'Es Guillermito'
Alejandro
Armengol, El Nuevo Herald, 22 de febrero de 2005. No habrá
más conversaciones con Guillermo. Saber que será imposible hablar
con él es la pérdida mayor para quienes lo conocimos. Aunque ahí
están sus libros, que pervivirán y se podrán abrir por cualquier
página y uno de nuevo encontrarse con Cabrera Infante: el escritor que
transformó a la literatura cubana; nos enseñó una forma distinta
de apreciar el cine; quien descubrió para muchos la mejor música
popular de la isla y durante años nos obligó a mantenernos pendientes
de sus declaraciones, entrevistas y comentarios, donde siempre ofrecía
un derroche de ingenio que no abolirá la muerte. Lo mejor de Cabrera Infante
no se limita a dos novelas ejemplares, una selección de cuentos donde hay
varias obras maestras, tres libros sobre cine, varios de artículos y ensayos,
otro de textos políticos, diversos guiones cinematográficos, un
conjunto de viñetas memorables, una recopilación de crónicas
de viaje y un estudio exhaustivo y singular sobre el tabaco, que originalmente
fue escrito en inglés. Desde el momento en que comenzó a publicar
sus crónicas de cine para la revista Carteles, en 1953, representó
mejor que nadie a la vanguardia cultural de una nación con una tradición
literaria y artística de gran riqueza, que a la vez estaba profundamente
dividida entre lo culto y lo popular. Hizo trizas esta división artificiosa
y demostró que la escritura más elaborada y compleja podía
ser al mismo tiempo entretenida y llena de humor. Para Cabrera Infante la
literatura siempre fue un juego. ''Jugar con las palabras''. Era lo que le interesaba.
No se cansó de repetírselo a los periodistas. Sobre todo a las periodistas
--con mayor alegría si se trataba de una que era joven y bonita, pero siempre
supo que se trataba de un juego peligroso. Ahí estaban los testaferros
de la oficialidad castrista para recordárselo, aunque él nunca lo
olvidaba. Lo tuvo en cuenta desde que empezó a utilizar en sus crónicas
de cine un seudónimo luego repetido con veneración, odio y envidia:
G. Caín. Fue desde entonces un claro desafío a la mala suerte, que
a lo largo de siglos debió acompañar a un nombre maldito con la
peor fama. Esta terminó por pasarle la cuenta, e hizo que en los últimos
tiempos lo acosara una enfermedad tras otra, las que fueron desgastando su organismo
mientras su mente continuaba empeñada en una lucha viril frente a la adversidad,
que nunca admitió como destino. Fue a finales del pasado año
que se hizo evidente que llevaba las de perder. Tras una operación del
corazón, su voz se convirtió en un hilo, que en pocas ocasiones
le permitió mostrar la ironía --o la ira-- que lo caracterizaban.
Conversador incansable, casi dejó de hablar con los amigos, aunque continuó
siendo generoso con quienes amaba: vio en video las dos versiones que Andy García
le envió a Londres de The Lost City (La Ciudad Perdida), un proyecto en
que concentró esperanzas y dudas y al que dedicó muchas más
horas que las exigidas a su papel de guionista. Creo que su impresión sobre
esta cinta casi concluida fue su última labor de amor hacia una ciudad,
La Habana, que quiso como ningún cubano. Para los que tuvimos el
privilegio de poder llamarle ''Guillermito'', su muerte es uno de los pocos actos
que ocurren en la vida que pueden con propiedad ser considerados irreparables.
Nunca más escucharé a Sara decir: ''Es Guillermito''. Jamás
volveré a coger el auricular del teléfono, para escucharlo comentar
una noticia, compartir cualquier chisme, oírlo enfurecido o irónico
hablar mal de alguien. Ahora es la hora del silencio. aarmengol@herald.com |