lo llevó a colaborar en la formación
del aparato de seguridad que fue establecido para
subyugar a seis millones y medio de cubanos. A
comienzos de 1959, una serie de reuniones secretas
tuvo lugar en Tarará, cerca de La Habana,
en la mansión a la cual el Che temporalmente
se retiró para recuperarse de una enfermedad.
Allí fue donde los líderes principales,
incluido Castro, diseñaron al estado policíaco
cubano. Ramiro Valdés, subordinado del
Che durante la guerra de guerrillas, fue puesto
al mando del G-2, un cuerpo inspirado en la Cheka.
Angel Ciutah, un veterano de la Guerra Civil española
enviado por los soviéticos que había
estado muy cerca de Ramón Mercader, el
asesino de Trotsky, y que más tarde entablaría
amistad con el Che, desempeñó un
papel fundamental en la organización del
sistema, junto con Luis Alberto Lavandeira, quien
había servido al jefe en La Cabaña.
El propio Guevara se hizo cargo del G-6, el grupo
al que se le encomendó el adoctrinamiento
ideológico de las fuerzas armadas. La invasión
respaldada por los EE.UU. de Bahía de Cochinos
en abril de 1961 se convirtió en la ocasión
perfecta para consolidar al nuevo estado policíaco,
con el acorralamiento de decenas de miles de cubanos
y una nueva serie de ejecuciones. Como el mismo
Guevara le expresó al embajador soviético
Sergei Kudriavtsev, los contrarrevolucionarios
nunca "volverían a levantar su cabeza."
"Contrarrevolucionario" es el término
que se le aplicaba a cualquiera que se apartara
del dogma. Era el equivalente comunista de "hereje."
Los campos de concentración eran una forma
en la cual el poder dogmático era empleado
para suprimir el disenso. La historia le atribuye
al general español Valeriano Weyler, el
capitán general de Cuba a finales del siglo
diecinueve, haber empleado por vez primera a la
palabra "concentración" para
describir la política de cercar a las masas
de potenciales opositores-en su caso a los simpatizantes
del movimiento independentista cubano-con alambre
de púas y empalizadas. Qué irónico
(y apropiado) que los revolucionarios de Cuba
más de medio siglo después continuasen
con esta tradición local. Al principio,
la revolución movilizó a voluntarios
para construir escuelas y para trabajar en los
puertos, plantaciones, y fábricas-todas
ellas exquisitas oportunidades fotográficas
para el Che el estibador, el Che el cortador de
caña, el Che el fabricante de telas. No
pasó mucho tiempo antes de que el trabajo
voluntario se volviese un poco menos voluntario:
el primer campamento de trabajos forzados, Guanahacabibes,
fue establecido en Cuba occidental hacia el final
de 1960. Así es como el Che explicaba la
función desempeñada por este método
de confinamiento: "A Guanahacabibes se manda
a la gente que no debe ir a la cárcel ,
la gente que ha cometido faltas a la moral revolucionaria
de mayor o menor grado...es trabajo duro, no trabajo
bestial".
Este campamento fue el precursor del confinamiento
sistemático, a partir de 1965 en la provincia
de Camagüey, de disidentes, homosexuales,
victimas del SIDA, católicos, Testigos
de Jehová, sacerdotes afro-cubanos, y otras
escorias por el estilo, bajo la bandera de las
Unidades Militares de Ayuda a la Producción
(UMAP). Hacinados en autobuses y camiones, los
"desadaptados" serían transportados
a punta de pistola a los campos de concentración
organizados sobre la base del modelo de Guanahacabibes.
Algunos nunca regresarían; otros serían
violados, golpeados, o mutilados; y la mayoría
quedarían traumatizados de por vida, como
el sobrecogedor documental de Néstor Almendros
Conducta Impropia se lo mostrara al mundo un par
de décadas atrás.
De esta manera, la revista Time parece haber
errado en agosto de 1960 cuando describió
a la división del trabajo de la revolución
con una nota de tapa presentando al Che Guevara
como el "cerebro," a Fidel Castro como
el "corazón" y a Raúl
Castro como el "puño." Pero la
percepción revelaba el papel crucial de
Guevara en hacer de Cuba un bastión del
totalitarismo. El Che era de alguna manera un
candidato improbable para la pureza ideológica,
dado su espíritu bohemio, pero durante
los años de entrenamiento en México
y en el periodo resultante de la lucha armada
en Cuba emergió como el ideólogo
comunista locamente enamorado de la Unión
Soviética, en gran medida para molestia
de Castro y de otros que eran esencialmente oportunistas
dispuestos a utilizar cualquier medio necesario
para ganar poder. Cuando los aspirantes a revolucionarios
fueron arrestados en México en 1956, Guevara
fue el único que admitió que era
un comunista y que estaba estudiando ruso. (Habló
abiertamente de su relación con Nikolai
Leonov de la Embajada Soviética.) Durante
la lucha armada en Cuba, forjó una férrea
alianza con el Partido Socialista Popular (el
partido comunista de la isla) y con Carlos Rafael
Rodríguez, un jugador importante en la
conversión del régimen de Castro
al comunismo.
