PRENSA INTERNACIONAL
Marzo 31, 2005
 

Che de Oscar

Andrés Reynaldo, El Nuevo Herald, 31 de marzo de 2005.

Ernesto Che Guevara siempre será un motivo de escándalo para los cubanos. De ahí la irritación de algunos de mis compatriotas cuando vieron a Carlos Santana en la reciente ceremonia de los Oscar vistiendo una camiseta con la efigie guerrillera que se ha vuelto una esfinge comercial.

Como recordarán, Santana acompañó con su magistral guitarra al actor Antonio Banderas en la presentación del tema de la película Diarios de motocicleta que, dicho sea de paso, no está del todo mal. Son cosas de Hollywood y no hay que hacerse mala sangre. La canción de marras, Al otro lado del río, de Jorge Drexler, también tiene su encanto. Los organizadores de la gala le negaron a Drexler la gloria de interpretarla, alegando que no era una figura muy conocida. Injusticia doble, porque tuvimos que zamparnos a Banderas, quien se ha convertido en una especie de compendio del estereotipo latino. Ya sabemos, según los cánones de la meca del cine los latinos cantamos con la melena ostentosamente envaselinada, a la par que nos azotamos el pecho y los muslos o, si la cosa va de cabaret, nos sobamos la bragueta. Y nadie como Banderas para montarse el número.

Es mucho pedir que Hollywood y Santana sepan quién era el Che. (Acaso ni siquiera saben quién es Banderas.) Ah, me van a decir que no dejarían salir a escena a un señor con una imagen de Hitler en la camiseta. Es verdad. Pero no lo prohibirían por sensibilidad histórica ni exigencia moral, sino porque la comunidad judía los golpearía justicieramente con su enorme poder económico, político y cultural. Y por muy bien que nos haya ido en este país, los cubanos todavía no podemos jugar en esas ligas. Como consuelo de pobre, les aseguro que, en el fondo, no fue más que uno de esos frecuentes accidentes de la frivolidad, la soberbia y la ignorancia. Con la mismita displicencia que hoy ponen al Che en prime time ayer debieron pasar la página de su obituario sin reparar demasiado si era un revolucionario argentino o un cantante cubano, o viceversa.

La ascensión del Che como ícono de la revolución universal es un fenómeno irreversible, de momento. A mi juicio, se explica por dos factores. De un lado, el descomunal empuje propagandístico de la izquierda totalitaria en las dos décadas anteriores. Y del otro, la ausencia de héroes y movimientos carismáticos, abnegados y genuinamente libertarios que enfrenten de manera coherente la impune y repugnante opresión padecida por millones de hombres. Eternamente sediento de justicia, el espíritu de la humanidad trabaja con lo que encuentra en el camino. A veces tenemos suerte y nos vamos a la revolución tras la huella de Jefferson o Gandhi. A veces caemos en el abismo tras la crápula dictatorial.

Ante la multiplicada fotografía del Che no puedo dejar de lamentar que los anhelos de tanta gente humilde encarnen en un demagogo arrogante y rencoroso que disfrutaba asesinar con sus propias manos, carecía de luces humanísticas y, para colmo, era un pésimo estratega guerrillero. Tampoco puedo pasar por alto esta lacerante pregunta: ¿cómo es posible que a la hora de reivindicar a los oprimidos no aparezca casi nunca alguien mejor, con instrumentos más nobles que un fusil y una cartilla de adoctrinamiento?

Para los cubanos, el Che es un sórdido capítulo del terror fidelista. Para muchos latinoamericanos alcanza la estatura de un libertador. En Hollywood es simplemente una camiseta que da un timbre exótico a la escena. Hay verdades que deben pasar por un lento período de fermentación, en condiciones húmedas y con poca luz. Llegará el día en que el mito del Che suelte el corcho. Mientras tanto, es mejor tragar en seco y pasar con elegancia frente al trágico equívoco. Se anuncia que Santana dará un concierto en Miami. Por favor, sigamos como si no hubiéramos visto la noche de los Oscar. Que no se levante un reproche. Que no haya un solo cartel de protesta. No le hagamos ese homenaje al Che.

 

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