SOCIEDAD
Los
Benny
Miguel Saludes
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Cada día
se va haciendo más común en las
calles habaneras la presencia de numerosas personas,
sobre todo de avanzada edad, enfrascadas en la
lucha por buscar nuevas entradas de dinero que
aumenten la escualidez de los retiros y pensiones
percibidos después de duros años
de trabajo. Lo que hace veinte años representaba
un modesto ingreso que permitía pasar dignamente
el mes, apenas alcanza para cubrir tres días
en el contexto actual. Algunos de estos retirados
tienen familia, pero ellos observan con amargura
cómo el aporte que hacen a la economía
doméstica rinde para muy poco.
En su mayoría, estas personas se sienten
aún con fuerzas para seguir bregando y
un día se deciden a comprar periódicos
que al momento revenden a los transeúntes.
Otros proponen caramelos caseros, maní
y un sin fin de chucherías. Precisamente
la imagen del manisero, muy lejana de la que inmortalizó
Moisés Simons en su canción, es
la que más abunda en el presente, encarnada
por hombres y mujeres. Ellos agotan voz y piernas
para vender el abanico de cucuruchos que llevan
en sus manos. Cada cual apela a las facultades
que aún posee para realizar estas improvisadas
faenas. Así, entre estos vendedores ambulantes
aparecen otros que han encontrado una manera más
tranquila y singular de luchar por la vida.
En otras regiones del mundo han prendido modas
y estilos de vestir que han marcado una época
o que fueron impuestas por personajes famosos,
especialmente los del ámbito de la música.
En Cuba no faltan los imitadores de los famosos,
pero hasta ahora no había conocido una
forma similar de exhibir las galas de uno de los
grandes artistas cubanos como la que hacen tres
ancianos que se visten al estilo de Benny Moré.
Los Benny son Rafael González Muñoz,
Juan Parole y otro Rafael de quien no pude saber
el apellido porque estaba paseando su estilo en
las fiestas del interior del país. Ellos
conforman un peculiar trío de imitadores
del Bárbaro del Ritmo, no por el canto
o el baile, sino más bien en el vestir,
donde explotan cierto parecido físico con
el célebre sonero.
Para algunos la iniciativa de estos abuelos constituye
un acto de demencia senil, o una manía
de viejos que no tienen otra cosa que hacer, según
el parecer de otros más comprensivos. No
faltan quienes piensan que son unos aprovechados
que buscan llamar la atención de los turistas.
Ciertamente, ellos transitan por la zona del casco
histórico de la ciudad, donde su manera
de vestir inusual provoca la mirada de los visitantes
extranjeros. Algunos los retratan, como una curiosidad
digna de figurar en los anales de su estancia
en la Isla.
Sin embargo, los Benny no piden nada. Si alguien
les da algo después de la foto o por la
simpatía que despiertan, no lo rechazan
y como el mismo Rafael asevera, siempre les viene
muy bien cualquier extra que incremente unos retiros
que apenas sobrepasan los 80 pesos mensuales.
Son personas correctas, de buena dicción
al hablar, incapaces de imponerse a los paseantes.
Rafael, el ausente, es pintor de profesión,
Juan navegó por los mares del mundo bajo
la bandera de la marina mercante cubana, y González
es un maestro retirado desde hace muchos años.
De saco y corbata a veces, o con un chaleco a
cuadros, una flor en el ojal, su cabeza calada
con sombrero que alternan con una gorra y el infaltable
bastón parecido al utilizado por Bartolomé
el original, los tres personajes dicen sentirse
orgullosos de mostrar la manera elegante en que
vestían los de su tiempo y que contrasta
con los atuendos que la gente lleva en nuestros
días. Los cubanos se han acostumbrado a
andar lo más ligero posible de ropas. Los
hombres, incluso en edad respetable, transitan
en short y camiseta. El calor del trópico
carga con las culpas por este aligeramiento en
el vestir. Sin embargo, estos hombres desmienten
esa teoría al llevar en pleno sol de la
tarde la vestimenta completa que se usaba corrientemente
en las décadas anteriores al sesenta.
A pesar de la inocua actividad de los benny en
su esfuerzo por desenvolverse, a veces, además
de atraer la mirada de los curiosos, logran la
atención de algún vigilante uniformado
que entiende que estos hombres están acosando
a los turistas para sacarles algún dólar,
aunque lo más que les ha ocurrido hasta
ahora es que los corran de lugar, con la advertencia
de que no retornen. Pero la necesidad es mucha
y obliga al riesgo.
A veces cuando paso por la zona colonial, la
más frecuentada en el deambular de estos
ancianos, y no les veo, temo que haya ocurrido
lo peor. Pero a los pocos días sus siluetas
delgadas, invocadoras del contagioso son, se destacan
entre el tumulto de vacacionistas foráneos,
enrojecidos por el sol de Cuba y con sus coloridas
ropas modernas. Los tres imitadores del Sonero
Mayor siguen haciéndose sentir como un
elemento más de la ciudad. Tal vez un día
otros muchos se embullen a seguir el ejemplo de
estos simpáticos señores, quienes
enfatizan que si en Cuba hay muchos Camilos, también
existen muchos Bennys.
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