Chávez,
presidente de Cuba
Manuel Malaver. El
Venezolano, Venezuela, 15 de noviembre de
2005.
Sorprendente y enigmática son dos calificativos
que calzan atinadamente con la afirmación
del vicepresidente cubano, Carlos Lage, de que
"Cuba es un país tan democrático
que hasta tiene dos presidentes: Fidel Castro
y Hugo Chávez".
Lo primero porque tanto en La Habana, como en
Caracas, se piensa que en lo tocante a la unidad,
fusión o federación de las patrias
de Bolívar y Martí los dos caudillos
se tomarían su tiempo; y lo segundo, porque
viniendo de un representante tan conspicuo del
liderazgo castrista lo menos que podría
esperarse era una frase menos provocadora, urticante
y agresiva sobre tan espinoso asunto.
Se caracteriza el castrismo, en efecto, después
de 46 años en el poder y con post grados
de todo tipo en la sobrevivencia de dinastías
stalinistas, por un manejo cuidadoso y calculado
del lenguaje y por no aventurar palabras ni gestos
sino después de medir su viabilidad y pertinencia,
por lo que el anuncio dado en Caracas de sopetón,
sin aviso y sin razón aparente, no pudo
generar sino interrogantes y torceduras del meollo
entre los analistas que le debemos adicción
al seguimiento de lo que se dice y hace en las
dos capitales del socialismo latinoamericano.
Unos opinando que la senilidad del caudillo de
Birán se está haciendo extensivo
a todo el liderazgo castrista; otros, augurando
que acontecimientos jamás vistos y de naturaleza
escatológica se están cocinando
en la intrahistoria de los dos países;
y otros, tratando de situar la declaración
de Lage en la tierra, playas, campos, pueblos
y ciudades cubano-venezolanas, en el "aquí
y ahora" de dos procesos a los que sus jefes
pretenden cambiarle la piel, los nervios y los
huesos, si, como dicen, para el 2006 Cuba y Venezuela
serán una y la misma patria.
Y es partiendo de esta última perspectiva
que me adelanto a conjeturar que seguramente la
iniciativa de los dos caudillos no está
generando el respaldo que esperaban entre los
revolucionarios de uno y otro país, y desde
ya comienzan a detectar a los enemigos, a lanzarles
provocaciones, a tirarles conchas de mango y a
diseñar los prolegómenos de una
guerra contra aquellos que en la isla y Tierra
Firme estructuran políticas para que la
unión, fusión o federación
no tenga vida.
Sobre todo en Cuba, donde después de 46
años de férrea dictadura, tanto
entre los líderes del castrismo ortodoxo,
como entre "el castrismo sin Castro",
se aspira a que una vez desaparecido el caudillo
otros aires, otros tiempos y otros sueños
empiecen a respirarse en la oprimida isla.
Sin contar con la oposición democrática,
que se las juega todas a que una vez que Castro
no sea más que un mal recuerdo, todos los
cubanos, castristas y anticastristas, revolucionarios
y contrarrevolucionarios, socialistas y capitalistas,
se unan para que la libertad y la democracia anclen
en la patria de Martí.
De modo que no es descabellado afirmar que con
el rechazo al último delirio del dictador
senecto, con la indeferencia y quien sabe si hasta
boicot al intento del octogenario caudillo de
procurarse un heredero extraterritorial, no una
oposición teórica, sino práctica,
esté armándose en las propias filas
de la administración castrista, según
se está haciéndo real la pesadilla
en que se envuelven los últimos autócratas
latinoamericanos.
Y es seguramente hacia esa oposición a
la que dirigió su afirmación el
vicepresidente Carlos Lage, a los millones de
cubanos que no es solo que se rebelan contra la
fatalidad de que Castro los siga gobernando desde
el más allá, sino que igualmente
lo haga a través de un militarejo chambón
cuya identificación con la revolución
y los revolucionarios es absolutamente postiza
y que logrará a punta de histrionismo que
la herencia de Castro desaparezca en un carnaval
de insensateces, payasadas y comicidad.