Esta fanática disposición convirtió
al Che en una parte esencial de la "sovietización"
de la revolución que se había jactado
reiteradamente de su carácter independiente.
Muy poco después de que los barbudos llegaran
al poder, Guevara participó de negociaciones
con Anastas Mikoyan, el vice primer ministro soviético,
quien visitó Cuba. Le fue confiada la misión
de promover las negociaciones soviético-cubanas
durante una visita a Moscú a finales de
1960. (La misma fue parte de un largo viaje en
el cual la Corea del Norte de Kim Il Sung fue
el país que "más" le impresionó.)
El segundo viaje a Rusia de Guevara, en agosto
de 1962, fue aún más significativo,
en razón de que el mismo selló el
acuerdo para convertir a Cuba en una cabeza de
playa nuclear soviética. Se reunió
con Khrushchev en Yalta para finalizar los detalles
sobre una operación que ya se había
iniciado y que involucraba la introducción
en la isla de cuarenta y dos misiles soviéticos,
la mitad de los cuales estaban armados con ojivas
nucleares, así como también lanzadores
y unos cuarenta y dos mil soldados. Tras presionar
a sus aliados soviéticos sobre el peligro
de que los Estados Unidos pudiesen descubrir lo
que estaba aconteciendo, Guevara obtuvo garantías
de que la marina soviética intervendría-en
otras palabras, de que Moscú estaba preparada
para ir a la guerra.
Según la biografía de Guevara de
Philippe Gavi, el revolucionario había
alardeado que "su país se encuentra
deseoso de arriesgarlo todo en una guerra atómica
de inimaginable capacidad destructiva para defender
un principio." Apenas después de finalizada
la crisis de los misiles cubanos-cuando Khrushchev
renegó de la promesa hecha en Yalta y negoció
un acuerdo con los Estados Unidos a espaldas de
Castro que incluía la remoción de
los misiles estadounidenses de Turquía-Guevara
dijo a un periódico comunista británico:
"Si los cohetes hubiesen permanecido, los
hubiésemos utilizado a todos y dirigido
contra el mismo corazón de los Estados
Unidos, incluida Nueva York, en nuestra defensa
contra la agresión." Y un par de años
más tarde, en las Naciones Unidas, fue
leal a las formas: "Como marxistas hemos
sostenido que la coexistencia pacífica
entre las naciones no incluye a la coexistencia
entre los explotadores y el explotado."
Guevara se distanció de la Unión
Soviética en los últimos años
de su vida. Lo hizo por las razones equivocadas,
culpando a Moscú por ser demasiado blando
ideológica y diplomáticamente, y
hacer demasiadas concesiones-a diferencia de la
China maoísta, a la cual llegó a
ver como un refugio de la ortodoxia. En octubre
de 1964, un memo escrito por Oleg Daroussenkov,
un funcionario soviético cercano a él,
cita a Guevara diciendo: "Les pedimos armas
a los checoslovacos; y nos rechazaron. Luego se
las pedimos a los chinos; dijeron que sí
en pocos días, y ni siquiera nos cobraron,
declarando que uno no le vende armas a un amigo."
En realidad, Guevara se resintió por el
hecho de que Moscú le estaba solicitando
a otros miembros del bloque comunista, incluida
Cuba, algo a cambio de su colosal ayuda y de su
apoyo político. Su ataque final contra
Moscú llegó en Argelia, en febrero
de 1965, en una conferencia internacional en la
que acusó a los soviéticos de adoptar
la "ley del valor," es decir, el capitalismo.
Su ruptura con los soviéticos, en síntesis,
no fue un grito en favor de la independencia.
Fue un alarido al estilo de Enver Hoxha en aras
de la total subordinación de la realidad
a la ciega ortodoxia ideológica.
El gran revolucionario tuvo una oportunidad de
poner en práctica su visión económica-su
idea de la justicia social-como director del Banco
Nacional de Cuba y del Departamento de Industria
del Instituto Nacional de la Reforma Agraria a
fines de 1959, y, desde principios de 1961, como
ministro de industria. El periodo en el cual Guevara
estuvo a cargo de la mayor parte de la economía
cubana atestiguó el cuasi colapso de la
producción de azúcar, el fracaso
de la industrialización y la introducción
del racionamiento-todo esto en el que había
sido uno de los cuatros países económicamente
más exitosos de América Latina desde
antes de la dictadura de Batista.
