SOCIEDAD
El director y una historia real (I)
José Moreno Cruz, Cubanacán
Press
SANTA CLARA, enero (www.cubanet.org) - Becerra
ya debe sobrepasar las siete décadas de
vida. Militante del Partido Comunista desde temprana
edad, en los años 70 fungía como
director del Instituto de Superación Educacional
(ISE) de Santa Clara, a donde llegué desde
Ciego de Ávila, para ejercer como profesor
de Geografía en diciembre de 1976.
A diferencia del flamante director y de la mayoría
del claustro de profesores, gozaba de los años
mozos de la juventud y estaba desposeído
de ataduras para enfrentar las más disímiles
tareas, aunque tenía intereses marcados
en los estudios de la carrera profesoral superior
como alumno del Instituto Superior Pedagógico
Félix Varela.
En aquel entonces el Ministerio de Educación
realizaba profundas transformaciones en los planes
de estudio, las que abarcaban el segundo ciclo
de la enseñanza primaria. Junto a otro
colega de la entidad provincial, fui seleccionado
para ir al ISE Nacional ubicado en Ciudad Libertad,
con el objetivo de prepararnos para introducir
en la provincia el programa de Geografía
Física de los Continentes I, programa que
se comenzó a utilizar en el curso 77-78
en el sexto grado.
De regreso a Santa Clara impartí varios
cursos a maestros y profesores con el mismo fin,
antes de que terminara el curso escolar y saliera
a disfrutar de las vacaciones.
Un día del mes de agosto recibí
un telegrama de Becerra citándome al ISE
santaclareño. En fecha y hora señalada
me presenté en la dirección del
Instituto, donde Becerra me esperaba con dos motivaciones.
La primera era sencilla pues debía pagarle
25 centavos por una supuesta llamada telefónica
que había realizado desde la entidad y
que él había tenido que pagar de
su bolsillo. Pero la segunda motivación
tenía para mí un carácter
grave.
Con pocas palabras y tono pausado comunicó
la decisión del Consejo de Dirección
Provincial, mientras su negra piel se tornaba
ceniza y sus ojos se empequeñecían
detrás de sus cristales graduados, al exponer
que el novel profesor de Geografía, debía
trabajar a partir del próximo curso en
un centro educacional del Sistema de Enseñanza
General, porque con los antecedentes que traía
en el expediente laboral, no podían aceptarlo
como "cuadro docente" a ningún
nivel.
Dicen que entre cielo y tierra no hay nada oculto.
Yo estaba conciente de que tarde o temprano conocerían
mi problema de principio a fin. Como aún
me faltaban unos meses para concluir el servicio
social de postgraduado, las autoridades educacionales
de Ciego de Ávila se las habían
arreglado para salir de mí, cediéndome
en calidad de prestación de servicios a
mi provincia natal. Todos los meses tenía
el trabajo de ir a Ciego con un informe donde
se justificaban las ausencias en el ISE, para
que allá pudiera cobrar los haberes de
ese mes.
Pero el curso llegaba a su fin y también
el período de tres años de servicio
social. Fue cuando desde la provincia avileña
enviaron el expediente laboral, contentivo de
un documento donde se afirmaba y ejemplificaba
mis graves problemas de carácter político
e ideológico, los que dejaron alarmadas
a las autoridades de educación en Villa
Clara.
El documento recogía en sus tres páginas
las reseñas de una reunión a la
que había sido sometido en el Instituto
Preuniversitario en el Campo (IPUEC) "Batalla
de las Guásimas" de Ceballos y donde
habían participado la dirección
en pleno del centro, el sindicato, la UJC, el
PCC, agentes de la Seguridad del Estado y varios
alumnos que expusieron las contradicciones ideológicas
que exponía el joven profesor durante las
clases de Geografía Económica en
el onceno grado.
A ese preuniversitario llegué procedente
de una Escuela Secundaria Básica en el
Campo (ESBEC) del mismo plan citrícola
de Ceballos, para sustituir al profesor de Geografía
titular, ya que éste había sido
hallado culpable por el Tribunal Municipal y llevado
por seis meses a la cárcel, por falsificar
los cupones de la libreta de productos industriales.
Todo marchaba bien hasta que Armando Fernández
estuvo de vuelta en el centro y se reincorporó
al trabajo docente.
Reconozco que a mis 22 años tenía
mucho de inmadurez y que mi personalidad rebelde
propició el enfrentamiento personal con
todos los cánones preestablecidos. Con
frecuencia escuchaba en los albergues y otras
dependencias la música americana, gracias
a un radio marca Sport de fabricación soviética,
usaba ropa juvenil con botas altas, el pelo largo
pero sin exageraciones y las cómodas guapitas
recortadas; elementos suficientes como para ser
tildado de diversionista ideológico.
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