SOCIEDAD
Escribir en los 70
Luis Cino
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Nunca hablé
con Reinaldo Arenas. Lo vi por Marianao varias
veces, a mediados de los 70. Pasaba camino del
mar, como la garota de Ipanema, con su regio séquito
de locas de carroza: la Tétrica Mofeta
con Petula y Troya, sus damas de compañía.
Recuerdo alguna vez, en la playa Cubaneleco, haberlo
escuchado dar un escándalo por unas patas
de ranas robadas por un efebo que supuso conquistado.
Los muchachos de la onda no reparábamos
mucho en los gays. Su mundo paralelo al nuestro
era parte del paisaje de la playa. Como los erizos,
las rocas y las botellas vacías. Teníamos
otras cosas en qué preocuparnos: oír
la música de la WQAM, cargada de estática,
en algún pesado radio de batería
rusa; nadar, exhibir nuestras largas cabelleras
y competir por llevarnos la mejor pepilla. Y estar
siempre atentos a la llegada de los agentes de
la corrección moral-político-ideológica,
que no renunciaban a inculcarnos, a toda costa,
los valores del hombre nuevo.
Por entonces, no sabía que Reinaldo Arenas
era un autor publicado y premiado. "Celestino
antes del alba" ya había sido recogido
de las librerías por los inquisidores.
Descubrí a Reinaldo Arenas muchos años
después, cuando leí "Antes
que anochezca". Ya había muerto. Sus
memorias eran su venganza, su delirante ajuste
de cuentas con el castrismo-machista-estanilista.
En uno de sus libros, que en Cuba pasan de mano
en mano y hay que leer con prisa porque siempre
hay alguien esperando, me sorprendió saber
que, siete años antes de su muerte, Nelson
Rodríguez publicó un libro de cuentos
titulado "El regalo". Fue en 1964, en
Ediciones R, dirigida por Virgilio Piñera.
Conocí a Nelson allá por 1970.
Sería unos doce años mayor que yo.
No lo parecía. Era delgado, pequeño,
con melena castaña y granos en la cara.
Era villareño. Había participado
en la Campaña de Alfabetización.
Hablaba cuatro idiomas y escribía cuentos
y poemas. No hablaba de su libro publicado. Su
padre era un tipo de confianza del MININT. No
impidió que en 1965 confinaran a Nelson
en un campamento agrícola de "rehabilitación
para lacras sociales" en Camagüey. Decía
estar preparando un libro sobre sus experiencias
en la UMAP.
Ambos frecuentábamos un grupo que se nucleaba
en torno al pintor Waldo y su musa, Bárbara
Fernández Nelko, una de las muchachas más
bellas del undergrund habanero. Allí confluían
hippies, estudiantes de la escuela de Letras,
aspirantes a pintores o escritores, sobrevivientes
de la Brigada Perderemos, y hasta algún
futuro alto funcionario de la Nomenclatura (en
aquella época, sólo un melenudo
hijo de papá).
Los aspirantes a escritores, entre los que se
contaban Carlos Victoria y David Lago, eran numerosos.
A todos nos unía el entusiasmo por escribir
y hacerlo bien, y la desesperanza por lo vano
de nuestros esfuerzos en un medio hostil.
Pese a nuestra corta edad, todos teníamos
amargas experiencias que narrar. Casi todo lo
que escribíamos reflejaba nuestro mundo
de prohibiciones, himnos, recogidas y movilizaciones.
Era la respuesta a la disciplina paralizante de
plazas y campamentos: la rebelión contra
"la triste monotonía de las dictaduras",
que decía Jorge Luis Borges.
En páginas de libretas escolares se volcaban
las angustias y esperanzas que nadie parecía
escuchar.
Entre una improvisada tertulia semi-clandestina
y otra, estos manuscritos eran guardados con celo.
Desconfiábamos de los vecinos, los amigos
y hasta de la familia. Cualquiera podía
delatarnos a la policía política.
De hecho, muchos manuscritos, junto a informes
y actas, empezaron a nutrir los archivos policiales.
Alguno de estos manuscritos sirvió de
carta de despedida de algún suicida que
no soportó tanto miedo y tanta mierda.
1971 fue un año duro. Los 10 millones
no fueron. En lugar de las bonanzas prometidas
hubo más penurias y represión. Fue
el año del caso Padilla, del Parametraje,
la ley seca, de la universidad para los revolucionarios.
En la clausura del Primer Congreso de Educación
y Cultura, el máximo líder retiró
el derecho -si es que alguna vez lo tuvieron-
a "las dos o tres ovejas descarriadas"
a "seguir sembrando el veneno, la insidia
y la intriga en la Revolución". Lo
dejó "más claro que el agua".
El futuro de la literatura cubana parecía
condenado, sin derecho a apelar, al realismo socialista
de los escribanos dóciles.
El grupo no se reunió más. Waldo
fue apuñaleado en el Vedado por un "guaposo"
borracho. Carlos Victoria regresó a Camagüey,
Bárbara se quejaba de que la policía
la chantajeaba por su relación amorosa
con un diplomático extranjero. Cumplió
cinco años de prisión en la cárcel
de mujeres de occidente Nuevo Amanecer.
Nelson corrió peor destino. Desesperado
por escapar del paraíso revolucionario,
trató de desviar una avioneta de Sancti
Spíritus a Miami. Un escolta murió
en la refriega. Nelson, herido grave, saltó
de la nave durante el aterrizaje. Varias decenas
de guardias, armados hasta los dientes lo esperaban
en la pista del aeropuerto Rancho Boyeros.
A Nelson Rodríguez lo fusilaron una noche
de verano de 1971 en la fortaleza de La Cabaña.
Tenía 27 años. Soñaba con
ser un escritor famoso. El paredón le ahorró
el asco de vivir esclavo y el dolor del exiliado.
Le permitió, al fin, ser libre.
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