PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 14 , 2005
 

SOCIEDAD
Otro año en el paraíso

Luis Cino

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Un año recibido a cañonazos, aunque sea con una cantidad impar de salvas, no augura bonanza. Tampoco la garantizan las fiestas bailables y los carros-pipas de cerveza en cada plaza de los municipios, inundados de la alegría utilera orientada por el Partido único -que es inmortal.

No tengo propósitos para el nuevo año. Ni siquiera dejar de fumar. Sólo procurar, a cualquier costo, que no me venza la uniformidad cuadrada de los cuadros unánimes.

Camino por mi ciudad, la que no quiero dejar. Cruzo barrios viejos, humosos y desaliñados, muertos, dormidos o como si durmieran. Por ellos, hace décadas no transita la esperanza. Sólo un duro empeño de sobrevivirlo todo, esperando algo. Hay ecos en las esquinas de ruidos antiguos y de palabras oídas en sueños lejanos. La gente ríe con risas gastadas con trajes de antaño extraídos del armario.

A través de las puertas se escuchan radios cargados de estática e interferencias. Transmiten las mismas canciones viejas de la adolescencia, el mismo discurso, no se sabe si de ayer, de hace una semana, siete horas o 45 años.

La gente pasa por mi calle como si vinieran dormidas. Los fariseos tienen nuevas ofertas en los templos y los mercados. Curas y pastores anuncian la salvación de las almas. Cheíto, el Indio y Pacharán duermen la resaca como peces en la arena. Juanita y Tere van a "luchar". Con sus mejores trapos toman la guagua a Babilonia.

Un escritor sin suerte busca inspiración. Por la ventana mira las rejas y balcones de la ciudad, los bastones de la policía y las ruletas de un vendedor. Quisiera ver llover en Macondo, oler el polvo de Yoknapatawpha o irse a cazar con Hemingway. En lugar de ello, ve su realidad. Deambula con los difuntos de Rulfo por Comala, desanda el Boulevard de la Desolación, de Dylan, intenta sortear el pueblo blanco colgado de un barranco del que huía Serrat.

Sigo teniendo amigos. Algunos están en fotos amarillentas o rojizas, guardadas en el fondo de las gavetas. Ya no vienen ni me llaman. Algunos tienen privilegios, no se quejan. Otros tienen miedo. Los demás están muertos, presos o vagan por el mundo, soñando con volver a un país mejor que el que una vez dejaron.

Los muertos siguen inquietos, cautivos de sus temores y anhelos, sin paz. Hoy, Claudio me volvió a reprochar no haber llegado a tiempo a su entierro. Me preguntó si ya había algún remedio para su corazón inoportuno y bohemio que no cesó de crecer.

Esta tarde, desde su celda del Combinado del Este, blanqueada con cal sucia, Regis Iglesias procuró afinar su voz con la mía para cantar algo de los Rolling Stones. Mi voz no salió, pero alcé mi vaso de ron casero por él y por Ricardo González Alfonso.

Esta noche volveré a regañar con desgano a mi perro para impedir que aúlle su tristeza a la luna. Lo comprende bien. A mí me pasa igual. Ocurre que escribo en vez de aullar.


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