Su tarea como director del Banco Nacional, durante
la cual imprimió billetes que llevaban
la firma "Che," ha sido sintetizada
por su asistente, Ernesto Betancourt: "Encontré
en el Che una ignorancia absoluta de los principios
más elementales de la economía".
Los poderes de percepción de Guevara respecto
de la economía mundial fueron muy bien
expresados en 1961, durante una conferencia hemisférica
celebrada en Uruguay, donde predijo una tasa de
crecimiento para Cuba del 10 por ciento "sin
el menor temor," y, para 1980, un ingreso
per capita mayor que el de "los EE.UU. en
la actualidad." En verdad, hacia 1997, el
trigésimo aniversario de su muerte, los
cubanos se encontraban bajo una dieta consistente
en una ración de cinco libras de arroz
y una libra de frijoles por mes; cuatro onzas
de carne dos veces al año; cuatro onzas
de pasta de soja por semana; y cuatro huevos por
mes.
La reforma agraria le quitó tierra al
rico, pero se la dio a los burócratas,
no a los campesinos. (El decreto fue redactado
en la casa del Che.) En el nombre de la diversificación,
el área cultivada fue reducida y la mano
de obra disponible distraída hacia otras
actividades. El resultado fue que entre 1961 y
1963, la cosecha se redujo a la mitad: apenas
unos 3,8 millones de toneladas métricas.
¿Se justificaba este sacrificio por el
fomento de la industrialización cubana?
Desdichadamente, Cuba carecía de materias
primas para la industria pesada, y, como una consecuencia
de la redistribución revolucionaria, no
contaba con una moneda sólida con la cual
adquirirlas-o incluso adquirir los productos básicos.
Para 1961, Guevara estaba teniendo que dar explicaciones
embarazosas a los trabajadores en la oficina:
"Nuestros camaradas técnicos en las
compañías han producido una pasta
dental... tan buena como la anterior; limpia exactamente
lo mismo, a pesar de que después de un
tiempo se vuelve una piedra." Para 1963,
todas las esperanzas de industrializar a Cuba
fueron abandonadas, y la revolución aceptó
su rol de proveedora colonial de azúcar
al bloque soviético a cambio de petróleo
para cubrir sus necesidades y para revenderlo
a otros países. Durante las tres décadas
siguientes, Cuba sobreviviría en base a
un subsidio soviético de más o menos
entre $65 mil millones y $100 mil millones.
Habiendo fracasado como héroe de la justicia
social, ¿merece Guevara un lugar en los
libros de historia como un genio de la guerra
de guerrillas? Su mayor logro militar en la lucha
contra Batista-la toma de la ciudad de Santa Clara
después de emboscar un tren con pesados
refuerzos-es seriamente cuestionado. Numerosos
testimonios indican que el conductor del tren
se rindió de antemano, acaso tras aceptar
sobornos. (Gutiérrez Menoyo, quien dirigía
un grupo guerrillero diferente en esa área,
está entre aquellos que han criticado la
historia oficial de Cuba sobre la victoria de
Guevara.) Inmediatamente después del triunfo
de la revolución, Guevara organizó
ejércitos guerrilleros en Nicaragua, la
República Dominicana, Panamá, y
Haití-todos los cuales fueron aplastados.
En 1964, envió al revolucionario argentino
Jorge Ricardo Masetti a su muerte al persuadirlo
de que montase un ataque contra su país
natal desde Bolivia, justo después de que
la democracia representativa había sido
restablecida en la Argentina.
Particularmente desastrosa fue la expedición
al Congo en 1965. Guevara se alió con dos
rebeldes-Pierre Mulele en el oeste y Laurent Kabila
en el este-contra el desagradable gobierno congoleño,
el cual era sostenido por los Estados Unido, por
mercenarios sudafricanos y exiliados cubanos.
Mulele había tomado posesión de
Stanleyville antes de ser repelido. Durante su
reinado de terror, tal como lo ha escrito V.S.
Naipaul, asesinó a todos aquellos que podían
leer y a todos los que vestían una corbata.
Respecto del otro aliado de Guevara, Laurent Kabila,
se trataba meramente de un perezoso y un corrupto
por aquel entonces; pero el mundo descubriría
en los años 90 que también él
era una máquina de matar. En cualquier
caso, Guevara se pasó gran parte de 1965
ayudando a los rebeldes en el este antes de abandonar
el país de manera ignominiosa. Poco tiempo
después, Mobutu llegó al poder e
instaló una tiranía de décadas.
