PRENSA INDEPENDIENTE
Junio 24, 2005
 

DESDE LA CARCEL
"Paco", Carpa y Calambuco: tres mosqueteros en una prisión

José Ubaldo Izquierdo Hernández, prisionero político y de conciencia condenado a 16 años.

PENITENCIARÍA DE GUANAJAY, Cuba - Junio (www.cubanet.org) - "¡Vaya, coge tu 'Paco' aquí!", pregonaba Reinier, un joven recluso de 23 años de edad en pleno pasillo de uno de los siete destacamentos (no importa cuál) de la cárcel de Guanajay, prisión de mayor rigor ubicada a 45 kilómetros al oeste de la capital cubana.

"Paco", nombre con el que los prisioneros comunes califican al parkisonil (psicofármaco utilizado por el facultativo en el tratamiento de enfermedades relacionadas con el sistema nervioso central), es uno de los "mosqueteros" de mi historia, que bien podría repetirse en cualquiera de los casi 200 establecimientos penitenciarios existentes en la Cuba de Fidel Castro.

El "Paco" se expende acá al por mayor, y su consumo es alarmante dentro de una población penal que se aproxima a los 700 reclusos. La tableta del psicofármaco se cotiza a 10 y 20 pesos, en dependencia de su dosificación (2 y 5 mg.), en un mercado subterráneo que bien puede catalogarse de "tolerado" por las autoridades carcelarias, que poco o nada hacen para frenar su venta y consumo.

"Yo lo tomo pa´sentirme sabroso; con él cojo una clase de vuele (embriaguez) superrico", me contaba hace varios días Virgilio, un recluso adicto al parkisonil, quien extingue una sanción de 40 años por hurtar una bicicleta en pleno parque central de su natal San Antonio de los Baños, provincia Habana.

Omar Evelio, otro de los sancionados y fiel admirador del "Paco", en diálogo animado, me comentaba en días pasados: "Compadre, aquí hay que pasar el día volao (borracho) porque verdaderamente esta gente me ha echao una pila de años por un cangre de yuca que me faché (robó) de un autoconsumo en Bauta".

Virgilio y Omar Evelio son, por decirlo de algún modo, víctimas de las peripecias de los "tres mosqueteros" de esta historia, que si tiene algún parecido o similitud con la obra original no es fruto de la casualidad.

Vayamos a "Carpa", mi otro "mosquetero", que si bien no posee una estocada tan efectiva como la de su compañero y amigo "Paco", es capaz también de poner a "volar" a cuanto recluso recurra en su auxilio, ya sea para "ahogar" sus penas, como para olvidar cuanta maldad, egoísmo y traición le rodea en este mundo de rejas y candados.

La "Carpa" (carbanazepina) es un medicamento empleado principalmente en pacientes aquejados de epilepsia o trastornos neuro-cerebrales. Su uso en dosificaciones altas provoca pérdida de la locomoción, mareo e inestabilidad en el individuo.

Su cotización aquí es asequible a cualquier bolsillo, pues se venden 10 tabletas de 200 mg. cada una por siete pesos, o al trueque por una cajetilla de cigarrillos negros, un kilogramo de azúcar o medio kilogramo de cereal lacteado o gofio de trigo.

La presencia de "Carpa" es ya usual en cualquier destacamento, galera o pasillo de esta prisión, y sus "amigos" llegan en ocasiones a acumular cientos de tabletas debido a su amplio y eficaz mercado, casi tan común como el de cualquier alimento, artículo de aseo personal o tabaco torcido y cigarrillos negros o rubios.

Wilfredo, un recluso de tez negra a quien todos apodan "Hitler", de setenta y tantos años, me aseguraba que él toma la "Carpa" porque verdaderamente no puede aspirar a consumir "Paco", por su alto precio y porque, además, él no tiene familia que lo visite en la cárcel, y debe luchar su "pasta" (dinero) confeccionando jabas de nylon tejidas o tapetes de mesa.

