PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 3 , 2005
 

SOCIEDAD
Las últimas Navidades

Adrián Leiva, Grupo Decoro

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - La fiesta del Día de Reyes es la que realmente da conclusión al período navideño. El despertar de la noche de los Magos el 6 de enero, es una tradición aún no recuperada en Cuba y que como la fiesta de Nochebuena, el feriado del 25 y el mismo fin de año, tuvo gran acogida en el calendario festivo de los cubanos, como acontece en el resto del mundo latino partícipe de las mismas tradiciones que la Mayor de las Antillas.

Aunque fue con la visita de Juan Pablo II a Cuba que se volvió a instaurar el feriado del día 25, quedando oficializado desde entonces, ya desde unos años antes con la dolarización de los comercios del país se comenzó a constatar el retorno de productos característicos de esta época. Junto a los árboles artificiales, las bolas de cristal y las guirnaldas, reaparecieron los turrones, las manzanas y una serie de golosinas que ya creíamos desparecidas, las que para nuestros hijos constituían todo un descubrimiento.

Pensaba en todos estos detalles mientras cenaba este año en compañía de mi reducida familia, recordando aquellas Nochebuenas que la gente vivía con mucha más alegría, sentido de familia y entusiasmo. Incluso en esta ocasión hasta el feriado del 25 quedó en entredichos al no haber una clara definición de la otorgación del descanso que coincidió con un sábado no laborable.

Antes de ser eliminados entre los días de celebración reconocidos por el Estado cubano, el acontecimiento del 24 de diciembre era un momento especial en el que la familia cubana se reunía en torno a la mesa no solamente para disfrutar de los distintos tipos de vinos, turrones, nueces, avellanas, dátiles, pasas, uvas, manzanas y otros productos que daban un mayor realce a los platos que veían, rota al menos por unos días la rutinaria cotidianidad de la comida criolla. En comparación a aquellas cenas, las del presente apenas son una referencia de los cuentos narrados por los mayores y un nostálgico recuerdo de tiempos pasados.

Tuve el privilegio de poder disfrutar de aquéllas en que junto a los comestibles provenientes de países remotos, contábamos con la presencia del buñuelo y las torrejas caseras. Con la suspensión decretada por el gobierno cubano no sólo desaparecieron los dulces foráneos, sino que con el tiempo hasta las típicas confecciones de la repostería cubana llegaron a faltar, y pasaron a constituir una rareza en la cocina de cualquier casa.

Corrían los años finales de la década del 60 y la campaña contra el cristianismo y todas sus manifestaciones religiosas comenzaba a hacerse sentir en la sociedad cubana ante el peso dado al nuevo orden comunista impuesto en la isla. Ya se habían cerrado templos e iglesias, no sólo católicas sino de otras denominaciones. Muchos de sus miembros eran enviados a las cárceles y a los campos de trabajo forzado conocidos por las siglas de la UMAP. El miedo y la confusión ganaban terreno en una población que experimentaba la pérdida de su libertad individual a cambio de una masificación destinada a alabar un nuevo tipo de mesianismo.

Mi familia, si bien no era católica de la más pura cepa, celebraba la Navidad como cualquier familia cubana poniendo todo el rigor culinario de la tradición en la Nochebuena. La última que celebramos en Cuba quedó grabada en mi memoria con todos sus detalles. Hacía varios años que se había impuesto la libreta de racionamiento para los alimentos y éstos escaseaban como resultado de la disminución de los niveles de producción y la implantación de la agricultura estatal, que mostraba desde entonces su ineficacia. Pero mi padre se las agenció por medio de unos campesinos para adquirir unos pavos para ese día, el último en años en que el estado cubano vendió a la población los productos típicos que por lo general eran importados de España.

Esa noche toda la familia se concentró en mi hogar, incluyendo a varios hermanos de mi padre con sus esposas. Cada uno aportó la cuota navideña racionada. En torno al arbolito de Navidad y la maqueta diseñada con habilidad por mi padre y que representaba el nacimiento del niño Jesús, se reunió toda la familia para cenar y bailar. La fiesta duró casi hasta el amanecer del día 25, y todos los hermanos acordaron repetirla para el próximo año. Lejos estaban en conocer que ésa sería la última Navidad y Nochebuena que muchos vivirían. Al siguiente año el gobierno cubano decretó la total suspensión de estas fiestas y suprimió la importación de los productos alegóricos a la misma.

Pasarían más de treinta años para que en Cuba se pudiera comercializar algunos de estos productos, sólo que en esta ocasión bien distante del alcance de muchos cubanos, ya que su venta es en dólares y el precio de uno de estos turrones, por poner un ejemplo, puede igualar el salario de más de diez días de trabajo para algunos sueldos altos.

Pero las esperanzas y las ilusiones de todo un pueblo, que espera algún día poder celebrar unas genuinas Nochebuenas no se apagarán con la decisión gubernamental. En la memoria del pueblo quedarían aquellas vivencias y los 24 de diciembre nunca llegaron a ser pasados por alto completamente en las casas de muchas familias cubanas. Falta ahora recuperar la tradición completa, que con el día de Reyes pone fin a la jornada navideña.

 


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