PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 23, 2005
 

'Es Guillermito'

Alejandro Armengol, El Nuevo Herald, 22 de febrero de 2005.

No habrá más conversaciones con Guillermo. Saber que será imposible hablar con él es la pérdida mayor para quienes lo conocimos. Aunque ahí están sus libros, que pervivirán y se podrán abrir por cualquier página y uno de nuevo encontrarse con Cabrera Infante: el escritor que transformó a la literatura cubana; nos enseñó una forma distinta de apreciar el cine; quien descubrió para muchos la mejor música popular de la isla y durante años nos obligó a mantenernos pendientes de sus declaraciones, entrevistas y comentarios, donde siempre ofrecía un derroche de ingenio que no abolirá la muerte. Lo mejor de Cabrera Infante no se limita a dos novelas ejemplares, una selección de cuentos donde hay varias obras maestras, tres libros sobre cine, varios de artículos y ensayos, otro de textos políticos, diversos guiones cinematográficos, un conjunto de viñetas memorables, una recopilación de crónicas de viaje y un estudio exhaustivo y singular sobre el tabaco, que originalmente fue escrito en inglés. Desde el momento en que comenzó a publicar sus crónicas de cine para la revista Carteles, en 1953, representó mejor que nadie a la vanguardia cultural de una nación con una tradición literaria y artística de gran riqueza, que a la vez estaba profundamente dividida entre lo culto y lo popular. Hizo trizas esta división artificiosa y demostró que la escritura más elaborada y compleja podía ser al mismo tiempo entretenida y llena de humor.

Para Cabrera Infante la literatura siempre fue un juego. ''Jugar con las palabras''. Era lo que le interesaba. No se cansó de repetírselo a los periodistas. Sobre todo a las periodistas --con mayor alegría si se trataba de una que era joven y bonita, pero siempre supo que se trataba de un juego peligroso. Ahí estaban los testaferros de la oficialidad castrista para recordárselo, aunque él nunca lo olvidaba. Lo tuvo en cuenta desde que empezó a utilizar en sus crónicas de cine un seudónimo luego repetido con veneración, odio y envidia: G. Caín. Fue desde entonces un claro desafío a la mala suerte, que a lo largo de siglos debió acompañar a un nombre maldito con la peor fama. Esta terminó por pasarle la cuenta, e hizo que en los últimos tiempos lo acosara una enfermedad tras otra, las que fueron desgastando su organismo mientras su mente continuaba empeñada en una lucha viril frente a la adversidad, que nunca admitió como destino.

Fue a finales del pasado año que se hizo evidente que llevaba las de perder. Tras una operación del corazón, su voz se convirtió en un hilo, que en pocas ocasiones le permitió mostrar la ironía --o la ira-- que lo caracterizaban. Conversador incansable, casi dejó de hablar con los amigos, aunque continuó siendo generoso con quienes amaba: vio en video las dos versiones que Andy García le envió a Londres de The Lost City (La Ciudad Perdida), un proyecto en que concentró esperanzas y dudas y al que dedicó muchas más horas que las exigidas a su papel de guionista. Creo que su impresión sobre esta cinta casi concluida fue su última labor de amor hacia una ciudad, La Habana, que quiso como ningún cubano.

Para los que tuvimos el privilegio de poder llamarle ''Guillermito'', su muerte es uno de los pocos actos que ocurren en la vida que pueden con propiedad ser considerados irreparables. Nunca más escucharé a Sara decir:

''Es Guillermito''. Jamás volveré a coger el auricular del teléfono, para escucharlo comentar una noticia, compartir cualquier chisme, oírlo enfurecido o irónico hablar mal de alguien. Ahora es la hora del silencio.

aarmengol@herald.com

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