SOCIEDAD
Las últimas Navidades
Adrián Leiva, Grupo Decoro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - La fiesta
del Día de Reyes es la que realmente da
conclusión al período navideño.
El despertar de la noche de los Magos el 6 de
enero, es una tradición aún no recuperada
en Cuba y que como la fiesta de Nochebuena, el
feriado del 25 y el mismo fin de año, tuvo
gran acogida en el calendario festivo de los cubanos,
como acontece en el resto del mundo latino partícipe
de las mismas tradiciones que la Mayor de las
Antillas.
Aunque fue con la visita de Juan Pablo II a Cuba
que se volvió a instaurar el feriado del
día 25, quedando oficializado desde entonces,
ya desde unos años antes con la dolarización
de los comercios del país se comenzó
a constatar el retorno de productos característicos
de esta época. Junto a los árboles
artificiales, las bolas de cristal y las guirnaldas,
reaparecieron los turrones, las manzanas y una
serie de golosinas que ya creíamos desparecidas,
las que para nuestros hijos constituían
todo un descubrimiento.
Pensaba en todos estos detalles mientras cenaba
este año en compañía de mi
reducida familia, recordando aquellas Nochebuenas
que la gente vivía con mucha más
alegría, sentido de familia y entusiasmo.
Incluso en esta ocasión hasta el feriado
del 25 quedó en entredichos al no haber
una clara definición de la otorgación
del descanso que coincidió con un sábado
no laborable.
Antes de ser eliminados entre los días
de celebración reconocidos por el Estado
cubano, el acontecimiento del 24 de diciembre
era un momento especial en el que la familia cubana
se reunía en torno a la mesa no solamente
para disfrutar de los distintos tipos de vinos,
turrones, nueces, avellanas, dátiles, pasas,
uvas, manzanas y otros productos que daban un
mayor realce a los platos que veían, rota
al menos por unos días la rutinaria cotidianidad
de la comida criolla. En comparación a
aquellas cenas, las del presente apenas son una
referencia de los cuentos narrados por los mayores
y un nostálgico recuerdo de tiempos pasados.
Tuve el privilegio de poder disfrutar de aquéllas
en que junto a los comestibles provenientes de
países remotos, contábamos con la
presencia del buñuelo y las torrejas caseras.
Con la suspensión decretada por el gobierno
cubano no sólo desaparecieron los dulces
foráneos, sino que con el tiempo hasta
las típicas confecciones de la repostería
cubana llegaron a faltar, y pasaron a constituir
una rareza en la cocina de cualquier casa.
Corrían los años finales de la
década del 60 y la campaña contra
el cristianismo y todas sus manifestaciones religiosas
comenzaba a hacerse sentir en la sociedad cubana
ante el peso dado al nuevo orden comunista impuesto
en la isla. Ya se habían cerrado templos
e iglesias, no sólo católicas sino
de otras denominaciones. Muchos de sus miembros
eran enviados a las cárceles y a los campos
de trabajo forzado conocidos por las siglas de
la UMAP. El miedo y la confusión ganaban
terreno en una población que experimentaba
la pérdida de su libertad individual a
cambio de una masificación destinada a
alabar un nuevo tipo de mesianismo.
Mi familia, si bien no era católica de
la más pura cepa, celebraba la Navidad
como cualquier familia cubana poniendo todo el
rigor culinario de la tradición en la Nochebuena.
La última que celebramos en Cuba quedó
grabada en mi memoria con todos sus detalles.
Hacía varios años que se había
impuesto la libreta de racionamiento para los
alimentos y éstos escaseaban como resultado
de la disminución de los niveles de producción
y la implantación de la agricultura estatal,
que mostraba desde entonces su ineficacia. Pero
mi padre se las agenció por medio de unos
campesinos para adquirir unos pavos para ese día,
el último en años en que el estado
cubano vendió a la población los
productos típicos que por lo general eran
importados de España.
Esa noche toda la familia se concentró
en mi hogar, incluyendo a varios hermanos de mi
padre con sus esposas. Cada uno aportó
la cuota navideña racionada. En torno al
arbolito de Navidad y la maqueta diseñada
con habilidad por mi padre y que representaba
el nacimiento del niño Jesús, se
reunió toda la familia para cenar y bailar.
La fiesta duró casi hasta el amanecer del
día 25, y todos los hermanos acordaron
repetirla para el próximo año. Lejos
estaban en conocer que ésa sería
la última Navidad y Nochebuena que muchos
vivirían. Al siguiente año el gobierno
cubano decretó la total suspensión
de estas fiestas y suprimió la importación
de los productos alegóricos a la misma.
Pasarían más de treinta años
para que en Cuba se pudiera comercializar algunos
de estos productos, sólo que en esta ocasión
bien distante del alcance de muchos cubanos, ya
que su venta es en dólares y el precio
de uno de estos turrones, por poner un ejemplo,
puede igualar el salario de más de diez
días de trabajo para algunos sueldos altos.
Pero las esperanzas y las ilusiones de todo un
pueblo, que espera algún día poder
celebrar unas genuinas Nochebuenas no se apagarán
con la decisión gubernamental. En la memoria
del pueblo quedarían aquellas vivencias
y los 24 de diciembre nunca llegaron a ser pasados
por alto completamente en las casas de muchas
familias cubanas. Falta ahora recuperar la tradición
completa, que con el día de Reyes pone
fin a la jornada navideña.
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