SOCIEDAD
El regreso del gato
Amarilys C. Rey, Cuba Verdad
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Esta es
la segunda vez que escribo sobre el gato de mi
casa. Claro, si fuera él quien escribiera
hablaría de su casa y mencionaría
a mi esposo, que es su preferido.
Estuvo ocho días ausente, se fue sin despedirse
de nadie. En los primeros días pensábamos
que se había enamorado y estaba de luna
de miel en las propiedades de alguna gata amorosa.
Pero ya a partir del cuarto día creíamos
que le había sucedido algo grave. Mi marido
hasta anduvo por calles aledañas a la casa
tratando de ver si algún carro lo había
atropellado.
Ya estábamos casi seguros de que algo
malo le había ocurrido, y que no lo veríamos
más. De pronto, cuando abrí la puerta
del patio en la mañana del domingo lo vi
durmiendo en un improvisado banco de madera que
hay en mi patio.
Muy flaco, cuando me acerqué dijo un "miau"
muy bajitico. Entré a dar la noticia, pero
no me dio tiempo porque ya estaba detrás
de mí maullando con fuerza, parece que
para anunciar su regreso a mi esposo, que es su
amigo.
Mi marido le acarició la cabeza y le dijo:
"No sé qué concepto tú
tienes de la amistad. Nada más que una
gata arrabalera te hizo una seña y te perdiste
más de una semana. De todas formas voy
a revisarte, no vaya a ser que los malos te hayan
abierto la barriga para instalarte un micrófono.
Aunque si eso es así, lo único que
van a escuchar es a Amarilys diciendo: ¡Gato,
sal para el patio!; ¡Adis (la perra), bájate
de ahí!; ¡Sisy (la cotorra), cállate
el pico que me tienes loca!"
Parece que el gato entendía algo del discursito
de mi marido, porque lo miraba fijo y pestañaba
a cada ratico. Aproveché para hacerme la
sabihonda y dije: "Es que los gatos sólo
llevan cuatro mil años junto al hombre.
No están del todo domesticados".
Me enteré en un capítulo de la
serie norteamericana "En la escena del crimen",
que la televisión cubana está transmitiendo
dos o tres veces por semana. Pero no le dije nada
para dejarlo intrigado.
De inmediato le cociné al gato un pescado
que le había guardado, porque a pesar de
los pesares, tenía alguna esperanza de
que regresara. Puse el pescado a enfriar en un
plato sobre la meseta de la cocina, pero en ese
momento tocaron a la puerta. Cuando regresé
ya el pescado había desaparecido. Vi que
se lo estaba comiendo en el patio. Comenté
que había que reeducarlo nuevamente, porque
había vuelto a hurtar comida, aunque esta
vez tenía como disculpa que de todas formas
era para él.
Su amigo dijo enseguida: "El hambre es mala
pedagoga. Lo que hay que hacer es darle toda la
comida que se le pueda conseguir hasta que el
estómago se le vuelva a equilibrar".
Me alegro que haya regresado, porque él
forma parte de nuestro ámbito, aunque estoy
segura de que él piensa que los que formamos
parte de su entorno somos nosotros.
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