PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 7 , 2005
 

SOCIEDAD
El patrimonio cultural que se nos va

Miguel Saludes

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - La mañana aún es muy oscura cuando Javier sale de su casa rumbo al trabajo. La rutina diaria que comienza con el café, apenas dura una hora hasta que baja las escaleras. A pesar de la falta de luz por la inexistencia de bombillos, pues desde que comenzaron a ser robados al inicio del período especial los vecinos prefirieron no ponerlos más, la bajada de los escalones se produce con la seguridad de quien conoce cada detalle del lugar donde vive.

Pero hoy a Javier le espera una sorpresa. Cuando está por descender el tramo final cercano a la puerta de la calle, sus pies trastabillan provocando una estrepitosa caída. Por suerte no se ha dado golpes de importancia. Cuando enciende una cerilla para buscar la razón de su caída, comprueba con asombro que las piezas de mármol que revestían los tres primeros pasos de la escalera han sido arrancadas durante la noche. Esa mínima diferencia de nivel ha sido suficiente para que su cuerpo, adaptado durante años a una altura estable, perdiese el equilibrio.

Los propios habitantes a veces ni se percatan de la rapiña que desde hace años vienen sufriendo elementos arquitectónicos y ornamentales de nuestra ciudad, debido a la premura de la vida que les impide andar fijándose en todos los pormenores del entorno, o porque después de tanto tiempo viendo el mismo paisaje pasan de largo sin notar los cambios verificados o la desaparición de algunos detalles.

Hace algún tiempo, una conocida extranjera quedó admirada ante los letreros de hierro fundido donde aparecen inscritos los nombres de las calles habaneras. Manifestó especial atracción por uno que identificaba el nombre homónimo de la capital cubana dado a una de las vías de la parte colonial de la ciudad y expresó su intención de llevarlo consigo. Sonreí ante estos caprichos, tontos en apariencias, de ciertos turistas en busca de souvenir, que mientras más inalcanzables despiertan mayor interés. Mientras la escuchaba sonreía interiormente preguntándome cómo iba ella a ingeniárselas para obtener una réplica del pesado cartel. Meses después la persistente muchacha envió una foto desde su apartamento en Europa en la que aparecía sobre la pared del comedor la señalización de una inexistente calle HABANA. Según me confesaba en su carta esta transacción apenas le costó diez dólares, que motivaron a un constructor a subirse en un improvisado artefacto durante la noche y a fuerza de barras sacar la planchuela de la fachada.

Desde entonces me he fijado en la cantidad de letreros que faltan en las esquinas de nuestras calles, en especial del centro de la ciudad, y me pregunto si ellos no habrán corrido idéntico destino. Algunos espacios permanecen vacíos y en otros se han colocado nuevas señalizaciones, sin la elegancia de las anteriores y rotuladas manualmente con pintura. La diferencia con los originales es apreciable.

Nuestro patrimonio va perdiendo muchas cosas que le son entrañables y existe quien ante un puñado de dólares que le ayuden a solventar una necesidad primaria, no vacila en poner estos tesoros en manos de algún indolente coleccionista de curiosidades. Otros simplemente tratan de aprovechar para su uso personal lo que es propiedad de toda la sociedad resolviendo determinada carencia. Son los que arrancan grifos y luces de las fuentes, o como cierto individuo sorprendido en plena faena de sacar las losetas de cerámica que cubrían la explanada exterior del castillo de la Punta. A golpe de cincel las fue extrayendo y cuando los custodios acudieron al lugar, ante el sospechoso ruido en horas de la madrugada, ya el hombre tenía una docena en una jaba.

Recuerdo a un amigo sacerdote, habanero de nacimiento y criado desde pequeño en la parte más antigua de la capital cubana, cuando en una especie de entrevista que le hizo una periodista de la televisión nacional, aprovechó la oportunidad para destacar la situación de descuido que se observa en la ciudad, la que atribuyó además de a la falta de atención, al desinterés de una población mayoritariamente inmigrante que se siente ajena a la localidad. Muchos de los habaneros autóctonos han emigrado, y su lugar ha sido ocupado por pobladores de otros lugares del país, quienes ven a la ciudad como el lugar en que han de establecer una cruda lucha para subsistir y no como terruño afectivo que deben cuidar para la posteridad. A ellos les preocupa su presente y toman de la urbe todo aquello que necesitan, sin parar mientes en la historia, la cultura, los valores artísticos o sentimentales, pues en realidad no la sienten como suya.

De esta manera, cuando se trata de resolver las cuestiones más elementales no importan razones de estética o valores arquitectónicos a conservar. Da lo mismo arrancar los listones de madera de los bancos de un parque, que montar una barbacoa en una casona del siglo XIX, desmontar una puerta de estilo para venderla colocando en su lugar otra más moderna y funcional, algo que ocurre frecuentemente con las ventanas, piezas ornamentales, y otros elementos. Cuando el depredador conoce el valor de estas piezas, simplemente las saca de su contexto para ofrecerlas al mejor postor. Cada día la ciudad va perdiendo un elemento nuevo de su organismo estructural.

Las instituciones han tomado medidas para buscar al menos la disminución de estos hechos de vandalismo. La Oficina del Historiador de la Ciudad ha creado un cuerpo de protección que se ocupa de los parques, monumentos, edificios históricos y museos, pero su alcance aún parece insuficiente. Además de que muchas cosas quedan fuera de su control, a veces tienen que lidiar con verdaderos prototipos de cazadores furtivos especializados en el hurto de objetos de valor y materiales de todo tipo. Cualquier descuido resulta fatal para el patrimonio vigilado.

Las locaciones más afectadas son los templos católicos, que tiene que contar con sus propias fuerzas para controlar las riquezas mantenidas bajo sus techos. La poca presencia de personal en las iglesias es motivo de que los cacos dirijan su atención hacia los valores resguardados por la institución religiosa. En parte también existe cierta indiferencia cuando ocurren casos de robo del patrimonio contenido en las iglesias, como si por el hecho de estar en este tipo de recintos no pertenecieran al país.

En cierta iglesia de la parte vieja de la ciudad ocurrió hace unos años un lamentable latrocinio cometido por un ladrón chapucero que para robar un lienzo -que por suerte sólo tenía valor emotivo- lo cortó del marco con una cuchilla, rajando todo el borde de la pintura a la que casi convirtió en un desecho inservible. Casos como éste provocan la pérdida irreparable de objetos que tienen un precio que no puede ser medido con dinero.

Algunos ciudadanos ven con total apatía esta realidad. Creen que el daño es remediable, ligero o simplemente no les interesa porque va contra el sistema establecido, sin comprender que con cada objeto dañado o robado se nos está yendo un trozo de la nación, de la historia de la ciudad y de cada cubano que ha vivido en ella. Las riquezas del patrimonio nacional pertenecen a los cubanos. A los del pasado, el presente y el futuro más allá de otras consideraciones.

 


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