PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 21 , 2005
 

SOCIEDAD
Coppelia envejece

Miguel Saludes

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - "Oiga, ¿el helado que están vendiendo es el de escarcha?" La respuesta afirmativa provoca una mueca desdeñosa en el rostro de la joven, que se aleja sin intentar siquiera entrar al recinto. Un enorme letrero pintado sobre uno de los muros que conforman la estructura de Coppelia señala que está próxima a cumplir 38 años de fundada. El anuncio nos recuerda que el tiempo pasa sin que apenas nos percatemos, pues la céntrica heladería se nos ha vuelto cuarentona ante nuestros ojos. Los niños que vieron inaugurar este sitio de esparcimiento ya peinan canas y muchos traen ahora a sus nietos para que se deleiten, como un día lo hicieron ellos, con el famoso helado que hizo época. Pero sucede que aquí no funciona aquello de que mientras más añejo mejor.

Cuando Coppelia fue abierto a finales de los sesenta, en La Habana escaseaban los espacios recreativos. Enormes colas, que representaban horas de permanencia, eran el sacrificio que los visitantes tenían que hacer para disfrutar de la novedosa instalación Quizás muchos no recuerden la juvenil voz de Magie Carlés promocionando en una tierna canción la sorprendente cantidad de sabores que allí se vendían.

Yo quiero ir a Coppelia
para tomarme un helado
de veinte cinco sabores ….

Pero aunque este número parezca exagerado, en los años posteriores la cifra todavía creció algo más hasta pasar de la treintena. Aunque, como suele suceder en nuestro medio, no siempre estaban todos a la disposición, pero el muestrario raramente bajaba de diez tablillas. A los infaltables chocolate, mantecado, vainilla y fresa, se unían otros menos comunes como almendra, melocotón, crema de vié, mamey, maní y limón. También abundaban los helados de malta, café y cola. Algunos, además del sabor natural del componente, contenían cierta proporción de la fruta que lo identificaba. Un ejemplo de ello era el de fresa, con grandes trozos del delicado fruto.

Si numerosa era la presentación al paladar no le iba a la saga la variedad de especialidades en que el helado era servido y que se podía optar libremente. La presentación se enriquecía con el montaje de merengue, sirope y bizcochos o en su defecto unos barquillos en forma de bastones. Además de las ensaladas que contenían cinco bolas de helado, se podía solicitar el turquino: dos bolas grandes con una cuña de cake; el Copa Lolita, una porción de helado acompañado de un flan de leche. Muy populares eran la vaca negra y el suero. El primero consistía en la unión de helado con refresco de cola, mientras que en la segunda variante la mezcla se hacía con leche fresca. El pedido de una ensalada delataba a los glotones. La mayoría se conformaba con la clásica copa de sunday o las jimaguas acompañadas de fruta de estación: dos rodajas de piña, plátano o una tajada de mango. Había nombres ocurrentes como aquél de canoa india, cuyo contenido suplía en agrado la risa que el nombre provocaba. En realidad el recipiente, hecho especialmente para esta modalidad, tenía la forma de una embarcación indígena y en él se servía exclusivamente helado de chocolate.

Los precios, siempre en moneda nacional, además de ser asequibles se correspondían con la calidad y abundancia del producto servido. La almendra era el sabor más caro, pues se cobraban veinte centavos adicionales por cada porción, costo que en la actualidad resulta risible.

Puede que todos estos recuerdos afloren a la mente de los que vieron los años de esplendor de la famosa heladería mientras contemplan el deterioro que se enseñorea del lugar y que cada año que transcurre va borrando la imagen merecedora de la medalla de oro en una feria comercial celebrada Canadá.

Las colas continúan como siempre, pero ahora más en razón de que ésta es la única unidad de su tipo que brinda el servicio en dinero cubano. Hasta el final de la década de los ochenta fueron abiertas en toda la geografía del país numerosos establecimientos dedicados a comercializar helado Coppelia, lo que hacía innecesario el viaje a la célebre esquina del Vedado habanero para poder satisfacer ese gusto.

Ahora los platos donde se sirve el helado son todos iguales y el producto que apenas ocupa su interior no tiene nada que ver con el que dio renombre a esta parte de La Habana. El montaje de los pedidos brilla por su ausencia. Una señora pasa entre las mesas y muy discretamente propone bizcochos para acompañar el helado. El servicio es deficiente y los empleados lo acometen de manera mecánica, sin el mayor interés. El agua que se pone a los consumidores generalmente no es fría. El estado de las canchas y las neveras, la manera poco afable en el trato hacia los clientes, la limpieza dudosa de mesas y sillas y las aclaraciones pertinentes en cuanto a la cantidad de pedidos que se pueden hacer, hacen brotar la añoranza por lo mucho que allí se ha perdido.

Pero lo más llamativo es que la marca de helado que prácticamente ha ocupado los lugares de venta ya no es el que lleva el nombre del clásico ballet. En casi todas las áreas lo único que se oferta es el Varadero, al que la gente denomina popularmente helado con escarcha en alusión al contenido de agua congelada que lo hace tan diferente del cremoso inexistente. La ausencia del chocolate, el más gustado por la población, es casi una constante. Casi siempre se expenden cinco sabores, todos del tipo Varadero.

Una sola sección había sido destinada para el Coppelia, pero hasta este último reducto ha sido invadido por el intruso. Su existencia ha quedado reducida a una pequeña zona con algunas mesas, donde se puede degustar el original pagando su precio en moneda convertible. Pero ni aún éste se parece al que diera gloria a la heladería habanera. Las pocas veces que he probado el producto actual, ya no tiene ni la textura de su antecesor ni las frutas que antaño le daban más autenticidad. En esta reservación los sabores pueden llegar a la decena e incluyen la almendra y el chocolate. El precio se calcula por el pesaje de las porciones. Las bolas solicitadas se colocan sobre una pesa electrónica y la factura se obtiene de multiplicar el resultado por un centavo cada gramo, y unos 20 centavos adicionales si se pide el montaje que incluye un poco de sirope, algo de merengue y una rociadura de grafitura. El costo de una ración que contenga dos bolas puede pasar de dos dólares.

En otros quiscos, ubicados en las esquinas de la manzana, también se venden helados Coppelia en pote, quizás un poco más barato que el anterior pues el envase de un litro de este helado cuesta tres dólares. Entre las ofertas aparecen también pintas del mismo producto a 29.25 en divisa. Si para un simple trabajador tener que pagar el equivalente de 78 pesos cubanos por un pote es un lujo, comprar la cubeta significaría un disparate.

 


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