PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 26 , 2005
 

RELIGION
Una de cal y otra de arena para dos raciones de Magdalenas

Miguel Saludes

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - El 21 de enero fue clausurado el primer Festival de la Televisión Cubana, evento tardío para un país que ha sido pionero en la acogida de ese medio de comunicación. Varios programas participaron como finalistas en la premiación a los mejores. Entre los dedicados a la programación cinematográfica uno de los escogidos fue La Séptima Puerta, espacio que conduce el crítico Rolando Pérez Betancourt. Y el contenido de cal que motiva esta reflexión se refiere a que la propuesta seleccionada para participar en el certamen fue precisamente la que exhibió en su momento el filme inglés En el nombre de Dios, originalmente titulado Las Hermanas Magdalenas.

La puesta de esta película en diciembre generó una fuerte crítica entre religiosos y laicos de la Iglesia Católica cubana, reprobación que quedó restringida en el marco de los católicos que vieron el programa aquella noche. No tendrían que esperar mucho para ver aparecer en pantalla una segunda aparición de la película cuando se dio a conocer que este programa resultó elegido para competir en el evento. La razón de que haya sido designado el que presentó esa cinta, y no otros programas, carece de explicación, máxime cuando el premio otorgado a Arte Siete, quien se llevó en definitiva el lauro, sólo especificó el nombre del programa ganador.

En el caso de La Séptima Puerta se han pasado mejores producciones y por citar algunos vienen a la mente el extraordinario filme hindú Lagan, la serbia En tierra de nadie, la norteamericana Casa de arena y humo, la iraní Kandahar o la Yugoeslava Bar Balkán. Sobre todo las cuatro últimas mencionadas tocan temas actuales con profundidad y nos ponen ante las crudas realidades que tiene que enfrentar el ser humano envuelto en los conflictos de la modernidad. Sin embargo, el nominado fue el que contenía la historia sobre unas terribles monjas y el régimen dictatorial impuesto a miles de muchachas encerradas en sus predios, trabajando como esclavas en las lavanderías de la institución.

Las Hermanas Magdalenas, producción dirigida por el escocés Peter Mullan, se basa en lo que parecen ser hechos verídicos protagonizados por tres jóvenes que sufrieron a consecuencia del fanatismo religioso y la rigurosidad moralista de sus familias y de la sociedad católica irlandesa en general, siendo sometidas por diversas causas a la tutela de esa congregación. Escenas verdaderamente grotescas nos muestran unas religiosas que al caminar lo hacen a paso de marcha militar. Las imágenes que nos muestran a estas monjas castrenses utilizando toda serie de vejaciones contra las internas tienen mucho en común con la de los nazis martirizando a sus víctimas en los campos de concentración.

Ciertamente, el crítico cubano expresó al concluir su reseña del filme que no se puede generalizar la idea que aparece en pantalla con la actitud de no pocas religiosas que ejercen su misión humanitaria en el mundo. Pudo haber mencionado incluso a las que trabajan con tanto amor en nuestra Patria. Pero la breve aclaración de Rolando Pérez se pierde cuando ante nuestros ojos se desarrollan 119 minutos de una trama cuyo objetivo es despertar el rechazo hacia todo lo que nos represente un hábito religioso.

La primera vez que fue pasada por la televisión pude constatar la reacción de algunas personas que la comentaban a la espera del ómnibus. Sus conclusiones hacían un juicio condenatorio donde eran embolsados en una misma saca todos los creyentes. La pregunta que comenzaba la discusión callejera era: "¿Viste la película?" Interrogante que traía la coletilla de un "por eso yo no creo en la Iglesia".

Sobre la pretendida objetividad del cineasta Mullan pesa su anti catolicismo manifestado públicamente al comparar la institución católica con los talibanes, algo que denota su fanática hostilidad contra la Iglesia. También quedan en el argumento algunas cuestiones sin aclarar. Por ejemplo el por qué esta joven, encerrada por coquetería, y que demostró una indoblegable rebeldía ante el trato infame que le impusieron, no denunció estos hechos cuando huyó del convento a mediados de los años sesenta, para establecerse en Liverpool donde llegó a montar un próspero negocio de estilística. Teniendo en cuenta que las lavanderías y claustros fueron cerrados en 1996, tuvo bastante tiempo para exponer los desmanes allí cometidos.

Se habla de que 30 mil muchachas pasaron durante años por estos predios infernales, pero no se le aclara a los espectadores las razones de que esto ocurriera. Una de ellas es que estas religiosas trabajaban fundamentalmente con mujeres provenientes del mundo de la prostitución, delincuentes y excarceladas. Incluso muchas de las que abrazaban el hábito habían pasado por esas tristes experiencias. Las casas de las Magdalenas eran una especie de reformatorios vinculados al Ministerio de Justicia, y el control de estas casas estaba bajo la supervisión rigurosa de inspectores estatales.