A mi interrogante de por qué consumía altas dosis de carbamazepina, el deteriorado anciano respondió visiblemente emocionado:

"Mira, mi´jo, este gobierno me ha metido en una prisión por el simple hecho de mantener relaciones sexuales con una jinetera (prostituta) menor de edad. De nada me valieron mis largos años de servicio en el Ministerio del Interior, ni mi limpio historial a favor de la revolución. Estoy desencantado y ya me da lo mismo morirme que seguir viviendo, pues yo no soportaré estos 30 años de cárcel".

"Hitler", cabizbajo y con sus botines desgastados y rotos me pide un vaso de agua, y en mi presencia ingiere cinco tabletas de "Carpa", que según él, le harán sentirse "fuera de este mundo". Sin dudas, otra víctima de la mortal "estocada" del segundo "mosquetero" de mi historia que, en complicidad con las autoridades penitenciarias, hace de las suyas en este "cementerio de hombres vivos".

Por último, citaré al otro integrante del trío de "espadachines", que con sombrero y capa completan esta historia basada en hechos reales, bien distante de la aventura escrita por Alejandro Dumas en la Francia del siglo XIX.

"Calambuco", mi tercer "mosquetero", también juega un importante papel en esta realidad, visualizada a lo largo y ancho de la Isla (prisión), pues su fabricación, venta y consumo es casi generalizada, por lo fácil de su preparación (totalmente artesanal) en todo el territorio nacional cubano.

"Calambuco" también es perceptible en todos los destacamentos o galeras de la penitenciaría de Guanajay. A base de azúcar crudo, agua y levadura panificadora, los reclusos elaboran una especie de vino, que después de su obligada fermentación por espacio de 4 ó 5 días pasan por un serpentín hecho con mangueras de suero donde el proceso de destilación es provocado por un conjunto de tanques plásticos que hierven al compás de resistencias eléctricas colocados en su interior.

El resultado final es un alcohol de baja calidad y peculiar sabor que se expende por un valor de 20 pesos en un envase plástico llamado "caneca", cuyo contenido es de aproximadamente 275 ml del "Calambuco", como llaman a esta popular bebida, tanto dentro como fuera del recinto penitenciario.

Es, sin dudas, el "mosquetero" más perseguido por la jefatura carcelaria, quien semanalmente trata infructuosamente de requisar cada una de las galeras en busca del "Calambuco", usual "amigo" de la inmensa mayoría de quienes aquí guardan prisión por delitos comunes.

Guillermo, Yoel y Osmel son tres jóvenes sancionados durante la llamada "Operación Coraza Popular", que llevó a miles de cubanos a la cárcel por su relación en la venta, contrabando o consumo de sustancias psicotrópicas, a partir de enero de 2003, cuando el régimen cubano lanzó una campaña nacional contra el visible e incrementado mercado de las drogas en la isla comunista.

"Hoy nos tomamos cuatro 'canecas', y así olvidamos un poco esa cantidad de años que nos echaron", afirma Guillermo, que a pesar de sus 36 años de edad muestra visibles señales de palidez en su rostro, y peculiares manchas en la piel de los brazos, tórax y espalda.

Ellos prefieren el "Calambuco", pues según alega Guillermo, es menos perjudicial que las pastillas y más fácil de encontrar dentro de la prisión.

Aquí termina mi historia, que sin hurgar muy hondo, narra pasajes vivos de la convivencia carcelaria cubana, donde 61 prisioneros políticos y de conciencia palpamos con preocupación cómo se deterioran las vidas de hombres que, a pesar del delito cometido, son seres humanos con iguales derechos que aquellos que hoy están llamados a cumplir a cabalidad lo establecido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, de la cual Cuba es firmante.

Mis protagonistas no serán jamás héroes de sobrada fama, como en la historia de Dumas, pero me inspiran a llevar al ánimo del lector su verdad dantesca: "Paco" "Carpa" y "Calambuco": Tres mosqueteros en una prisión.


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