(En los países latinoamericanos, de Argentina
al Perú, las revoluciones inspiradas en
el Che tuvieron el mismo resultado practico de
reforzar el militarismo brutal durante muchos
años.)
En Bolivia, el Che fue nuevamente derrotado,
y por última vez. Malinterpretó
la situación local. Una reforma agraria
había tenido lugar unos años antes;
el gobierno había respetado muchas de las
instituciones de las comunidades campesinas; y
el ejército era cercano a los Estados Unidos
a pesar de su nacionalismo. "Las masas campesinas
no nos ayudan en absoluto" fue la melancólica
conclusión de Guevara en su diario boliviano.
Aún peor, Mario Monje, el líder
comunista local, quien no tenía estómago
para una guerra de guerrillas tras haber sido
humillado en los comicios, condujo a Guevara hacia
una ubicación vulnerable en el sudeste
del país. Las circunstancias de la captura
del Che en la quebrada del Yuro, poco después
de reunirse con el intelectual francés
Régis Debray y el pintor argentino Ciro
Bustos, ambos arrestados cuando abandonaban el
campamento, fueron, como gran parte de la expedición
boliviana, cosa de aficionados.
Guevara fue ciertamente audaz y corajudo, y rápido
para organizar la vida en base a principios militares
en los territorios bajo su control, pero no era
un General Giap. Su libro La Guerra de Guerrillas
enseña que las fuerzas populares pueden
vencer a un ejército, que no es necesario
aguardar a que se den las condiciones necesarias
ya que un foco insurreccional puede provocarlos,
y que el combate debe tener lugar principalmente
en el campo. (En su receta para la guerra de guerrillas,
reserva también para las mujeres el rol
de cocineras y enfermeras.) Sin embargo, el ejército
de Batista no era un ejército sino un corrupto
manojo de matones carente de motivación
y sin mucha organización; los focos guerrilleros,
con la excepción de Nicaragua, terminaron
todos en cenizas para los foquistas, y América
Latina se ha vuelto urbana en un 70 por ciento
en estas últimas cuatro décadas.
Al respecto, también, el Che Guevara fue
un cruel alucinado.
En las últimas décadas del siglo
diecinueve, Argentina tenía la segunda
tasa de crecimiento más grande del mundo.
Hacia la década de 1890, el ingreso real
de los trabajadores argentinos era superior al
de los trabajadores suizos, alemanes, y franceses.
Para 1928, ese país ocupaba el duodécimo
lugar en el mundo en cuanto a su PBI per capita.
Ese logro, que las siguientes generaciones arruinarían,
se debió en gran medida a Juan Bautista
Alberdi.
Al igual que Guevara, a Alberdi le gustaba viajar:
caminó a través de las pampas y
de los desiertos de norte a sur a los catorce
años de edad, rumbo a Buenos Aires. Como
Guevara, Alberdi se oponía a un tirano,
Juan Manuel Rosas. Igual que Guevara, Alberdi
tuvo la oportunidad de influir sobre un líder
revolucionario en el poder-Justo José de
Urquiza, quien derrocó a Rosas en 1852.
Como Guevara, Alberdi representó al nuevo
gobierno en giras mundiales, y murió en
el exterior. Pero a diferencia del viejo y nuevo
predilecto de la izquierda, Alberdi nunca mató
una mosca. Su libro, Bases y puntos de partida
para la organización de la República
Argentina, fue la base de la Constitución
de 1853 que limitó el Estado, abrió
el comercio, alentó la inmigración
y aseguró los derechos de propiedad, inaugurando
de ese modo un periodo de setenta años
de asombrosa prosperidad. No se entremetió
en los asuntos de otras naciones, oponiéndose
a la guerra de su país contra Paraguay.
Su semblante no adorna el abdomen de Mike Tyson.
Este trabajo fue originalmente publicado en inglés
por la revista The New Republic bajo el titulo
de The Killing Machine: Che Guevara, from Communist
Firebrand to Capitalist Brand, en sus ediciones
del 11 y 18 de julio de 2005. Traducido por Gabriel
Gasave
Alvaro Vargas Llosa es Académico Asociado
Senior y Director del Centro Para la Prosperidad
Global en The Independent Institute. Su libro
Liberty for Latin America ha sido publicado por
Farrar, Straus & Giroux y, en castellano,
por Planeta (Rumbo a la libertad).
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Ché:
Anatomía de un mito (Video)
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