SOCIEDAD
Coppelia
envejece
Miguel Saludes
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - "Oiga,
¿el helado que están vendiendo es
el de escarcha?" La respuesta afirmativa
provoca una mueca desdeñosa en el rostro
de la joven, que se aleja sin intentar siquiera
entrar al recinto. Un enorme letrero pintado sobre
uno de los muros que conforman la estructura de
Coppelia señala que está próxima
a cumplir 38 años de fundada. El anuncio
nos recuerda que el tiempo pasa sin que apenas
nos percatemos, pues la céntrica heladería
se nos ha vuelto cuarentona ante nuestros ojos.
Los niños que vieron inaugurar este sitio
de esparcimiento ya peinan canas y muchos traen
ahora a sus nietos para que se deleiten, como
un día lo hicieron ellos, con el famoso
helado que hizo época. Pero sucede que
aquí no funciona aquello de que mientras
más añejo mejor.
Cuando Coppelia fue abierto a finales de los
sesenta, en La Habana escaseaban los espacios
recreativos. Enormes colas, que representaban
horas de permanencia, eran el sacrificio que los
visitantes tenían que hacer para disfrutar
de la novedosa instalación Quizás
muchos no recuerden la juvenil voz de Magie Carlés
promocionando en una tierna canción la
sorprendente cantidad de sabores que allí
se vendían.
Yo quiero ir a Coppelia
para tomarme un helado
de veinte cinco sabores
.
Pero aunque este número parezca exagerado,
en los años posteriores la cifra todavía
creció algo más hasta pasar de la
treintena. Aunque, como suele suceder en nuestro
medio, no siempre estaban todos a la disposición,
pero el muestrario raramente bajaba de diez tablillas.
A los infaltables chocolate, mantecado, vainilla
y fresa, se unían otros menos comunes como
almendra, melocotón, crema de vié,
mamey, maní y limón. También
abundaban los helados de malta, café y
cola. Algunos, además del sabor natural
del componente, contenían cierta proporción
de la fruta que lo identificaba. Un ejemplo de
ello era el de fresa, con grandes trozos del delicado
fruto.
Si numerosa era la presentación al paladar
no le iba a la saga la variedad de especialidades
en que el helado era servido y que se podía
optar libremente. La presentación se enriquecía
con el montaje de merengue, sirope y bizcochos
o en su defecto unos barquillos en forma de bastones.
Además de las ensaladas que contenían
cinco bolas de helado, se podía solicitar
el turquino: dos bolas grandes con una cuña
de cake; el Copa Lolita, una porción de
helado acompañado de un flan de leche.
Muy populares eran la vaca negra y el suero. El
primero consistía en la unión de
helado con refresco de cola, mientras que en la
segunda variante la mezcla se hacía con
leche fresca. El pedido de una ensalada delataba
a los glotones. La mayoría se conformaba
con la clásica copa de sunday o las jimaguas
acompañadas de fruta de estación:
dos rodajas de piña, plátano o una
tajada de mango. Había nombres ocurrentes
como aquél de canoa india, cuyo contenido
suplía en agrado la risa que el nombre
provocaba. En realidad el recipiente, hecho especialmente
para esta modalidad, tenía la forma de
una embarcación indígena y en él
se servía exclusivamente helado de chocolate.
Los precios, siempre en moneda nacional, además
de ser asequibles se correspondían con
la calidad y abundancia del producto servido.
La almendra era el sabor más caro, pues
se cobraban veinte centavos adicionales por cada
porción, costo que en la actualidad resulta
risible.
Puede que todos estos recuerdos afloren a la
mente de los que vieron los años de esplendor
de la famosa heladería mientras contemplan
el deterioro que se enseñorea del lugar
y que cada año que transcurre va borrando
la imagen merecedora de la medalla de oro en una
feria comercial celebrada Canadá.
Las colas continúan como siempre, pero
ahora más en razón de que ésta
es la única unidad de su tipo que brinda
el servicio en dinero cubano. Hasta el final de
la década de los ochenta fueron abiertas
en toda la geografía del país numerosos
establecimientos dedicados a comercializar helado
Coppelia, lo que hacía innecesario el viaje
a la célebre esquina del Vedado habanero
para poder satisfacer ese gusto.
Ahora los platos donde se sirve el helado son
todos iguales y el producto que apenas ocupa su
interior no tiene nada que ver con el que dio
renombre a esta parte de La Habana. El montaje
de los pedidos brilla por su ausencia. Una señora
pasa entre las mesas y muy discretamente propone
bizcochos para acompañar el helado. El
servicio es deficiente y los empleados lo acometen
de manera mecánica, sin el mayor interés.
El agua que se pone a los consumidores generalmente
no es fría. El estado de las canchas y
las neveras, la manera poco afable en el trato
hacia los clientes, la limpieza dudosa de mesas
y sillas y las aclaraciones pertinentes en cuanto
a la cantidad de pedidos que se pueden hacer,
hacen brotar la añoranza por lo mucho que
allí se ha perdido.
Pero lo más llamativo es que la marca
de helado que prácticamente ha ocupado
los lugares de venta ya no es el que lleva el
nombre del clásico ballet. En casi todas
las áreas lo único que se oferta
es el Varadero, al que la gente denomina popularmente
helado con escarcha en alusión al contenido
de agua congelada que lo hace tan diferente del
cremoso inexistente. La ausencia del chocolate,
el más gustado por la población,
es casi una constante. Casi siempre se expenden
cinco sabores, todos del tipo Varadero.
Una sola sección había sido destinada
para el Coppelia, pero hasta este último
reducto ha sido invadido por el intruso. Su existencia
ha quedado reducida a una pequeña zona
con algunas mesas, donde se puede degustar el
original pagando su precio en moneda convertible.
Pero ni aún éste se parece al que
diera gloria a la heladería habanera. Las
pocas veces que he probado el producto actual,
ya no tiene ni la textura de su antecesor ni las
frutas que antaño le daban más autenticidad.
En esta reservación los sabores pueden
llegar a la decena e incluyen la almendra y el
chocolate. El precio se calcula por el pesaje
de las porciones. Las bolas solicitadas se colocan
sobre una pesa electrónica y la factura
se obtiene de multiplicar el resultado por un
centavo cada gramo, y unos 20 centavos adicionales
si se pide el montaje que incluye un poco de sirope,
algo de merengue y una rociadura de grafitura.
El costo de una ración que contenga dos
bolas puede pasar de dos dólares.
En otros quiscos, ubicados en las esquinas de
la manzana, también se venden helados Coppelia
en pote, quizás un poco más barato
que el anterior pues el envase de un litro de
este helado cuesta tres dólares. Entre
las ofertas aparecen también pintas del
mismo producto a 29.25 en divisa. Si para un simple
trabajador tener que pagar el equivalente de 78
pesos cubanos por un pote es un lujo, comprar
la cubeta significaría un disparate.
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