DESDE
LA CARCEL
"Paco",
Carpa y Calambuco: tres mosqueteros en una prisión
José Ubaldo Izquierdo Hernández,
prisionero político y de conciencia condenado
a 16 años.
PENITENCIARÍA DE GUANAJAY, Cuba - Junio
(www.cubanet.org) - "¡Vaya, coge tu
'Paco' aquí!", pregonaba Reinier,
un joven recluso de 23 años de edad en
pleno pasillo de uno de los siete destacamentos
(no importa cuál) de la cárcel de
Guanajay, prisión de mayor rigor ubicada
a 45 kilómetros al oeste de la capital
cubana.
"Paco", nombre con el que los prisioneros
comunes califican al parkisonil (psicofármaco
utilizado por el facultativo en el tratamiento
de enfermedades relacionadas con el sistema nervioso
central), es uno de los "mosqueteros"
de mi historia, que bien podría repetirse
en cualquiera de los casi 200 establecimientos
penitenciarios existentes en la Cuba de Fidel
Castro.
El "Paco" se expende acá al
por mayor, y su consumo es alarmante dentro de
una población penal que se aproxima a los
700 reclusos. La tableta del psicofármaco
se cotiza a 10 y 20 pesos, en dependencia de su
dosificación (2 y 5 mg.), en un mercado
subterráneo que bien puede catalogarse
de "tolerado" por las autoridades carcelarias,
que poco o nada hacen para frenar su venta y consumo.
"Yo lo tomo pa´sentirme sabroso; con
él cojo una clase de vuele (embriaguez)
superrico", me contaba hace varios días
Virgilio, un recluso adicto al parkisonil, quien
extingue una sanción de 40 años
por hurtar una bicicleta en pleno parque central
de su natal San Antonio de los Baños, provincia
Habana.
Omar Evelio, otro de los sancionados y fiel admirador
del "Paco", en diálogo animado,
me comentaba en días pasados: "Compadre,
aquí hay que pasar el día volao
(borracho) porque verdaderamente esta gente me
ha echao una pila de años por un cangre
de yuca que me faché (robó) de un
autoconsumo en Bauta".
Virgilio y Omar Evelio son, por decirlo de algún
modo, víctimas de las peripecias de los
"tres mosqueteros" de esta historia,
que si tiene algún parecido o similitud
con la obra original no es fruto de la casualidad.
Vayamos a "Carpa", mi otro "mosquetero",
que si bien no posee una estocada tan efectiva
como la de su compañero y amigo "Paco",
es capaz también de poner a "volar"
a cuanto recluso recurra en su auxilio, ya sea
para "ahogar" sus penas, como para olvidar
cuanta maldad, egoísmo y traición
le rodea en este mundo de rejas y candados.
La "Carpa" (carbanazepina) es un medicamento
empleado principalmente en pacientes aquejados
de epilepsia o trastornos neuro-cerebrales. Su
uso en dosificaciones altas provoca pérdida
de la locomoción, mareo e inestabilidad
en el individuo.
Su cotización aquí es asequible
a cualquier bolsillo, pues se venden 10 tabletas
de 200 mg. cada una por siete pesos, o al trueque
por una cajetilla de cigarrillos negros, un kilogramo
de azúcar o medio kilogramo de cereal lacteado
o gofio de trigo.
La presencia de "Carpa" es ya usual
en cualquier destacamento, galera o pasillo de
esta prisión, y sus "amigos"
llegan en ocasiones a acumular cientos de tabletas
debido a su amplio y eficaz mercado, casi tan
común como el de cualquier alimento, artículo
de aseo personal o tabaco torcido y cigarrillos
negros o rubios.
Wilfredo, un recluso de tez negra a quien todos
apodan "Hitler", de setenta y tantos
años, me aseguraba que él toma la
"Carpa" porque verdaderamente no puede
aspirar a consumir "Paco", por su alto
precio y porque, además, él no tiene
familia que lo visite en la cárcel, y debe
luchar su "pasta" (dinero) confeccionando
jabas de nylon tejidas o tapetes de mesa.
