PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 10 , 2005
 

SOCIEDAD
Los Benny

Miguel Saludes

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Cada día se va haciendo más común en las calles habaneras la presencia de numerosas personas, sobre todo de avanzada edad, enfrascadas en la lucha por buscar nuevas entradas de dinero que aumenten la escualidez de los retiros y pensiones percibidos después de duros años de trabajo. Lo que hace veinte años representaba un modesto ingreso que permitía pasar dignamente el mes, apenas alcanza para cubrir tres días en el contexto actual. Algunos de estos retirados tienen familia, pero ellos observan con amargura cómo el aporte que hacen a la economía doméstica rinde para muy poco.

En su mayoría, estas personas se sienten aún con fuerzas para seguir bregando y un día se deciden a comprar periódicos que al momento revenden a los transeúntes. Otros proponen caramelos caseros, maní y un sin fin de chucherías. Precisamente la imagen del manisero, muy lejana de la que inmortalizó Moisés Simons en su canción, es la que más abunda en el presente, encarnada por hombres y mujeres. Ellos agotan voz y piernas para vender el abanico de cucuruchos que llevan en sus manos. Cada cual apela a las facultades que aún posee para realizar estas improvisadas faenas. Así, entre estos vendedores ambulantes aparecen otros que han encontrado una manera más tranquila y singular de luchar por la vida.

En otras regiones del mundo han prendido modas y estilos de vestir que han marcado una época o que fueron impuestas por personajes famosos, especialmente los del ámbito de la música. En Cuba no faltan los imitadores de los famosos, pero hasta ahora no había conocido una forma similar de exhibir las galas de uno de los grandes artistas cubanos como la que hacen tres ancianos que se visten al estilo de Benny Moré.

Los Benny son Rafael González Muñoz, Juan Parole y otro Rafael de quien no pude saber el apellido porque estaba paseando su estilo en las fiestas del interior del país. Ellos conforman un peculiar trío de imitadores del Bárbaro del Ritmo, no por el canto o el baile, sino más bien en el vestir, donde explotan cierto parecido físico con el célebre sonero.

Para algunos la iniciativa de estos abuelos constituye un acto de demencia senil, o una manía de viejos que no tienen otra cosa que hacer, según el parecer de otros más comprensivos. No faltan quienes piensan que son unos aprovechados que buscan llamar la atención de los turistas. Ciertamente, ellos transitan por la zona del casco histórico de la ciudad, donde su manera de vestir inusual provoca la mirada de los visitantes extranjeros. Algunos los retratan, como una curiosidad digna de figurar en los anales de su estancia en la Isla.

Sin embargo, los Benny no piden nada. Si alguien les da algo después de la foto o por la simpatía que despiertan, no lo rechazan y como el mismo Rafael asevera, siempre les viene muy bien cualquier extra que incremente unos retiros que apenas sobrepasan los 80 pesos mensuales.

Son personas correctas, de buena dicción al hablar, incapaces de imponerse a los paseantes. Rafael, el ausente, es pintor de profesión, Juan navegó por los mares del mundo bajo la bandera de la marina mercante cubana, y González es un maestro retirado desde hace muchos años. De saco y corbata a veces, o con un chaleco a cuadros, una flor en el ojal, su cabeza calada con sombrero que alternan con una gorra y el infaltable bastón parecido al utilizado por Bartolomé el original, los tres personajes dicen sentirse orgullosos de mostrar la manera elegante en que vestían los de su tiempo y que contrasta con los atuendos que la gente lleva en nuestros días. Los cubanos se han acostumbrado a andar lo más ligero posible de ropas. Los hombres, incluso en edad respetable, transitan en short y camiseta. El calor del trópico carga con las culpas por este aligeramiento en el vestir. Sin embargo, estos hombres desmienten esa teoría al llevar en pleno sol de la tarde la vestimenta completa que se usaba corrientemente en las décadas anteriores al sesenta.

A pesar de la inocua actividad de los benny en su esfuerzo por desenvolverse, a veces, además de atraer la mirada de los curiosos, logran la atención de algún vigilante uniformado que entiende que estos hombres están acosando a los turistas para sacarles algún dólar, aunque lo más que les ha ocurrido hasta ahora es que los corran de lugar, con la advertencia de que no retornen. Pero la necesidad es mucha y obliga al riesgo.

A veces cuando paso por la zona colonial, la más frecuentada en el deambular de estos ancianos, y no les veo, temo que haya ocurrido lo peor. Pero a los pocos días sus siluetas delgadas, invocadoras del contagioso son, se destacan entre el tumulto de vacacionistas foráneos, enrojecidos por el sol de Cuba y con sus coloridas ropas modernas. Los tres imitadores del Sonero Mayor siguen haciéndose sentir como un elemento más de la ciudad. Tal vez un día otros muchos se embullen a seguir el ejemplo de estos simpáticos señores, quienes enfatizan que si en Cuba hay muchos Camilos, también existen muchos Bennys.

 


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