Porque de cualquier delito puede acusarse a la
revolución cubana, menos de haber faltado
a la cita de drama, tragedia y patetismo que es
típico de las revoluciones y que con todo
derecho fue su mejor carta de presentación
ante la historia del siglo XX, por más
que en "Puro Humo" el inolvidable Cabrera
Infante se empeñe en resaltar que desde
"la guerra de guerrillas, el castrismo aspiraba
a la condición de melodrama".
Respetabilidad que ha empezado a perder según
se ha visto adelante o la cola de un fenómeno
circense, populista y petrolero, sin gestas, heroísmos,
ni mitos que contar, sobreviviente, no tanto de
la capacidad de sus líderes para luchar
y resistir, como de las bondades de enemigos incapaces
de tomarlo en serio, presidido, además,
por un beisbolista frustrado que se niega a salir
del estadio y actúa para multitudes a las
que solo se les pide hurras, vivas y aplausos.
Y en cuyo apoyo se gastan enormes cantidades
de petrodólares, tanto dentro como fuera
de Venezuela, pues el olor de multitud es fragancia
por la que todos los dictadores, los de izquierda
o derecha, los socialistas o capitalistas, revolucionarios
o contrarrevolucionarios, perecen.
Pero del lado venezolano, de la parte de los
millones de hombres y mujeres que se acostumbraron
durante 40 años a vivir en una sociedad
donde valores básicos como la alternabilidad
en el gobierno, la independencia de los poderes,
la libertad de expresión, la pluralidad
y la tolerancia se aplicaban con pasión
no continua pero en ningún caso desdeñable,
puede decirse que estén con los brazos
cruzados e indiferentes ante una política
que de llevarse a cabo pondría fin a la
Venezuela en que nacieron, crecieron, enterraron
a sus padres y aspiran a ser enterrados.
Todo lo contrario, puede decirse que desde el
fatal anuncio toda Venezuela está en ebullición,
en espera de la verdad o ficción del conato
y decididos a enfrentarse a una tropelía
que restauraría el colonialismo que desapareció
en el país a comienzos del siglo XIX.
Y cuando hablo de venezolanos, no me estoy refiriendo
básica ni principalmente a los de la oposición,
sino a los simpatizantes y militantes del chavismo
que observan con horror como la oferta de más
y mejor democracia, de libertad con justicia social
y estado de derecho, se va diluyendo en el establecimiento
de una satrapía que, además, pretende
hacerse dependiente de un país extranjero.
De ahí que, como en Cuba, no es exagerado
afirmar que una oposición al delirio de
los dos caudillos también está tomando
carta de ciudadanía venezolana, y que la
radicalización del "chavismo sin Chávez"
de los últimos meses encuentra su origen,
aparte de otros motivos, en la negativa de muchos
de los llamados revolucionarios a dejarse colonizar.
Un enfrentamiento que cada día adquiere
más fuerza, equipos, soldados y motivos
y que tendrá una primera y decisiva batalla
en las elecciones de diciembre próximo
para la escogencia de una nueva Asamblea Nacional
y de la cual piensa el chavismo "duro y colonizado"
salir con la mayoría absoluta de votos
para modificar la constitución y desaparecer
a la "República de Venezuela",
la misma que forjaron Bolívar, Páez,
Sucre y los millones de nacionales que en el curso
de casi 200 años dejaron vidas, haciendas,
salud y bienestar para hacerla realidad.
Y que ahora, de salirse Chávez y Castro
con la suya, pasará a formar parte de una
alianza fatídica y alucinante cuyo fin
es nada más y nada menos que restaurar
el comunismo, pulverizar la libertad y la democracia
donde quiera que exista y erigirse en el trono
y altar de un esperpento agónico y de un
adolescente tardío que aun no encuentra
acomodo en el mundo.
|