SOCIEDAD
Un viaje en camello
José Antonio Fornaris, Cuba Verdad
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - El camello
(camión con arrastre para el transporte
público en La Habana) llega a su primera
parada, Reina esquina a Águila. Va rumbo
a Santiago de las Vegas.
Es domingo, 8 y 10 de la noche. A esta hora ya
no hay inspectores para controlar y organizar
a las personas que quieren abordarlo. Previsoriamente,
las tres puertas son abiertas. Si no lo hacen
así, los que están abajo las fuerzan
y las rompen. Todo el mundo quiere entrar al mismo
tiempo; algunos entran por las ventanillas. El
afán es, primeramente, ocupar algunos de
los asientos, y después tener la oportunidad
de irse, no importa cómo.
Soy uno de los últimos en subir. Lo hago
con una mano sobre el pecho. No es porque me duela
el corazón al contemplar la escena. Ya
la he visto y enfrentado muchas veces. Es para
cuidar la billetera. Yo la uso en el bolsillo
de la camisa. Si usted toma un transporte público
colectivo en La Habana (sobre todo un camello)
con la billetera en el bolsillo del pantalón,
puede estar seguro de que la pierde.
En el bolsillo de la camisa también han
tratado de robármela, utilizando el truco
de levantar cualquier cosa hasta la altura del
bolsillo de la camisa que pueda ocultar el movimiento
de la mano. La estadística del número
de carteristas por habitantes debe ser bastante
alta.
Puedo llegar nada más hasta el segundo
escalón por la última puerta. Quedo
con la cara pegada a una mochila que lleva un
joven a la espalda y que está en el tercer
escalón, que es ya la plataforma (el piso)
del camello. En el escalón de abajo, una
muchacha que está comprimida contra la
puerta ya cerrada me presiona fuertemente por
la parte de atrás de las rodillas. Parezco
una Z al revés. Aunque voy muy incómodo
no temo caerme porque no hay para dónde.
En la siguiente parada, en la calle Infanta,
mejoro mi posición. Me percato de que el
joven de la mochila lleva en una mano dos tubos
de luz fría, y sobre el piso una pequeña
carretilla con estructura circular que algunas
personas utilizan para transportar los pequeños
cilindros de gas de uso doméstico. Él,
seguramente, debe ser un gran mago.
En la misma parada dos de tres jóvenes
que venían alborotando se bajan. Y mientras
el camello está detenido se establece un
diálogo de cariñosas palabras obscenas
entre los dos que están en la acera y el
que quedó arriba. Cuando el camello echa
a andar, uno de los de abajo le dice algo sobre
la abuela al joven que aún es pasajero,
y éste le responde a gritos que deje a
su abuela tranquila, que en esos momentos debe
estar haciendo el amor. Claro, eso fue dicho con
palabras que no puedo repetir aquí.
Durante ese trayecto también se han oído
las voces de los cobradores pidiendo permiso a
gritos, y las protestas de algunos pasajeros porque
los primeros los empujan para pasar a cobrar el
importe del pasaje.
En la siguiente parada, que está a la
altura de la terminal de ómnibus nacionales,
las puertas no se pueden cerrar. El camello se
detiene más tiempo de lo normal. Una mujer
reclama a gritos que por qué abrieron las
puertas en esa parada, que tenían que haber
dejado antes a los que se iban a bajar. Un hombre
le replica, también a gritos: "Eso
tú lo dices porque ya estás arriba.
Cállate esa boca o ve y quédate
allí", le señala con un dedo
hacia el llamado Palacio de la Revolución
que está a 300 metros de donde se encuentran.
Cerca de la parada de la Calzada del Cerro dos
mujeres discuten fuertemente porque una empuja
a la otra para acercarse a una de las puertas
de bajada. La discusión sube de tono, y
la que va a bajarse le dice a la otra: "Quédate
en ésta (en la parada) para resolver esto
allá abajo".
Un señor mayor comenta que eso ya era
el colmo; las mujeres retándose como hombres
a bajarse del camello para fajarse.
Llegué a mi destino, la parada de la Calzada
de Boyeros y calle 100 sano y salvo. Menos de
la mitad del trayecto que recorre este camello
(M-2). Prueba de ello es que he podido narrarles
las peripecias del viaje.
Y todavía hay quien dice que el cruce
de loa Alpes con elefantes, como hizo Aníbal
en la antigüedad, fue una aventura peligrosa.
Aquello fue una vez en la vida. La actual aventura
"camellística" se sucede día
tras día.
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