POLITICA
La batalla de los carteles
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - La batalla
de los carteles, según el castrismo, fue
iniciada por el embajador norteamericano James
Cason, debido a los adornos navideños que
colocó en la sede diplomática de
Estados Unidos.
Concretamente, el único pretexto que pueden
esgrimir las autoridades cubanas para justificar
su algarabía es un número 75 encerrado
en un círculo, adherido a la cerca perimetral
de la Oficina de Intereses.
Pero aunque este número se ha convertido
en todo un símbolo, y es de amplia difusión
entre la disidencia y la oposición, el
ciudadano común, inmerso en la supervivencia,
no conocía su significado. No niego, sin
embargo, que cierto sector de la población,
atento al quehacer político interno e internacional,
estuviera familiarizado con el número 75.
En resumen, la mayoría de los cubanos ignoraba
su valor simbólico, hasta que los medios
de propaganda y adoctrinamiento del régimen
la emprendieron contra el señor Cason y
contra el 75.
Según los voceros de la Mesa Redonda,
la batalla de los carteles no tiene cuerpo propio,
sino que forma parte de la "batalla de ideas"
de la cual es apéndice o desprendimiento.
Sea como sea, ambas contiendas tienen algo en
común: en el campo de batalla sólo
aparece un contendiente luchando contra un enemigo
intangible, invisible e inexistente.
El toque a degüello lo dieron esos pájaros
de mal agüero, mezcolanza de papagayos, buitres
carroñeros y lechuzas penumbrosas, en la
Mesa Redonda del día 20 de diciembre del
año recién finalizado. Allí
hablaron de conspiraciones y provocaciones que
no existen ni siquiera en sus dóciles cerebros,
y sólo tienen cabida en sus lenguas injuriosas
que mienten a sabiendas, pero bien recompensadas
por retribuciones que les permiten evadir la dura
realidad que fustiga y achicharra al hombre de
a pie.
Tres días después, en vísperas
de la Nochebuena, 14 artistas del pincel, de forma
"voluntaria" y "desinteresada",
abriendo fuego contra Cason y Bush, llenaban de
letreros, carteles, murales y caricaturas todo
el espacio circundante, que incluye el muro del
Malecón, la avenida del mismo nombre y
la acera entre ambos. Todo ello se unía
a un gigantesco pajarraco con una B en el pecho,
que representa al presidente Busch, y que sobre
el asfalto fue dibujado para que, según
palabras del periódico Granma, quede aplastado
por el ir y venir de automóviles, ciclistas,
peatones y cuando perro o gato callejero, de los
que tanto deambulan por nuestra ciudad, pisen,
aplasten y humillen al presidente de los Estados
Unidos.
Para que cualquier borracho, de los muchos que
se pasan de tragos durante las fiestas y cumbanchas
que allí se forman, pueda vomitarse sobre
el presidente, y, para que el que lo desee pueda
llevar allí a tantos ejemplares caninos
y felinos como se le antoje, de modo que sobre
Bush puedan orinar y defecar.
Y como en todo este desparpajo no pueden faltar
los niños, allí se les llevó
para que pintaran con tiza sobre el asfalto cuanto
se les ocurriera, siempre que fuese lesivo y dañoso
para el presidente norteamericano.
¡Cuánta miseria y sufrimientos del
pueblo descansan y se ocultan sobre esa tirantez
y malquerencia hacia los americanos; sobre ese
lenguaje chabacano y mal hablado! Dicen que no
es contra el pueblo del norte sino contra sus
presidentes. Pero se han sucedido once mandatarios
y las maledicencias han sido las mismas. ¿Es
que los americanos son bobos y no saben elegir
a sus gobernantes? Si la élite gobernante
sufriera las consecuencias de tal animosidad,
hace tiempo que hubiera llegado a un arreglo con
los vecinos de la otra orilla.
¡Cuánta cosa fea hay que desterrar
de Cuba! ¡Cuánto desprestigio, desparpajo
y chusmería hay que eliminar de las costumbres
del cubano! ¡Cuánta labor de adecentamiento
nacional hay que promover para desintoxicar al
ciudadano de tanta podredumbre, bajeza y mezquindad
inculcadas e inducidas!
¡Cuánto hay que apelar a la generosidad
del corazón cubano para borrar de su pecho
todo el odio inculcado durante medio siglo!
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