A mi interrogante de por qué consumía
altas dosis de carbamazepina, el deteriorado anciano
respondió visiblemente emocionado:
"Mira, mi´jo, este gobierno me ha
metido en una prisión por el simple hecho
de mantener relaciones sexuales con una jinetera
(prostituta) menor de edad. De nada me valieron
mis largos años de servicio en el Ministerio
del Interior, ni mi limpio historial a favor de
la revolución. Estoy desencantado y ya
me da lo mismo morirme que seguir viviendo, pues
yo no soportaré estos 30 años de
cárcel".
"Hitler", cabizbajo y con sus botines
desgastados y rotos me pide un vaso de agua, y
en mi presencia ingiere cinco tabletas de "Carpa",
que según él, le harán sentirse
"fuera de este mundo". Sin dudas, otra
víctima de la mortal "estocada"
del segundo "mosquetero" de mi historia
que, en complicidad con las autoridades penitenciarias,
hace de las suyas en este "cementerio de
hombres vivos".
Por último, citaré al otro integrante
del trío de "espadachines", que
con sombrero y capa completan esta historia basada
en hechos reales, bien distante de la aventura
escrita por Alejandro Dumas en la Francia del
siglo XIX.
"Calambuco", mi tercer "mosquetero",
también juega un importante papel en esta
realidad, visualizada a lo largo y ancho de la
Isla (prisión), pues su fabricación,
venta y consumo es casi generalizada, por lo fácil
de su preparación (totalmente artesanal)
en todo el territorio nacional cubano.
"Calambuco" también es perceptible
en todos los destacamentos o galeras de la penitenciaría
de Guanajay. A base de azúcar crudo, agua
y levadura panificadora, los reclusos elaboran
una especie de vino, que después de su
obligada fermentación por espacio de 4
ó 5 días pasan por un serpentín
hecho con mangueras de suero donde el proceso
de destilación es provocado por un conjunto
de tanques plásticos que hierven al compás
de resistencias eléctricas colocados en
su interior.
El resultado final es un alcohol de baja calidad
y peculiar sabor que se expende por un valor de
20 pesos en un envase plástico llamado
"caneca", cuyo contenido es de aproximadamente
275 ml del "Calambuco", como llaman
a esta popular bebida, tanto dentro como fuera
del recinto penitenciario.
Es, sin dudas, el "mosquetero" más
perseguido por la jefatura carcelaria, quien semanalmente
trata infructuosamente de requisar cada una de
las galeras en busca del "Calambuco",
usual "amigo" de la inmensa mayoría
de quienes aquí guardan prisión
por delitos comunes.
Guillermo, Yoel y Osmel son tres jóvenes
sancionados durante la llamada "Operación
Coraza Popular", que llevó a miles
de cubanos a la cárcel por su relación
en la venta, contrabando o consumo de sustancias
psicotrópicas, a partir de enero de 2003,
cuando el régimen cubano lanzó una
campaña nacional contra el visible e incrementado
mercado de las drogas en la isla comunista.
"Hoy nos tomamos cuatro 'canecas', y así
olvidamos un poco esa cantidad de años
que nos echaron", afirma Guillermo, que a
pesar de sus 36 años de edad muestra visibles
señales de palidez en su rostro, y peculiares
manchas en la piel de los brazos, tórax
y espalda.
Ellos prefieren el "Calambuco", pues
según alega Guillermo, es menos perjudicial
que las pastillas y más fácil de
encontrar dentro de la prisión.
Aquí termina mi historia, que sin hurgar
muy hondo, narra pasajes vivos de la convivencia
carcelaria cubana, donde 61 prisioneros políticos
y de conciencia palpamos con preocupación
cómo se deterioran las vidas de hombres
que, a pesar del delito cometido, son seres humanos
con iguales derechos que aquellos que hoy están
llamados a cumplir a cabalidad lo establecido
en la Declaración Universal de Derechos
Humanos, de la cual Cuba es firmante.
Mis protagonistas no serán jamás
héroes de sobrada fama, como en la historia
de Dumas, pero me inspiran a llevar al ánimo
del lector su verdad dantesca: "Paco"
"Carpa" y "Calambuco": Tres
mosqueteros en una prisión.
|