SOCIEDAD
El silencio es la paz
Tania Díaz Castro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Como Cuba
es el país del ruido y de la bulla, quienes
vivimos en él no vivimos en paz. No me
refiero al ruido de la industrialización,
el libre comercio o el exceso de medios de transporte.
Eso no existe. Se trata de otros ruidos, fáciles
de controlar, pero que nadie controla.
Los que pertenecemos a la edad comprendida entre
los sesenta y los setenta años lo recordamos
bien. Tocaba a la puerta el encargado de un edificio
y decía claramente al inquilino que había
quejas contra él. O discutía en
voz muy alta, o hacía fiestas pasadas las
doce de la noche, o escuchaba la radio con un
volumen lo suficientemente alto como para molestar
al vecino.
Remedio santo. Se solucionaba el problema.
Pero esto ocurría en los años cincuenta
y antes también. Después de 1959,
cuando a Fidel Castro se le ocurrió "estatalizar"
las propiedades en general, los estragos que esto
trajo como consecuencia son tantos que mencionarlos
lleva mucho tiempo.
Porque en Cuba vivimos así: nada tiene
dueño y todo tiene un dueño: el
estado. Pero como el estado no es Dios para estar
en todas partes, todo anda a la bartola. Nadie,
por ejemplo, cuida de un edificio de viviendas.
Nadie se preocupa por arreglar una ventana que
se está cayendo, puesto que no hay poder
adquisitivo del inquilino para sustituirla por
una nueva. Así las cosas.
Vivimos en una isla loca y bélica que,
en espera de una invasión desde hace 46
años, se ha convertido en el queso de las
Antillas, de tantos huecos para trincheras y cavernas
militares que le han abierto.
Los periodistas oficialistas, que se dedican
a responder la correspondencia recibida a su redacción,
deben de estar extenuados de escribir sobre lo
mismo día tras día, denunciando
los ruidos que contaminan el medio ambiente. Cartas
firmadas por veinte, cien y hasta doscientas personas,
quejándose de la bulla, lo que llaman estos
colegas "globalización del escándalo"
o "contaminación sónica".
Claro que existen regulaciones. Pero no se cumplen.
Son letra muerta. En Cuba cualquier chofer puede
hacer sonar su claxon a su antojo. Cualquier vecino
puede organizar una fiesta en su apartamento hasta
la salida del alba, y quienes han podido adquirir
una reproductora de música para su auto
la hacen sonar de madrugada según los tragos
que lleva encima.
¿Solución? Bien, gracias. ¿Cuál
solución? ¡Si al menos los altos
dirigentes del Comité Central no vivieran
en apartadas residencias, bien lejos del mundanal
ruido! Si vivieran, por ejemplo, en apartamentos
prefabricados en las calles San Rafael, Escobar
o Gervasio, o en el reparto Alamar, otro gallo
cantaría.
Pero no, quienes podrían hacer cumplir
decretos y regulaciones viven en paz y silencio.
Poco les importa si llegan todos los días
decenas de cartas a los periódicos. Mucho
menos que Cuba se convierta en un país
de sordos. Nadie toca a la puerta del bullero
para recomendarle mesura, moderación, hacer
que ponga su equipo de música en su justo
medio sin molestar al prójimo.
¿O será que le temen a algo estos
dirigentes a nivel nacional? Si es cierto que
hacer ruido equivale a protestar, a rechazar,
a realizar una acción contestataria, según
galenos e investigadores, ¿qué hacer
con ellos? ¿Acusarlos de desacato al pueblo?
¿De atentado a la salud de los que se alteran
con los ruidos, de los que sufren de presión
arterial? No olvidemos que los ruidos afectan
al sistema cardiovascular del ser humano. Tranquilamente
puede tratarse de asesinos en potencia aquellos
que alteran y violan el silencio y la paz.
En fin, no atisbo solución alguna, a no
ser que todo vuelva a su lugar, como estaba antes,
cuando los edificios tenían su dueño
y su encargado, los que velaban por la buena salud
de sus cimientos y la tranquilidad de los inquilinos.
|