Se le olvidó a Mullan y después a Betancourt, mencionar que en Inglaterra existían centros parecidos, regidos por la iglesia anglicana. Se explica, aunque no se justifica, la dureza y la disciplina propia de ese ambiente. Pero lo que no es fácil de suponer es la falta de matices que caracteriza la película, donde no aparece un mínimo rasgo de humanidad o de misericordia en el rostro y actuación de estas hermanas, cosa que sucede hasta en los peores reductos carcelarios.

Incluso al director se le fue un detalle en la pérfida superiora que parece condolerse ante la actitud del padre de una prófuga devuelta por su propio progenitor al recinto. En la escena resaltan dos cosas. Por una parte la actitud de la familia, que coloca a las muchachas en una situación sin disyuntivas. No tienen hogar ni nadie que las quiera. Les queda la calle, con la consecuente prisión, o el convento. Incluso una de las protagonistas que está a punto de alcanzar la libertad cuando por un descuido logra traspasar los impenetrables muros del encierro, opta por regresar al interior de aquel mundo sórdido cuando comprende que no tiene a donde ir.

Aparece por otra parte la situación en que quedó la monja responsable por la fuga, que por ese motivo puede ser enviada a cuidar leprosos a África. Esta es una verdadera falta de respeto a la entrega amorosa de miles de religiosos y religiosas dedicados al cuidado de estos enfermos, no en cumplimiento de un feroz castigo, sino por pura caridad cristiana. Desconoce el director que cuando la aparición del terrible mal del SIDA fueron las hijas de la Caridad de Teresa de Calcuta las que asumieron el terrible rol de enfermeras de los contagiados con el terrible mal.

En fin que una vez más la tergiversación se alza contra la Iglesia, aunque lo niegue el jurado que la premió en Venecia. Si como asevera Betancourt la unanimidad de un jurado garantiza el sello de inocuidad de cualquier producción, donde no cuentan factores políticos ni razones que deban ser censuradas, asumiendo que los jueces siempre tienen la razón, no veo entonces los motivos para el acaloramiento que causó en nuestros medios la premiación de Alicia en el pueblo de maravillas, filme cubano que levantó tanta polémica y que prácticamente ha sido desaparecido.

Lo criticable no es en sí la puesta de la película, ni siquiera su nominación, sino la falta de otras opciones que posibiliten hacer un juicio equilibrado y sin prejuicios. Pienso en filmes como Historia de una monja, Evelyn, Romero y Matar al sacerdote. Incluso espero ver algún día en la televisión cubana la serie dedicada a Madre Teresa de Calcuta que ya se expone en Italia.

Los católicos sabemos que en la viña del Señor todo es posible. Los críticos más grandes de los desvíos ocurridos dentro de la Iglesia han sido sus propios hijos. Hace unos días un laico prominente comentaba lo terrible que es cuando la institución fundada por Cristo asume grandes poderes y potestades, lo cual ha traído consecuencias fatales en su devenir.

Pero como el poder es asunto de los hombres y no de Dios, la cizaña que crea suele quedar en el camino. Félix Varela hizo un profundo análisis de estas realidades que expuso en sus Cartas a Elpidio, donde reflejó claramente estas situaciones que pueden causar mucha confusión dentro de los cristianos. Varela incluye al final de sus misivas un anexo donde expone los ataques contra la Iglesia Católica de su época. Entre ellos aparece un extracto del Código Penal de Inglaterra encabezado por la prohibición a cualquier persona de esa nacionalidad a educarse en lo que llama religión papística. Esta política afectaba al pueblo irlandés que, a pesar del dominio británico, se mantenía unido aferrándose a sus tradiciones y religión para luchar por su nacionalidad, independencia e identidad. La fe católica ha sido un elemento de cohesión nacional que ha acompañado a los hijos de la Verde Erin en todos los lugares donde se han radicado para vivir en libertad.

El ataque de Mullan, que no nació en Irlanda, quizás sin proponérselo hace un despiadado impacto sobre uno de los pilares que sustenta el amor patrio de los integrantes de esa nación. Ignorar que la fe es parte integrante de la historia de los pueblos, implica a veces olvidar la propia historia, o la de aquellos que son aplastados por un poder que quiere dominar y por ello quiere desaparecer todo vestigio de memoria, incluso la religiosa, de los oprimidos.

En cuanto a La Séptima Puerta, creo que mereció mejor suerte en la premiación del festival televisivo cubano. Sus propuestas son de lo mejor que se exhibe en la pequeña pantalla nacional y Arte Siete, el que se llevó las palmas, tiene un horario y estructura que le favorecen, haciendo cualquier competencia con él sea desigual. Ojalá el programa que cierra la noche de los viernes ocupe el primer lugar en próximas ediciones, con Magdalenas o sin ellas, pero siempre con espíritu de justeza, veracidad y valoraciones equilibradas que incluyan todos los puntos de vista sobre una temática específica.

Referencias.
Vittorio Messori. Diario La razón.
Juan Orellana. Cambio 19.
Jean Beaulieu. Mediafilm.
Félix Varela. Cartas a Elpidio.

 

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