Los
Cubanos en Houston tienen su Pequeña Habana
Galia García-Palafox. Rumbo,
Texas, EU, 15 de noviembre de 2005.
Un edificio de apartamentos hace las veces de
Cuba
Mientras no sea hora de dormir, la puerta del
apartamento 615 está siempre abierta, una
costumbre que sus habitantes trajeron de la isla
donde nacieron.
"Llega, llega", dice William Álvarez
a quien alcance a ver pasar desde su puerta.
Los que pasan son sus vecinos en un edificio
de apartamentos en South Gessner, donde viven
decenas de refugiados cubanos. El 615 es "la
casa de los cubanos" o así le gusta
llamarla a Álvarez. Lo cierto es que toda
la sección oeste del complejo es cubana.
En el 615 hay café cargado para el que
quiera, hay ropa nueva para el que acaba de llegar,
hay ropa vieja para el que tenga hambre, hay sillones
cómodos para el que quiera sentarse a recordar
o para el que tenga noticias de la isla.
Álvarez llegó hace cuatro años
con su esposa y dos hijos. Fue preso político
casi 14 años y otros seis los pasó
en arresto domiciliario.
Cuando Caridades Católicas los llevó
a vivir a otro edificio, algo no les gustaba,
"no oía a nadie hablando español"
y les cayó la tristeza.
Unos días después alguien entendió
que estaría mejor entre los cubanos.
Llegaron al 615, en el ala de los cubanos, donde
a los recién llegados se les recibe con
regalos, consejos y arroz con pollo.
De todo para todos
Cuando un cubano llega la organización
que lo recibe le tiene listo un apartamento con
camas y artículos de primera necesidad,
para todo lo demás están los compatriotas
cubanos.
Cuando Letanía Castillo llegó de
La Habana hace un año ya se sabía
de su llegada. Su tía, que ya vivía
en el edificio, y los Álvarez, la recibieron
con el apartamento amueblado y le consiguieron
ropa para ella y sus hijos.
Los muebles no eran nuevos, habían pertenecido
a alguna otra familia cubana que ya no los necesitaba.
Porque en la Pequeña Habana o la Pequeña
Hialeah, como a algunos les gusta llamarla, saben
de reciclaje.
Los sillones que adornaban la casa de los Álvarez
cuando llegaron son los que le dieron a Castillo
a su llegada, y cuando Odalys Álvarez se
mudó del edificio le regaló otros
más nuevos; los viejos no fueron a dar
a la basura, ahora le sirven a otro paisano.
"A los cubanos les falta todo", dice
Nersa Cepero, una de las cubanas que no vive en
la Pequeña Hialeah pero visita cada semana
para llevarles ropa, muebles usados o trastes
que la gente le regala.
Lo que más les falta no son cosas materiales,
esas siempre se consiguen, lo que les falta cuando
llegan son ciertas habilidades para vivir en una
ciudad que poco o nada se parece a La Habana o
a Matanzas. Como casi todos los cubanos que llegan,
Castillo no sabía manejar. "Al principio
siempre hay un vecino que te lleve al médico
o a alguna cita de trabajo", dice. Aun mejor,
el que tiene más tiempo enseña al
otro a manejar.
Para cuidar a los niños están los
Álvarez, que han hecho de su apartamento
una guardería infantil.
El primer niño llega a las 6:20 am, el
último a veces se va hasta el día
siguiente. Todos los días desfilan 24 niños
que hablan alto, juegan béisbol y saben
bailar.
La regla de los Álvarez es: a los cubanos
recién llegados y a los que se quedan sin
trabajo no se les cobra.
A pesar de haber construido su pequeño
refugio cubano, las pláticas entre ellos
tienen un sabor amargo.
Siempre aparece el recuerdo del que se quedó
en Cuba y seguramente no estará comiendo
arroz con pollo.
"Allá con los pellejos
del pollo se hacen tres comidas", recuerda
Castillo.
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