PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 24 , 2005
 

SOCIEDAD
Escribir en los 70

Luis Cino

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Nunca hablé con Reinaldo Arenas. Lo vi por Marianao varias veces, a mediados de los 70. Pasaba camino del mar, como la garota de Ipanema, con su regio séquito de locas de carroza: la Tétrica Mofeta con Petula y Troya, sus damas de compañía. Recuerdo alguna vez, en la playa Cubaneleco, haberlo escuchado dar un escándalo por unas patas de ranas robadas por un efebo que supuso conquistado.

Los muchachos de la onda no reparábamos mucho en los gays. Su mundo paralelo al nuestro era parte del paisaje de la playa. Como los erizos, las rocas y las botellas vacías. Teníamos otras cosas en qué preocuparnos: oír la música de la WQAM, cargada de estática, en algún pesado radio de batería rusa; nadar, exhibir nuestras largas cabelleras y competir por llevarnos la mejor pepilla. Y estar siempre atentos a la llegada de los agentes de la corrección moral-político-ideológica, que no renunciaban a inculcarnos, a toda costa, los valores del hombre nuevo.

Por entonces, no sabía que Reinaldo Arenas era un autor publicado y premiado. "Celestino antes del alba" ya había sido recogido de las librerías por los inquisidores.

Descubrí a Reinaldo Arenas muchos años después, cuando leí "Antes que anochezca". Ya había muerto. Sus memorias eran su venganza, su delirante ajuste de cuentas con el castrismo-machista-estanilista.

En uno de sus libros, que en Cuba pasan de mano en mano y hay que leer con prisa porque siempre hay alguien esperando, me sorprendió saber que, siete años antes de su muerte, Nelson Rodríguez publicó un libro de cuentos titulado "El regalo". Fue en 1964, en Ediciones R, dirigida por Virgilio Piñera.

Conocí a Nelson allá por 1970. Sería unos doce años mayor que yo. No lo parecía. Era delgado, pequeño, con melena castaña y granos en la cara. Era villareño. Había participado en la Campaña de Alfabetización. Hablaba cuatro idiomas y escribía cuentos y poemas. No hablaba de su libro publicado. Su padre era un tipo de confianza del MININT. No impidió que en 1965 confinaran a Nelson en un campamento agrícola de "rehabilitación para lacras sociales" en Camagüey. Decía estar preparando un libro sobre sus experiencias en la UMAP.

Ambos frecuentábamos un grupo que se nucleaba en torno al pintor Waldo y su musa, Bárbara Fernández Nelko, una de las muchachas más bellas del undergrund habanero. Allí confluían hippies, estudiantes de la escuela de Letras, aspirantes a pintores o escritores, sobrevivientes de la Brigada Perderemos, y hasta algún futuro alto funcionario de la Nomenclatura (en aquella época, sólo un melenudo hijo de papá).

Los aspirantes a escritores, entre los que se contaban Carlos Victoria y David Lago, eran numerosos. A todos nos unía el entusiasmo por escribir y hacerlo bien, y la desesperanza por lo vano de nuestros esfuerzos en un medio hostil.

Pese a nuestra corta edad, todos teníamos amargas experiencias que narrar. Casi todo lo que escribíamos reflejaba nuestro mundo de prohibiciones, himnos, recogidas y movilizaciones. Era la respuesta a la disciplina paralizante de plazas y campamentos: la rebelión contra "la triste monotonía de las dictaduras", que decía Jorge Luis Borges.

En páginas de libretas escolares se volcaban las angustias y esperanzas que nadie parecía escuchar.

Entre una improvisada tertulia semi-clandestina y otra, estos manuscritos eran guardados con celo. Desconfiábamos de los vecinos, los amigos y hasta de la familia. Cualquiera podía delatarnos a la policía política. De hecho, muchos manuscritos, junto a informes y actas, empezaron a nutrir los archivos policiales.

Alguno de estos manuscritos sirvió de carta de despedida de algún suicida que no soportó tanto miedo y tanta mierda.

1971 fue un año duro. Los 10 millones no fueron. En lugar de las bonanzas prometidas hubo más penurias y represión. Fue el año del caso Padilla, del Parametraje, la ley seca, de la universidad para los revolucionarios. En la clausura del Primer Congreso de Educación y Cultura, el máximo líder retiró el derecho -si es que alguna vez lo tuvieron- a "las dos o tres ovejas descarriadas" a "seguir sembrando el veneno, la insidia y la intriga en la Revolución". Lo dejó "más claro que el agua".

El futuro de la literatura cubana parecía condenado, sin derecho a apelar, al realismo socialista de los escribanos dóciles.

El grupo no se reunió más. Waldo fue apuñaleado en el Vedado por un "guaposo" borracho. Carlos Victoria regresó a Camagüey, Bárbara se quejaba de que la policía la chantajeaba por su relación amorosa con un diplomático extranjero. Cumplió cinco años de prisión en la cárcel de mujeres de occidente Nuevo Amanecer.

Nelson corrió peor destino. Desesperado por escapar del paraíso revolucionario, trató de desviar una avioneta de Sancti Spíritus a Miami. Un escolta murió en la refriega. Nelson, herido grave, saltó de la nave durante el aterrizaje. Varias decenas de guardias, armados hasta los dientes lo esperaban en la pista del aeropuerto Rancho Boyeros.

A Nelson Rodríguez lo fusilaron una noche de verano de 1971 en la fortaleza de La Cabaña. Tenía 27 años. Soñaba con ser un escritor famoso. El paredón le ahorró el asco de vivir esclavo y el dolor del exiliado. Le permitió, al fin, ser libre.


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