PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 18 , 2005
 

SOCIEDAD
El silencio es la paz

Tania Díaz Castro

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Como Cuba es el país del ruido y de la bulla, quienes vivimos en él no vivimos en paz. No me refiero al ruido de la industrialización, el libre comercio o el exceso de medios de transporte. Eso no existe. Se trata de otros ruidos, fáciles de controlar, pero que nadie controla.

Los que pertenecemos a la edad comprendida entre los sesenta y los setenta años lo recordamos bien. Tocaba a la puerta el encargado de un edificio y decía claramente al inquilino que había quejas contra él. O discutía en voz muy alta, o hacía fiestas pasadas las doce de la noche, o escuchaba la radio con un volumen lo suficientemente alto como para molestar al vecino.

Remedio santo. Se solucionaba el problema.

Pero esto ocurría en los años cincuenta y antes también. Después de 1959, cuando a Fidel Castro se le ocurrió "estatalizar" las propiedades en general, los estragos que esto trajo como consecuencia son tantos que mencionarlos lleva mucho tiempo.

Porque en Cuba vivimos así: nada tiene dueño y todo tiene un dueño: el estado. Pero como el estado no es Dios para estar en todas partes, todo anda a la bartola. Nadie, por ejemplo, cuida de un edificio de viviendas. Nadie se preocupa por arreglar una ventana que se está cayendo, puesto que no hay poder adquisitivo del inquilino para sustituirla por una nueva. Así las cosas.

Vivimos en una isla loca y bélica que, en espera de una invasión desde hace 46 años, se ha convertido en el queso de las Antillas, de tantos huecos para trincheras y cavernas militares que le han abierto.

Los periodistas oficialistas, que se dedican a responder la correspondencia recibida a su redacción, deben de estar extenuados de escribir sobre lo mismo día tras día, denunciando los ruidos que contaminan el medio ambiente. Cartas firmadas por veinte, cien y hasta doscientas personas, quejándose de la bulla, lo que llaman estos colegas "globalización del escándalo" o "contaminación sónica".

Claro que existen regulaciones. Pero no se cumplen. Son letra muerta. En Cuba cualquier chofer puede hacer sonar su claxon a su antojo. Cualquier vecino puede organizar una fiesta en su apartamento hasta la salida del alba, y quienes han podido adquirir una reproductora de música para su auto la hacen sonar de madrugada según los tragos que lleva encima.

¿Solución? Bien, gracias. ¿Cuál solución? ¡Si al menos los altos dirigentes del Comité Central no vivieran en apartadas residencias, bien lejos del mundanal ruido! Si vivieran, por ejemplo, en apartamentos prefabricados en las calles San Rafael, Escobar o Gervasio, o en el reparto Alamar, otro gallo cantaría.

Pero no, quienes podrían hacer cumplir decretos y regulaciones viven en paz y silencio. Poco les importa si llegan todos los días decenas de cartas a los periódicos. Mucho menos que Cuba se convierta en un país de sordos. Nadie toca a la puerta del bullero para recomendarle mesura, moderación, hacer que ponga su equipo de música en su justo medio sin molestar al prójimo.

¿O será que le temen a algo estos dirigentes a nivel nacional? Si es cierto que hacer ruido equivale a protestar, a rechazar, a realizar una acción contestataria, según galenos e investigadores, ¿qué hacer con ellos? ¿Acusarlos de desacato al pueblo? ¿De atentado a la salud de los que se alteran con los ruidos, de los que sufren de presión arterial? No olvidemos que los ruidos afectan al sistema cardiovascular del ser humano. Tranquilamente puede tratarse de asesinos en potencia aquellos que alteran y violan el silencio y la paz.

En fin, no atisbo solución alguna, a no ser que todo vuelva a su lugar, como estaba antes, cuando los edificios tenían su dueño y su encargado, los que velaban por la buena salud de sus cimientos y la tranquilidad de los inquilinos.

 


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