SOCIEDAD
Otro año en el paraíso
Luis Cino
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Un año
recibido a cañonazos, aunque sea con una
cantidad impar de salvas, no augura bonanza. Tampoco
la garantizan las fiestas bailables y los carros-pipas
de cerveza en cada plaza de los municipios, inundados
de la alegría utilera orientada por el
Partido único -que es inmortal.
No tengo propósitos para el nuevo año.
Ni siquiera dejar de fumar. Sólo procurar,
a cualquier costo, que no me venza la uniformidad
cuadrada de los cuadros unánimes.
Camino por mi ciudad, la que no quiero dejar.
Cruzo barrios viejos, humosos y desaliñados,
muertos, dormidos o como si durmieran. Por ellos,
hace décadas no transita la esperanza.
Sólo un duro empeño de sobrevivirlo
todo, esperando algo. Hay ecos en las esquinas
de ruidos antiguos y de palabras oídas
en sueños lejanos. La gente ríe
con risas gastadas con trajes de antaño
extraídos del armario.
A través de las puertas se escuchan radios
cargados de estática e interferencias.
Transmiten las mismas canciones viejas de la adolescencia,
el mismo discurso, no se sabe si de ayer, de hace
una semana, siete horas o 45 años.
La gente pasa por mi calle como si vinieran dormidas.
Los fariseos tienen nuevas ofertas en los templos
y los mercados. Curas y pastores anuncian la salvación
de las almas. Cheíto, el Indio y Pacharán
duermen la resaca como peces en la arena. Juanita
y Tere van a "luchar". Con sus mejores
trapos toman la guagua a Babilonia.
Un escritor sin suerte busca inspiración.
Por la ventana mira las rejas y balcones de la
ciudad, los bastones de la policía y las
ruletas de un vendedor. Quisiera ver llover en
Macondo, oler el polvo de Yoknapatawpha o irse
a cazar con Hemingway. En lugar de ello, ve su
realidad. Deambula con los difuntos de Rulfo por
Comala, desanda el Boulevard de la Desolación,
de Dylan, intenta sortear el pueblo blanco colgado
de un barranco del que huía Serrat.
Sigo teniendo amigos. Algunos están en
fotos amarillentas o rojizas, guardadas en el
fondo de las gavetas. Ya no vienen ni me llaman.
Algunos tienen privilegios, no se quejan. Otros
tienen miedo. Los demás están muertos,
presos o vagan por el mundo, soñando con
volver a un país mejor que el que una vez
dejaron.
Los muertos siguen inquietos, cautivos de sus
temores y anhelos, sin paz. Hoy, Claudio me volvió
a reprochar no haber llegado a tiempo a su entierro.
Me preguntó si ya había algún
remedio para su corazón inoportuno y bohemio
que no cesó de crecer.
Esta tarde, desde su celda del Combinado del
Este, blanqueada con cal sucia, Regis Iglesias
procuró afinar su voz con la mía
para cantar algo de los Rolling Stones. Mi voz
no salió, pero alcé mi vaso de ron
casero por él y por Ricardo González
Alfonso.
Esta noche volveré a regañar con
desgano a mi perro para impedir que aúlle
su tristeza a la luna. Lo comprende bien. A mí
me pasa igual. Ocurre que escribo en vez de aullar.
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